Dirección Diagonal 113 y 63, Nº 291. La Plata, Pcia. de Bs. As.

Teléfonos 0221- 4223770 / 4250133 (interno 161)

Correo maiz@perio.unlp.edu.ar

ISSN: 2314-1131


Que florezcan mil lecturas

| revistamaíz.com.ar
estanterias de libros de una biblioteca




Por Ezequiel Grimson / EL LECTOR, EL POLEMISTA / Los escritos de Horacio González nunca fueron “obligatorios” desde las instituciones ni desde la academia, pero sí genuinamente indispensables para el análisis de la deriva del drama argentino. A menudo fue acusado de “barroco”, y sin embargo sus textos siempre aportaron una luz crítica y propia sobre lo dado. Tenía tal conciencia de la complejidad de la política, que podía ser el más firme defensor de un proyecto y, a la vez, su más agudo...
EL LECTOR, EL POLEMISTA / Los escritos de Horacio González nunca fueron “obligatorios” desde las instituciones ni desde la academia, pero sí genuinamente indispensables para el análisis de la deriva del drama argentino. A menudo fue acusado de “barroco”, y sin embargo sus textos siempre aportaron una luz crítica y propia sobre lo dado. Tenía tal conciencia de la complejidad de la política, que podía ser el más firme defensor de un proyecto y, a la vez, su más agudo crítico. Desde la Biblioteca Popular Pueyrredón Sur, de la que su abuelo fue uno de los fundadores, pasando por la dirección de la Biblioteca Nacional y su pronunciamiento sobre Vargas Llosa, hasta todas las bibliotecas del universo en las cuales nuevas lecturas están floreciendo hoy mismo sobre su obra.

Por Ezequiel Grimson
Licenciado y profesor en Artes por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente. Fue director de Música y Danza de la Secretaría de Cultura de la Nación (2004-2006), director de Cultura de la Biblioteca Nacional (2008-2016) durante la gestión de Horacio González y subsecretario de Políticas Culturales del Gobierno de la provincia de Buenos Aires (2020-2021). Desde 2021 es el director del Centro Cultural Borges del Ministerio de Cultura de la Nación.

Fotos: Sebastián Miquel

Horacio fue probablemente el último gran lector de una época.

Todo tiempo tiene sus lecturas más o menos obligatorias, sus textos malditos, sus olvidados, sus raros, sus escritos periféricos, revolucionarios. Los escritos de Horacio fueron todo ello; nunca “obligatorios” desde las instituciones ni desde la academia, sino genuinamente indispensables para el análisis de la deriva del drama argentino. Esos textos fueron publicados en periódicos, en revistas culturales, en libros, en distintas lenguas, circularon por internet y fueron impresos en volantes, a veces marginales, claros como una saeta, endemoniados, muchas veces incomprendidos. A menudo Horacio fue acusado de “barroco”, en el sentido peyorativo que el término tuvo para los iluministas del siglo XVIII (como si tal cosa fueran quienes lo acusaban). Paradójicamente, los escritos de Horacio siempre aportaron una luz crítica y propia sobre lo dado, con la esperanza en la posibilidad de una reflexión, de una redención del mundo, aunque más no fuera por la comprensión de un problema irresoluble.

González generalmente no se jactaba de nada. Vivía el presente con una preocupación continua. Disfrutaba de la Biblioteca o de la Universidad a pesar de las dificultades y los problemas institucionales, y militó el kirchnerismo como controversia cultural con fervor, más allá de toda crítica. Tenía tal conciencia de la complejidad de la política que podía ser el más firme defensor de un proyecto y a la vez, por ello, su más lúcido crítico. Su escritura (más o menos críptica según la ocasión) y su dialéctica marcaron un fuerte contraste con el terraplanismo cotidiano de la política ordinaria argentina, los empobrecidos editoriales de los medios de comunicación contemporáneos y las redes sociales, en las que tiende a mezclarse todo, generalmente, de modo no virtuoso. Y en ese universo maldito, González nunca priorizó el cuidado de sí mismo. Había algo del orden de lo sacrificial allí, en el sentido de la postergación de lo propio en beneficio del bien común. González defendía ideas, proyectos y posiciones construidas al calor del debate, más allá de la oportunidad del momento. Y ello le trajo dificultades al mismo tiempo que abría discusiones ineludibles: en la última década, desde su pronunciamiento sobre Mario Vargas Llosa como orador inaugural de la Feria del Libro de 2011 (con la colaboración malintencionada o desinformada –según el caso– de periodistas de los principales medios masivos y una lúcida intervención de la propia presidenta,(1) su aporte desencadenaría un malentendido mayúsculo con injustas acusaciones) hasta la convocatoria a votar por Daniel Scioli en 2015, aunque con el corazón desgarrado.

En buena medida, esos dichos, textos y actos, que siempre partían de un pensamiento crítico sin cálculo de estrategias personales, ejemplifican, entre otras, algunas de las diferencias evidentes entre la individualidad de Horacio González y la expresión canónica del político argentino, que se mueve de acuerdo con encuestas, fotógrafos de staff, publicaciones en redes sociales y estudios de mercado. Toda especulación de esa clase le era ajena. Horacio podía criticar la intervención política de Vargas Llosa en Buenos Aires como representante de un grupo concentrado del poder hegemónico neoliberal porque él mismo fue probablemente el mejor lector porteño del escritor peruano, como quedó expresado en muchos artículos y entrevistas. Allí se revela también que Horacio era un gran lector, requisito indispensable para ser un gran polemista. “Largas a Vargas”, su extraordinaria nota de opinión y debate sobre el caso, nunca fue contestada ni por el contendiente ni por la prensa periódica (González, 2011). Una vez más, prefirieron ignorar o no entender y quedarse con títulos sensacionalistas. Pero Horacio, justamente por ser un gran lector, avanzaba hacia nuevos desafíos. Durante esos días, en medio del debate, no dejaba de elogiar –no sin alguna crítica– la última novela del peruano, El sueño del celta. Sentía la necesidad de deslindar el juicio estético sobre la obra del juicio moral y político sobre el hombre. En medio de un escenario de enfrentamientos entre posiciones binarias, elementales, de pocas ideas, era capaz de ofrecer una lectura compleja y comprometida con la verdad, justamente porque podía reconocer en ella no solo su propio deseo, sino el hondo entramado en el que se despliegan las fuerzas más o menos ocultas de este mundo. 

hombre mayor subido a una escalera buscando un libro en una biblioteca personal grande
En las bibliotecas 

Horacio González dirigió la Biblioteca Nacional de la Argentina durante una década, entre diciembre de 2005 y diciembre de 2015. Había sido designado poco más de un año antes como subdirector de la institución acompañando a Elvio Vitali, quien dejaría el cargo al ser electo legislador de la ciudad de Buenos Aires. La presentación de ambos en la Biblioteca Nacional fue acompañada por una lectura de Horacio en el Auditorio Jorge Luis Borges, en la cual, de modo asombroso e inspirado, anticipaba el programa que llevaría a cabo durante la siguiente década (González, 2004). Allí, desde el primer piso del icónico edificio brutalista, terminó de comprender, y de enseñarnos, que esa biblioteca, primera institución cultural de la patria –creada en medio de las guerras de la independencia–, tenía su destino hermanado al del país. Si Mariano Moreno se había animado a escribir que si los libros no servían para la educación popular bien podían arder como en Alejandría, González se interesó por comprender qué elementos de emancipación podían existir en las gestiones del orden conservador, de Groussac a Borges, tanto como se preocupó por las fuerzas reaccionarias que podían desarrollarse al interior de su propia dirección, desde la contratación de un software enlatado para el catálogo de la institución hasta las implicancias del tratamiento del libro o el archivo como mera ciencia de la información. 

Pero la relación de González con las bibliotecas excede su etapa como funcionario de los Gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Horacio creció en Villa Pueyrredón, entonces un barrio periférico y humilde poblado por trabajadores del ferrocarril. Allí, su abuelo, inmigrante italiano, fue uno de los fundadores de la Biblioteca Popular Pueyrredón Sur. En esa biblioteca, en la que luego trabajaría su madre, el pequeño González estudiaría después de ir al colegio, y los libros circulantes de aquellos anaqueles poblarían las horas ociosas de su infancia. Años más tarde, el primer empleo de Horacio sería como ayudante bibliotecario en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, entre los años 1966 y 1968. De allí su conocimiento, respeto y admiración por Josefa Sabor, autora de la extraordinaria biobibliografía de Pedro De Angelis, responsable entonces de la tarea bibliotecaria de la facultad de la que Horacio nunca dejó de sentirse parte. En Filosofía y Letras trabajó, estudió y terminó dictando sus últimos seminarios junto con Juan Laxagueborde, más allá de sus largos años como profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, entre muchas otras casas de estudio que lo contaron entre sus docentes, y de los múltiples ámbitos en los que Horacio enseñó, debatió o presentó libros. Horacio tendía a aceptar todas las invitaciones posibles, sin discriminar ni considerar de ningún modo de menor importancia su participación en una mesa de debate barrial que su intervención en una universidad parisina o norteamericana. Una de sus últimas participaciones en la Feria del Libro de Buenos Aires, espacio del que nunca dejó de participar con entusiasmo y cierta felicidad crítica, fue con una charla organizada por el gremio de ladrilleros.

De Buenos Aires al universo

Durante el inicio de la gobernación de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, Horacio González formó parte del equipo de la Subsecretaría de Políticas Culturales. Fueron tiempos de pandemia, dificultades, sufrimiento, reconstrucción, militancia, compromiso y aprendizajes. La participación de González en cada conversación, proyecto, reunión o discusión siempre fue reveladora. Quedan de aquella experiencia memorias inolvidables en cada uno de los trabajadores y directores de las instituciones culturales de la provincia, y algunos textos preciosos.

Cuando nos retiramos de la gestión, González compartió con las y los compañeros de la Subsecretaría estas palabras sobre aquella vivencia: “En el breve momento en que pude acompañar esta experiencia comprendí su original potencialidad. Me retiro [...] con la esperanza de que los Gobiernos populares que apoyamos puedan en un futuro comprender los actos realizados y la versatilidad con la que se organizó una lúcida comunidad laboral”.

Poco tiempo después, Horacio moría en Buenos Aires. Hoy nos quedan sus libros y sus escritos: una obra sobre la que volvemos y volveremos una y otra vez.(2) Nos quedan sus enseñanzas, su ejemplo y su memoria. Nos queda el orgullo de haber trabajado a su lado, el haber cultivado juntos una amistad, en las buenas y en las malas, y la amistad de Liliana Herrero, su compañera de vida. Para las generaciones por venir queda no solo una leyenda del pensamiento crítico argentino, sino –fundamentalmente– la obra de Horacio en las bibliotecas. Y es una obra que reclama nuevos, atentos y pacientes lectores. Por ello, porque Horacio González está en las bibliotecas, resulta también una felicidad comunitaria que la biblioteca de la Universidad Nacional de General Sarmiento lleve ahora su nombre, así como la nueva sala de lectura de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, de la calle Puan. Allí, en esa biblioteca, aunque en otro edificio, fue donde González comenzó a trabajar. Ahora, en esta nueva sala de lectura inaugurada en el último acto público de Américo Cristófalo como decano, y en muchos otros espacios de lectura y bibliotecas de Buenos Aires, de todo el país y del mundo, con certeza, nuevas lecturas están floreciendo sobre su obra. 

Notas

(1) “Esta mañana he recibido un llamado de la Sra. presidenta de la república en el sentido de afirmar la sustancia, la forma y la pertinencia del debate democrático en todos los planos de su significación. En ese sentido me ha pedido, en mi carácter de director de la Biblioteca Nacional, retirar la carta que anteriormente les he enviado, en la que proponía que el Sr. Vargas Llosa diera su conferencia, pero no en carácter de acto de inauguración de la Feria. La Sra. presidenta me hizo conocer su opinión respecto de que esta discusión no puede dejar la más mínima duda de la vocación de libre expresión de ideas políticas en la Feria del Libro, en las circunstancias que sean y tal como sus autoridades lo hayan definido. Tal como me lo ha expresado, no es concebible la vida literaria y el compromiso con la ensayística social sin un absoluto respeto por la palabra de los escritores –o de cualquier ciudadano–, cualquiera sea su significación o intención. Les escribo comunicándoles este diálogo con la presidenta en la certeza de que estamos comprometidos en toda discusión que sirva para dar más cualidades a la vida democrática, como este intercambio de cartas también lo certifica”. Disponible en: https://www.diariodecuyo.com.ar/argentina/La-segunda-carta-a-pedido-del-Cristina-20110302-0029.html.
(2) María Pia López y Guillermo Korn realizaron recientemente una selección de textos en un trabajo editorial formidable: La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González (1985-2019). Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20210901051732/La-palabra-encarnada.pdf.




 

| revistamaiz.com.ar |
Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons de Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.