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Lloramos a Horacio sin cesar la risa

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escritorio de horacio gonzalez repleto de papeles, libros, anotadores, revistas, un monitor y el mate




Por Alejandro Kaufman / NOTAS EN TORNO AL SILENCIO QUE DEJÓ SU VOZ / Hay varios Horacios: el textual, el oral, el performático, el político, el docente, el funcionario, el entrevistador y el entrevistado. Debe, incluso, haber más. En todos fue hospitalario, afectuoso, escuchador, igualitario, generoso, compañero. En todos se ganó afectos masivos y en ninguno hizo transacciones reprochables. Desde hace más de un año, el manantial que cesó de fluir nos interroga con su ausencia. ¿Qué es lo que esta sustrae? ¿De qué nos priva? En su haber sido oficiante de lo que llamaba...
NOTAS EN TORNO AL SILENCIO QUE DEJÓ SU VOZ / Hay varios Horacios: el textual, el oral, el performático, el político, el docente, el funcionario, el entrevistador y el entrevistado. Debe, incluso, haber más. En todos fue hospitalario, afectuoso, escuchador, igualitario, generoso, compañero. En todos se ganó afectos masivos y en ninguno hizo transacciones reprochables. Desde hace más de un año, el manantial que cesó de fluir nos interroga con su ausencia. ¿Qué es lo que esta sustrae? ¿De qué nos priva? En su haber sido oficiante de lo que llamaba conversación como acontecimiento cultual, como evento del común, y en el sistema de igualdad que habilitaba –ese que no era de simetrías ni de equidades banales, sino de fuerzas que se oponían en toda su intensidad sin daño ni sujeciones–, está la respuesta.

Por Alejandro Kaufman
Docente.

Fotos: Ximena Talento

I.
Duelo. Largos años, ese hábito de cada tanto el compromiso con alguna reunión organizada por Horacio para exponer o presentar, o con alguna publicación donde escribir, o con alguna conferencia, o con alguna entrevista. Siempre una fecha próxima para la que preparar. Ahora la fecha está atrás, pasó, ocurrió lo irrepetible acerca de lo que ya no volverá a suceder. Insondable pena, enojo con el mundo y el lazo social que no lo pudo impedir, resistencia a aceptar lo ineluctable, serenidad perdida frente al recuerdo de un Horacio siempre calmo en el dolor. Después de engendrar océanos el manantial cesó de fluir. Su aura nos interroga sobre qué es lo que cesó de tamaña presencia. Libros, artículos, memorias, afectos, escritos múltiples, hasta videos: todo ello perdurable, destinado como estaba a tal fin. Falta lo que falta con toda ausencia, pero ¿qué más falta cuando Horacio falta? Hay varios Horacios, el textual, el oral, el performático, el político, el docente, el funcionario, el entrevistador y el entrevistado, y debe haber más. En todos fue hospitalario, afectuoso, escuchador, igualitario, generoso, compañero. En todos se ganó afectos masivos. En ninguno hizo transacciones reprochables y en todos mantuvo una integridad ejemplar. El manantial que cesó de fluir nos interroga con su ausencia. ¿Qué sustrae su ausencia? ¿De qué nos priva? Nos priva de su gravitación como reciprocidad. Se ausentó un sol gnóstico, uno que al atraernos se retrae, se aparta para dejarnos lugar. La exención de toda violencia, jerarquías, barreras, categorías o privilegios que la reciprocidad hace posible es tributaria de su generosidad. Generosidad no es un buen término porque no es concesión ni gracia sino la figuración de un campo gravitacional. Somos acreedores de una instancia conversacional de la que no sabemos qué puede hasta que nos acercamos a su inspiración, a la que nos invita, del modo hospitalario que sabemos. Horacio fue oficiante de lo que llamaba conversación como acontecimiento cultual, como evento del común, no como liturgia recurrente cristalizada. Hablas vivientes, nunca protocolos que seguir. El sistema gravitacional de Horacio –su principio de reunión– no era solar con un centro a cuyo alrededor se circunvalara sino un colectivo de astros recíprocamente girantes respecto de los cuales él era el anfitrión dotado de una intensidad inagotable. El sistema de igualdad que habilitaba no era de simetrías ni de equidades banales sino de fuerzas que se oponían en toda su intensidad sin daño ni sujeciones. Ese era el juego que Horacio era capaz de suscitar, y que esperamos, deseamos que prosiga como el rescoldo estelar que no puede sino acompañarnos en su ausencia. Horacio abogaba por pensar antes que por concluir, por diferir la pena antes que por ejecutarla, por la espera antes que por el juicio sumario. Máquina performática entonces, máquina vanguardista y arqueológica, máquina social, estética y política que no dejó indiferente a nadie que lo leyera o escuchara. En su huella, “intelectual” es una palabra agonística que describe a quien tenga pudor o vergüenza por no saber o por no entender, por lo que entonces lee y escucha para saber y entender. Y después están quienes escriben y hablan sin pudor ni vergüenza: estos viven en el Paraíso. El prodigio cesó, su irradiación es imborrable, aquello que enlazó permanece como suspendido en el aire, un levitar a la espera de su prosecución, de su legado. La muerte sella con su sigilo el tiempo perdido. Suscita cosas tan diferentes: novelas, ensayos, rondas y cavilaciones. También silencios y plegarias.(1)

II.
Cabrá a otro momento y lugar inquirir sobre cuándo se reveló, admitió o reconoció en el transcurso de su vida que Horacio se había constituido en un astro decisivo del cielo cultural argentino. Que el suyo se había ya sumado a los nombres con que las bibliotecas nos guiaban por la historia nacional del pensamiento crítico y el ensayo. Horacio acompañaba con su talante risueño y su voz templada los gestos crecientes con que durante cierto número de años se le fue atribuyendo ese lugar, respecto de lo cual él nada decía ni hacía, sino que más bien desdecía o deshacía, eludía con risas los pedestales. Ya cuando dirigió la Biblioteca Nacional fue quedando en claro gradualmente que era él quien otorgaba su brillo a la institución, antes que al revés. Él destacó el lugar que ocupó con su presencia, no fue solo ni tanto el lugar el que le concedió el relieve que derivó de su palabra reflexiva, analítica, política y entonces gestionaria. Y ello no fue porque el lugar careciera de influjo, sino solo porque el suyo se le superponía por su propio peso.

Su suerte fue sellada por la pandemia, y así también el duelo, no obstante poblado por tristezas, contriciones, homenajes y también la alegría que su nombre suscitó antes y evocará siempre. ¿Qué decir transcurrido más de un año? ¿Cuándo concluye el duelo y se instala la convivencia con la memoria? Lo habitual es la conmemoración, la imposición del nombre en diversas localizaciones, las lecturas póstumas. Todo ello vino sucediendo. Hubo jornadas, publicaciones, libros suyos póstumos y designación de grandes plenarios de discusión política urgente. Todo lo esperable y merecido que proseguirá sin duda hasta que no quede ningún escrito suyo por revelarse, algo no tan fácil debido al tributo ilimitado de su escritura, como así también de lo que haya quedado registrado de su oralidad no menos prodigiosa.

La hagiografía no es propósito de estas líneas, por tentadora que sea en el caso, sino una inquietud que traspasa todo aquello que Horacio contiene por natural vocación. Hay algo más que evocar, un llamado más al que responder, un legado más que recuperar. Es la hipótesis esbozada cuando súbitamente nos quedamos sin él. Ausente, su aura permanecía y nos interpelaba en el momento del mayor dolor. Transcurrido el año largo, volvemos a indagar en el silencio que dejó su voz.

primer plano de horacio gonzalez

III.
Su voz, oral y escrita, desbordada siempre, fluente de lo inmemorial, la extensión con que sus palabras, orales o escritas, ocupaban tiempo y espacio se caracterizaba de modo único por su cualidad conversacional. En lo entramado de sus palabras, en la escucha que su voz profería, residía cada vez un llamado, un lazo colectivo que pedía proliferar. La presencia de Horacio era siempre un acontecimiento de hospitalidad, una invitación a la participación. Sus expresiones no eran solo manifestaciones de su conciencia como es regla en la elocuencia y en la escritura, sino espacios que habitar, temporalidades ofrecidas como receptáculos. La textualidad horaciana es un territorio donde morar que ofrecía en vida y sigue vivo en su escritura y memorias como un lugar y un tiempo del habitar. No es solo que quisiera tal cosa, sino que lo decía, lo pensaba, lo escribía y lo realizaba. Donde fuera escuchado o leído engendraba una suscitación colectiva, una en la que se hablaba, se escribía y se escuchaba en correspondencia. Escucharlo o leerlo a Horacio es participar en la reciprocidad de la conversación por él ocasionada. Y claro que no es igual en su ausencia. Es de lo que su ausencia nos priva. Acudamos a dos modos poéticos en que esto se dijo mejor.

IV.
Esteban Bitesnik escribió lo siguiente en su muro de Facebook el 22 de junio de 2021, la fecha en que falleció Horacio: “¿A qué hora entraba Horacio González a la Biblioteca Nacional? (antes que un minúsculo director decidiera trasladar la oficina al tercer piso para tener vista al río). Imposible saberlo. Imposible saberlo porque González subía las escaleras que conducen a la plaza que sirve como antesala o umbral de acceso y ya era detenido por una empleada o un empleado para saludarlo y hacerle una consulta: sobre por qué los sueldos, los baños, los libros, por qué suben y bajan los ascensores, por qué hace calor, por qué hace frío, por qué existe el antiperonismo, por qué Borges no escribió novelas, por qué podan los árboles, por qué hay tantos gatos, por qué existe la tragedia, por qué el café del bar es tan malo, por qué Astier quiere incendiar a un pobre, por qué la comida de La Porteña llega fría, por qué llueve, por qué Macbeth se volvió loco, por qué sale el sol, por qué no funcionó el marxismo, por qué hay lectores, por qué a Clorindo Testa le gusta el cemento, por qué migran las aves, por qué todavía no hay paritarias, por qué el agua tiene mucho cloro, por qué vive la gente, por qué se muere la gente, por qué no me casé con la hija de la lavandera. González con su página 12 y una pila de libros bajo el brazo miraba hacia el cielo y empezaba a balbucear una respuesta. Entre una de esas preguntas y una de esas respuestas, se producía la llegada de otro empleado que hacía fila, entonces era como una suerte de perpetua carrera de Aquiles y la tortuga. ¿Alcanzaba Horacio González a llegar a la Biblioteca? La respuesta está soplando en el viento. ¡Adiós González! y el universo se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza y la Biblioteca entristece”.

V.
Juan Laxagueborde lo dijo mediante una compilación de escritos de Horacio en un libro titulado Saberes de pasillo. Universidad y conocimiento libre, publicado en 2018 por Paradiso, apenas tan cerca de la fecha que nos estremece. En el prólogo, escribe refiriéndose a González: “Lo suyo es la investigación como ensayo, como transformación permanente de las certezas en el espacio de la escritura o de la clase. Dice en uno de los ensayos, refiriéndose a algunos investigadores y el método: ‘Demuestran que este no viene antes o se explica después de lo que se ha hecho, que no es guía ni andamio, sino que si usamos aquel nombre, es para decir que si es bueno, se presenta como la totalidad irreductible de lo que se ha pensado’ […] [P]ara González la tradición es una lucha y una acción paradójica que enfrenta desde el frentismo bibliográfico a cualquier institución de la enseñanza estancada. La tradición es para él lo abierto, lo tenso, lo negativo, lo mitológico. Las palabras del profesor son tradicionales porque conversan con los fantasmas y son vanguardistas porque pueden conversar con esos fantasmas y con lo más ordinario del presente a la vez, inventar controversias. Ese es también el anhelo barroco de González”.

Más adelante dice Laxagueborde: “Desde ya que cualquier lector de este prólogo debe antes leer el libro de María Pia López que se titula Yo ya no y que encara desde muchos laterales el centro de la tarea y de la originalidad de González en la cultura argentina. Es un libro de reflexión, de amistad y de vivencias que está escrito para entender la potencia y el afecto de un nombre”.

Y sigamos con una cita de Horacio allí compilado: “Para pensar el problema universitario acaso hay que rastrear en la historia de las instituciones de un modo en que se pueda explicar el oscuro amor que nos concitan, la condición inquisitiva de la que son portadoras y la capacidad de modelar que contienen hacia el mundo humano y social”.

escritorio de horacio gonzalez visto desde arriba, lleno de papeles y materiales de lectura

VI.
Facundo Martínez, compilado por Laxagueborde, obtuvo de una entrevista a Horacio las siguientes palabras, que a los fines de las aquí presentes nos parecen sintetizar el núcleo decisivo del intelectual popular, del intelectual que alienta la letra de la reciprocidad emancipada: “Hay que ver si hay que ser erudito. Y en el caso de que uno lo sea, también debiera disimularlo mucho. Hay que ser un erudito secreto y hablar en secreto de todos los idiomas. Cuando escucho muchas clases lo que veo permanentemente es la actitud enfatizadora de los docentes. La pedagogía es una recarga que se nota en los estilos de la enseñanza universitaria. Yo preferiría que la enseñanza sea a-pedagógica, es decir que lo que hay de pedagogía no se note. Una suerte de enseñanza del profesor distraído, lo que no significa que de ahí no salga una gran erudición o un gran conocimiento”.

VII.
Aquella conversación a la que Horacio convocó toda su vida, entre la militancia política y los bares, entre la universidad, con sus aulas y pasillos, y la Biblioteca, entre el situacionismo movimientista en las calles y los zoom de la pandemia que alcanzó a transitar como si nada más que la palabra siguiera importando, aquella conversación: lo extraña, lo invoca, pide su prosecución, pide reanudar el ritual a su encuentro.

Notas

(1) Disponible en: https://lateclaenerevista.com/horacio-por-alejandro-kaufman/.





 

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