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Tierra fértil para el curriculum latinoamericano

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CONTACTO CULTURAL (Por Alicia de Alba) / Ante el resquebrajamiento de idioma y cultura (en singular), la voz de la interculturalidad emerge con grandes expectativas de convertirse en el terreno curricular en el cual sembrar las luchas por la madre tierra, los derechos humanos, la paz, la perspectiva de género y la relación entre las culturas. Sin embargo, afirma Alicia de Alba, esa voz es alodóxica, obtura la relación entre las culturas de América Latina y forcluye el impacto estructural de dominación. Aquí, un cara a cara con la interculturalidad que clama por un pasaje al contacto cultural como...
CONTACTO CULTURAL CON MAÍZ Y VINO TINTO / Ante el resquebrajamiento de idioma y cultura (en singular), la voz de la interculturalidad emerge con grandes expectativas de convertirse en el terreno curricular en el cual sembrar las luchas por la madre tierra, los derechos humanos, la paz, la perspectiva de género y la relación entre las culturas. Sin embargo, afirma Alicia de Alba, esa voz es alodóxica, obtura la relación entre las culturas de América Latina y forcluye el impacto estructural de dominación. Aquí, un cara a cara con la interculturalidad que clama por un pasaje al contacto cultural como imperativo histórico, social, político y pedagógico.

Por Alicia de Alba
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE). Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de México.

Fotos: Sebastián Miquel

Pasar de la interculturalidad al contacto cultural se traduce en el suelo, en la tierra fértil para construir el curriculum de nuestra América Latina: el curriculum latinoamericano.

En una América Latina –nuestra América Latina– presionada por las más disímiles aspiraciones y estrujada desde el momento de su constitución por los más voraces intereses de dominación, signados por la ambición desmedida e irracional, múltiples voces claman por encontrar un suelo firme en el cual sentar de nuevo nuestros pies para, una vez más, asumir la tarea histórica de construir, la tarea de construirnos a través de una operación pedagógica latinoamericana, popular, democrática y crítica que nuestro presente, en este 2019, nos exige.

Idioma y cultura, así, en singular, se han resquebrajado para enarbolarse como fundamento y pilares que sostengan nuestra subjetividad y en ella la construcción de nuestra identidad y del proyecto educativo, traducido en propuestas curriculares, que nos permita continuar nuestra lucha por la liberación, la justicia y la igualdad social. Idioma y cultura se han resquebrado, historia y política se presentan como luces que guían hacia el develamiento del piso curricular que necesitamos.

Ante tal resquebrajamiento de idioma y cultura en singular, la voz de la interculturalidad emerge con grandes expectativas de convertirse en la tierra curricular en la cual sembrar nuestras luchas por rescatar a la madre tierra, por los derechos humanos, por la paz, por la perspectiva de género y por la relación entre las culturas, entre las más importantes. Sin embargo es clara la dificultad para poner en práctica el diálogo de saberes o la relación entre las culturas, más allá del intercambio de la folklorización de estas. Las políticas interculturales y los programas educativos interculturales están dirigidos a los “otros”, a los indígenas o miembros de las culturas originarias o a otros sectores marginalizados.

Forclusión

¿Por qué la interculturalidad, tan mencionada, reconocida y llevada a políticas y prácticas, se encuentra empantanada? En un arranque de atrevimiento informado, político-académico y con la vista y los pies en nuestra propia historia, afirmo: porque la interculturalidad es alodóxica, obtura la relación entre las culturas de América Latina y forcluye el impacto estructural de dominación. Con ello la interculturalidad, sosteniendo de manera declarativa lo contrario, se esfuerza –sin lograrlo en su totalidad– por mantener las estructuras de dominación coloniales y poscoloniales, regidas por un criollismo ilustrado latinoamericano encarnado en sus oligarquías y burguesías dominantes.
Esta América Latina golpeada en su centro, esto es, en sus diferencias, las que la constituyen. Sojuzgada, avasallada y explotada, como magistralmente lo expresa Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Ha escuchado y seguido en ese centro la voz de la interculturalidad.

Centro construido históricamente, centro imaginado y vuelto a imaginar por generaciones, centro-motor, en el cual yace su subjetividad. Centro-tierra que aspira y respira paisajes, monumentos, pirámides, cordilleras y lides de próceres mujeres, hombres, personas comunes y personas extraordinarias que han construido patria dentro de la patria grande.

Subjetividad atravesada por la etnicidad y esta, la llamada interculturalidad a la que nos referimos en esta nota. Interculturalidad que carga el peso de la llamada conquista y la colonia, de la procedencia –del origen de manera llana–, y así, desde el espacio legítimo de un punto de poder, desde el posicionamiento de sus valientes mujeres, de las múltiples voces que han viajado a través de fronteras y foros para hacerse escuchar, encarno como una más la voz que clama la llegada –por el tiempo y por el espacio geopolítico latinoamericano– del contacto cultural como piso curricular de esta, nuestra América Latina.

En un cara a cara con la interculturalidad que ha mantenido las estructuras de segregación y dominación, clamo por un contacto cultural que se reconozca como relacional, conflictivo, desigual y productivo. ¿Quién dijo que la relación entre diferentes sería fácil y armoniosa? Somos diferentes, somos diferencias y diferencias, diferencias que se arraigan en este suelo en el que fuimos inscritos aun antes de nacer, en ese suelo-horizonte, en esa tierra que nos construye dentro de ella, en sus entrañas y a partir de sus entrañas, tierra-mundo que nos conforma para pensar, sentir, imaginar, percibir, idear, amar y odiar, en este suelo-tierra que dicta, crea y organiza el sistema de significación en el cual hemos sido inscritos y al cual pertenecemos, y sí, en esa lectura nos encontramos de frente con la complejidad, dificultad y potencialidad del contacto cultural, una vez que seamos capaces de nombrarlo y elevarlo a política, a políticas públicas y a política de las relaciones entre diferentes.



La interculturalidad es a la vez la voz de los diferentes y de las diferencias que claman y exigen un espacio en su propio espacio –una y otra vez negado por la voz que las acalla y las mantiene diferencias cerradas, sin posibilidad de movimiento más allá de la diferencia misma–. Las políticas interculturales son alodóxicas en el sentido de presentarse justo como aquello que ocultan. Las políticas interculturales son pensadas e instrumentadas por quienes no sienten ni viven su pertenencia a las culturas originarias o a las otras culturas que conforman nuestra patria, nuestras patrias, y de esa manera perpetúan la fuerza estructural de la injusticia y la dominación, expresada en la desigualdad y la pobreza.
Es importante reconocer. La interculturalidad nos acercó al encuentro y al mismo tiempo nos distanció. La ubicación política nos posicionó y nos dio cierta dirección hacia la lucha por la justicia. Entonces, ¿qué es lo que guardan con tanto recelo la derecha y el conservadurismo con el investimento de la interculturalidad? La estructura de raza, género, clase social y pertenencia cultural.

Pasar de la interculturalidad y la multiculturalidad al contacto cultural se presenta hoy en día –año 2019– en América Latina como un imperativo histórico, social, político, cultural y pedagógico.

¿Qué nos promete el contacto cultural al nombrarlo como teoría y perspectiva latinoamericana para América Latina y para el mundo, con la determinación de devenir política y programas sociales, culturales, educativos? Nos ofrece develar su histórica existencia. Porque el contacto cultural se ha producido a lo largo de la historia y es a través de este que se han formado civilizaciones y nuevas culturas. Nos hemos constituido en y por el contacto cultural, pese los esfuerzos por evitarlo, forcluirlo y obturarlo.

El contacto cultural es relacional, y ese es el primer elemento constitutivo del mismo, de ahí el esfuerzo por evitarlo, por mantener en sus niveles más bajos y de folklorización dicho contacto. El contacto cultural es conflictivo, porque cuando dos o más culturas se encuentran en una relación, el conflicto es constitutivo de esa relación, las formas de comunicación, de inteligir, de percibir, de manejar y expresar las emociones son diferentes. El asumir el carácter conflictivo del contacto cultural no resuelve el conflicto específico, sino que pone atención en los mecanismos a partir de los cuales se aborda, se trata. El contacto cultural es desigual, el poder, los elementos y las herramientas de todo tipo son desiguales. Carácter conflictivo y desigual del contacto cultural se dan en una situación, en un ambiente (rapport) de atracción y rechazo, de temor y deseo, y ello mueve al contacto. El contacto cultural es productivo, en el seno del conflicto y la desigualdad cultural, con atracción-rechazo, temor-deseo, el contacto cultural produce nuevos elementos en los sistemas de significación de quienes participan de él y en periodos prolongados de tiempo se construyen y constituyen nuevas culturas.

América Latina, tierra de valientes, de quienes fueron capaces de imaginar y crear naciones, culturas, poesía, premios Nobel y todas aquellas manifestaciones excelsas imaginadas y alcanzadas por los seres humanos, con determinación decide develar el contacto cultural como la tierra curricular en la cual sembrar y cultivar anhelos, luchas y deseos de una educación latinoamericana, traducida en el curriculum latinoamericano que en dicha tierra siembra la determinación de luchar por la justicia, la igualdad social, el reconocimiento de las voces del imperativo de ponerle un alto a la devastación ambiental que hoy se vive ya como cambio climático, de los derechos humanos, de la perspectiva de género, de la paz en el mundo-mundos, de la superación de la pobreza, del respeto y contacto entre las diferencias, de las diversas formas de articulación social, humana y política a través de una operación pedagógica latinoamericana, popular, democrática y crítica.




 

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