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Le doy gracias a la democracia

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cacerolazo en argentina




EN PRIMERA PERSONA (Por Carlos Ulanovsky) / Carlos Ulanovsky fue un exiliado del miedo. Dejó un país (¿o el país lo dejó a él?) en plena dictadura cívico-militar-eclesiástica, antecedida por una sucesión de gobiernos elegidos por el voto popular desterrados por los uniformados. Lo que siguió fue la democracia. Una en la que a los militares les llevó varios años aceptar que su lugar eran los cuarteles y en la que el que lo hayan hecho es un logro que le pertenece al pueblo entero. Y también una en la que, en un movimiento inverso, los que comenzaron a avanzar fueron los CEO de trajes opulentos: un pasaje del Círculo Militar al Círculo Rojo, cuyas marcas curiosamente inalterables fueron la indoblegable devoción por el dólar...
EN PRIMERA PERSONA / Carlos Ulanovsky fue un exiliado del miedo. Dejó un país (¿o el país lo dejó a él?) en plena dictadura cívico-militar-eclesiástica, antecedida por una sucesión de gobiernos elegidos por el voto popular desterrados por los uniformados. Lo que siguió fue la democracia. Una en la que a los militares les llevó varios años aceptar que su lugar eran los cuarteles y en la que el que lo hayan hecho es un logro que le pertenece al pueblo entero. Y también una en la que, en un movimiento inverso, los que comenzaron a avanzar fueron los CEO de trajes opulentos: un pasaje del Círculo Militar al Círculo Rojo, cuyas marcas curiosamente inalterables fueron la indoblegable devoción por el dólar y los vaivenes económicos. Un ejercicio de memoria hecho con ecuanimidad, concluye entonces Carlos, será el mejor modo de valorar lo conseguido o lo perdido a partir del 10 de diciembre de 1983, y comparte la pregunta de la que resultará nuestro debe y nuestro haber: “¿Te acordás, hermana/o?”.

Por Carlos Ulanovsky
Periodista y escritor.

Fotos: Sebastián Miquel

Hace cuarenta años no existían ni internet ni nadie había osado imaginar algo tan feo como el Metrobús. Streaming, gamers, selfies u online eran expresiones foráneas incluidas en el diccionario de los sueños futuros. Todavía se jugaba al Prode, un pasatiempo cándido al lado de las casas de apuestas deportivas. Aún se hablaba de imperialismo, había monedas siempre flacuchas, pero a nadie se le había ocurrido pagar con criptomonedas. Además, por suerte, la inteligencia era únicamente natural. Muchas agrupaciones políticas, por impericia, falta de recursos y escasa atracción en el electorado, quedaron en el camino, pero surgieron nuevos partidos, como el Judicial, el de los Medios, el de Los Formadores de Precios y el de Los Negacionistas, que para manifestarse no necesitan presentar candidatos propios o buscar una representación en el Congreso.

Hace cuarenta años yo me sentí muy esperanzado. Especialmente porque tenía cuarenta años menos de los que tengo hoy. Había vuelto a vivir a la Argentina después de haber sido un exiliado del miedo y se podía escuchar a un candidato a presidente que culminaba sus actos de campaña citando el preámbulo de la Constitución nacional, unas palabras que ni el más audaz de los publicistas hubiera escrito mejor. Más adelante, ese mismo político, ya como presidente, nos abrió los ojos diciendo que con la democracia no solo se vota, sino que se come, se educa, se cura. Claro que en su sobresaltado final de mandato necesitó sincerarse y admitir que no pudo, no supo o no quiso.

Si de ese instante, inquietante y jubiloso a la vez, retrocediéramos otros cuarenta años, verificaríamos que los momentos de inestabilidad, intromisiones militares, persecuciones, autoritarismo fueron más que las etapas de orden (y desorden) republicanos. Gobiernos elegidos por el voto popular caían, devorados por planteos de los uniformados que discutían el poder hasta apropiárselo como si les perteneciera por naturaleza. Y ni hablar de lo que ocurrió durante la dictadura. Militares, civiles, empresarios, eclesiásticos avanzaron con todo, como salvajes, sin respeto, sin límites, sin reglas. 

Ya en democracia no faltaron intentos de volver a fragotes desestabilizantes: recordar los procedimientos de mandos medios de las fuerzas que se pintaron la cara para amedrentar. Durante años fueron una preocupación, hasta que un buen día los hombres de armas llevar volvieron a los cuarteles. Por todo eso, haber vivido las recientes cuatro décadas sin esa clase de interrupciones es un tipo de logro que le pertenece a toda una sociedad, que un día también hizo suyo el concepto del Nunca Más. Y es algo que, creo, tendría que ponernos felices. O al menos un poco más reconocidos o agradecidos.
Mientras los uniformados aceptaban que el mejor lugar eran los regimientos, los CEO de trajes opulentos comenzaron a discutir el espacio del poder. La hora de la espada, que por largos años nos atribuló, les cedió su lugar a los golpes de mercado; los correveydiles del Círculo Militar fueron replicados por una entidad fantasmal llamada el Círculo Rojo. De unos y otros, fuimos y seguimos siendo rehenes. Resultan particularmente curiosas la permanencia de una clase de vaivenes económicos que traen inflación e hiperinflaciones y, arriba de todo en los podios, nuestra indoblegable devoción por el dólar. Acaso intentar poner en su lugar mangos y lucas sería un camino para alejarnos de la condición de punto y de suplicar a la banca. En su mítico monólogo 2.000 del domingo 9 de septiembre de 1990, Tato Bores informó que desde que él apareció en pantalla ante sus ojos y su humor pasaron 16 presidentes y 37 ministros de Economía. 

No habrá mejor modo de valorar lo conseguido, o lo perdido a partir del 10 de diciembre de 1983 a la actualidad, que ponerse un poco melancólico y compartir con familiares y amigos la pregunta: ¿Te acordás, hermana/o? Si ese ejercicio de memoria se hace con ecuanimidad en el Excel del infortunio, deberá figurar que tuvimos graves atentados, que la política dejó un tendal de fracasos y fracasados producto de desilusiones, ineptitud y falsas promesas, pero también por escándalos, carpetazos, espionajes y hackeos diversos. Deberán contabilizarse como el saldo luctuoso de la democracia, este sistema político que aún con grandes limitaciones sigue siendo el mejor entre los conocidos y posibles. En el haber no tendría que faltar la fenomenal ampliación de derechos que favoreció a todos los sectores y lo que el país consiguió con su política de Memoria, Verdad y Justicia, única por muchas razones. Empezando por la formidable tarea militante y esclarecedora de Nora, Hebe, Taty, Rosa, Lita, Buscarita, Vera, Azucena, Esther, todas. Basta mencionar sus nombres para saber de quién hablamos, suficiente con conocer sus historias para entender por qué el pueblo las abraza. Ni en los países de la región ni en otros de Europa que también padecieron dictaduras y crímenes de lesa humanidad se lograron tantos avances como acá: 1.115 genocidas condenados, 546 con arresto domiciliario pagando con justas penas la desaparición de los 30.000. Todavía es incierta la cantidad de bebés y niños apropiados en la dictadura, pero ya son 133 los nietos que recuperaron su identidad. Una tarea y unos logros que organismos y observadores internacionales reivindican, elogian y ponen como ejemplo a seguir.

Cada dos años la democracia nos coloca en estado de voto. Y lo que elijamos hablará de nosotros. Es como si el país entero fuera puesto a consideración dentro de una máquina que todavía nadie inventó, un escaner de dimensiones monumentales. Podremos después celebrar o rechazar lo que aparece ante nuestros ojos, pero tendremos que aceptar que ese registro impreso es parte indiscutida de lo que somos y lo que queremos.




 

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Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


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