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Bayer, la vida de izquierda

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LEGADOS (Por Diego Tatián) / Lo que anima la intensa vida de izquierda de Osvaldo Bayer –esa que rompe con su naturalizado “estar de acuerdo”, con su banal consentimiento de los hechos–, lo que esencialmente atesora el tesoro que nos ha legado, es el interrogante fundamental por la crueldad humana. En esa clave pueden ser leídos, en efecto, sus libros. En esta nota, Diego Tatián analiza su tarea historiográfica, presidida por la autoexigencia intelectual de no permitir que lo derrotado se pierda en el tiempo de lo que ha vencido, como una arqueología del impulso de libertad que se alza impidiendo que los sistemas de dominación se perpetúen, y, ante todo, como una amorosa enseñanza para aprender...

LEGADOS / Lo que anima la intensa vida de izquierda de Osvaldo Bayer –esa que rompe con su naturalizado “estar de acuerdo”, con su banal consentimiento de los hechos–, lo que esencialmente atesora el tesoro que nos ha legado, es el interrogante fundamental por la crueldad humana. En esa clave pueden ser leídos, en efecto, sus libros. En esta nota, Diego Tatián analiza su tarea historiográfica, presidida por la autoexigencia intelectual de no permitir que lo derrotado se pierda en el tiempo de lo que ha vencido, como una arqueología del impulso de libertad que se alza impidiendo que los sistemas de dominación se perpetúen, y, ante todo, como una amorosa enseñanza para aprender a no cansarnos, para no sentirnos solos, para no ser parte y para orientarnos siempre por la memoria de las luchas populares, una y otra vez, objeto de la infinita crueldad.

Por Diego Tatián
Docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.

Fotos: Sebastián Miquel

Es posible pensar el trabajo de Osvaldo Bayer bajo el signo del Angelus Novus de Paul Klee, que Walter Benjamin adquirió en 1921 y describió en uno de los pasajes más citados de su obra: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él está representado un ángel como si estuviera a punto de alejarse de algo que mira atónitamente. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, abierta su boca, las alas tendidas. El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado…”(1). La autoexigencia intelectual de no permitir que lo derrotado se pierda sin memoria en el tiempo de lo que ha vencido preside también aquí la pesquisa exhaustiva –y a la vez amorosa– de nombres, marcas, legajos policiales de luchadores sociales, artículos en olvidados periódicos obreros, tumbas sin cruces en páramos donde el silencio se hace inmenso…

La tarea historiográfica de Bayer es al mismo tiempo una arqueología popular de lo que Freud llamó Freiheitsdrang –que puede traducirse como ‘impulso de libertad’, acaso también como ‘urgencia de libertad’, e incluso ‘impaciencia de la libertad’–. Se trata de una palabra que designa un movimiento profundamente humano, inevitable y fuera de todo cálculo: alzarse, levantar la mano, abandonar el lugar preasignado, no obedecer una orden, resistir una opresión que busca naturalizarse, infinita gestualidad del rechazo y su casuística preciosa. Impulso que brota de un fondo misterioso y anómico, cuya insistencia en suceder otra vez, una y otra vez, sin ser capaz de aprender las lecciones del Poder (¿desde qué recóndita reserva de la vida?), impide que los sistemas de dominación estén seguros para siempre. No son los seres humanos los que se rebelan, ni enteramente sujetos de las rebeliones que desencadenan, sino algo que hay en ellos, muchas veces a pesar de ellos. La memoria de las luchas sociales despierta una confianza en eso que hay y de lo que no disponemos –pues la organización, la comunicación, la teoría y la disputa lúcida suceden siempre después de que eso inapropiable, imprevisible pero inagotable, se manifiesta–.



La arqueología de las luchas sociales derrotadas que Osvaldo Bayer exhuma no se propone –no solo– hacer un “tesoro de sufrimientos” (con esta expresión –Leidenschatz– concibió Aby Warburg el sentido de sus estudios iconológicos)(2), sino disipar la soledad. La soledad de quienes, en cualquier tiempo, rehúsan ser parte de la adversidad que se impone y acomodarse a ella. Pues ese “no ser parte” es la forma de vida que rompe con su naturalizado “estar de acuerdo”, con su deriva puramente esteticista, con su banal consentimiento de los hechos…, con lo que ha sido llamado una “vida de derecha”(3). En contrario, una vida de izquierda es la que nunca abjura de concebir otra cosa que esto, y pone los actos, las palabras y la existencia toda en el riesgo de ser conducida por ese pensamiento de otra cosa. Lo que anima la intensa vida de izquierda de Osvaldo Bayer, lo que sobre todo atesora el tesoro que nos ha sido legado por él, es el interrogante fundamental –que gustosamente llamaríamos filosófico– por la crueldad humana; o bien, según ese interrogante es más precisamente formulado en el prólogo a Exilio: “¿Por qué existen los crueles?”.(4)  Sus libros pueden ser leídos, en efecto, como una asombrada indagación de la crueldad, y junto a ella una indagación de la violencia, de la violencia justa, y de la paz.

El ajusticiamiento del jefe de policía Ramón Falcón (responsable de la brutal represión de trabajadores en la llamada “Semana Roja”) por el obrero anarquista ucraniano Simón Radowitzky el 14 de noviembre de 1909. La muerte del teniente coronel Varela (ejecutor del fusilamiento ilegal de 1.500 obreros patagónicos, según no pocos documentos y testimonios habilitada por Yrigoyen) a manos del solitario Kurt Wilckens el 27 de enero de 1923 (como Avelino Arredondo en el relato de Borges, desde meses antes de llevar a cabo su acción vengadora Wilckens se aisló, dejó de concurrir a los locales libertarios, abandonó su trabajo e interrumpió todo contacto con sus compañeros de lucha para no comprometerlos). La “revolución violenta” a través de bombas de Severino Di Giovanni. La decapitación del exterminador de comunidades originarias Friedrich Rauch (que en un parte de guerra había escrito: “Hoy, 18 de enero de 1928, para ahorrar balas degollamos a 28 ranqueles”) por el indio Nicasio Maciel, más conocido como “Arbolito”(5)… Los textos de Osvaldo Bayer reponen la inextinguible pregunta por la violencia justa.(6)  ¿Existe la violencia justa? Pregunta anacrónica que pareciera conmover los trabajosos consensos conseguidos y acaso sin respuesta posible, pero cuya supresión nos condena inermes a la barbarie consumada. La evitación de cualquier respuesta afirmativa no extingue la pregunta ni debe hacerlo. O bien: la necesaria sustracción de la violencia no se exime de afrontar la incomodidad de sus motivos, ni acepta el negacionismo de las crueldades que la desencadenan. Para alojar esa tensión que atraviesa las cosas y rehusar cualquier liquidación moralista de su dificultad, acaso pueda decirse que la violencia nunca es predicable ni legítima pero sí muchas veces justa. La justicia sin predicación es lo que quizás desquicia al ángel de la historia.

Esa mediación a través de la dificultad en las cosas mismas a la que obliga cualquier reflexión sobre la violencia es lo que dota de la mayor seriedad al trabajo de Osvaldo Bayer, que se empeña en honrar una historia –la historia de anarquistas españoles, alemanes, italianos, chilenos, rusos; la historia de obreros anónimos y habitantes originarios de la Patagonia exterminados por el Ejército Argentino– y en preservar una memoria de sus ideas y sus acciones, no solo con el propósito de sustraerlas del negacionismo, el ocultamiento y la mentira, sino también de la hipocresía y la estupidez. Que arrojan una sombra larga.

En efecto, tras regresar de Hamburgo donde se había radicado algunos años como estudiante de Historia, Bayer se trasladó a Chubut para trabajar como jefe de redacción del diario Esquel. Por desaveniencias con el director sobre artículos que denunciaban a políticos y terratenientes ligados al robo de tierras indígenas, como era de preverse, fue despedido poco tiempo después. Un mes más tarde fundó La chispa (en homenaje a Iskra, periódico que Lenin, Trotski, Kautsky, Vera Zasúlich, Plejánov y otros revolucionarios rusos publicaron en 1903 en diversas ciudades europeas).
De La chispa –que era gratuito y cuya bajada proclamaba: “Contra el Latifundio - contra el Hambre - contra la Injusticia”– aparecieron ocho números entre el 20 de diciembre de 1958 y el 4 de abril de 1959,(7) cuando Bayer fue expulsado de Esquel. La investigación más importante del periódico en su breve existencia denunciaba el despojo ilegal de tierras de la comunidad Cushamen (las mismas que todavía reclama la comunidad mapuche contra Benetton, y que motivó la represión de la Gendarmería que resultó en el asesinato de Santiago Maldonado en febrero de 2017).



Sin embargo, hay algo irreductible al latrocinio y la sangrienta apropiación de tierras por la vieja oligarquía, que estableció la acumulación primitiva de las clases dominantes argentinas; una excedencia en el ejercicio puro de la dominación que lo vuelve inexplicable por la angurria de propiedad. Una primariedad de la venganza y el odio cuyo fondo oscuro no tiene historia. El fascismo –cualesquiera sean o hayan sido sus nombres– no tiene historia. La crueldad –que significa no detenerse hasta hacer brotar la sangre (cruor)– y el encarnizamiento –no detenerse hasta haber devorado toda la carne–, carecen de explicación económica o política. Más bien tienen su inscripción en el orden del goce, que excede el amedrentamiento, el disciplinamiento y la tortura con propósitos puramente pragmáticos.

Cuando descuartizaron a Túpac Amaru (quisieron hacerlo mientras estaba vivo pero no pudieron; debieron decapitarlo antes) en la plaza de Cusco luego de cortarle la lengua a él y toda su familia una tarde latinoamericana de 1781,(8) fue para dispersar sus restos entre las poblaciones andinas aledañas como amenaza y advertencia a quien quisiera repetir la rebeldía (no obstante, repetida en mayo de 1810). Pero lo central fue otra cosa: el goce de producir sufrimiento hasta el infinito (otro tanto sucedió en la Patagonia argentina; los estancieros trocaban una cantidad de dinero por orejas, testículos o mamas de indios, y, según el mayor Gómez –que se encontraba en Santa Cruz entre los hombres de Varela durante la matanza de 1921–, la estancia Menéndez Behety pagaba una libra esterlina por cada cabeza de indio).(9)

El ensañamiento con Milagro Sala (saña: no parar hasta arrebatar la sangre y la carne) repite la misma historia (porque no tiene historia); actualiza la invariable de crueldad que la clase dominante argentina ejerce brutalmente sobre comunidades originarias y sectores populares. Aprender a vivir no es posible sin afrontar la pregunta: ¿cómo ser contemporáneos de ese ensañamiento? ¿Cómo serlo de la perversidad planificada que, en repetición de tantas otras, el gobernador de Jujuy ejerce sobre el cuerpo de Milagro? ¿Cómo serlo de su encarnizamiento? ¿Es esta, acaso, una pregunta política? Ojalá Milagro esté protegida por una sabiduría de la que nosotros carecemos, condenados a no saber ser contemporáneos de lo siniestro –no saber hacer lo que sería necesario hacer, ni pensar lo que sería necesario pensar, ni encontrar las palabras que haría falta decir–.

Pero, aunque aún despojados de esa sabiduría, al menos tenemos ahí el trabajo amoroso e intenso de Osvaldo Bayer, para aprender a no cansarnos, para no sentirnos solos, para no ser parte y para orientarnos siempre por la memoria de las luchas populares, una y otra vez, objeto de la infinita crueldad.



Notas

1 Benjamin, W. (s/f). “Sobre el concepto de historia”. En: La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, traducción de Pablo Oyarzún. Santiago de Chile: Arcis/Lom, pp. 53-54.

2 Cfr. Didi-Huberman, G. (2018). Sublevaciones. México: Museo de Arte Contemporáneo-UNAM, p. 34.

3 Esta categoría fue introducida a la discusión por el libro de Silvia Schwarzbӧck Los espantos. Estética y postdictadura (Buenos Aires, Cuatrenta Ríos, 2015).

4 Bayer, Osvaldo (2009). “Prólogo”. En: Bayer, O. y J. Gelman, Exilio. Buenos Aires: Editorial La Página, p. 5.

5 En 1963, durante el gobierno de José María Guido, Bayer viajó a la ciudad bonaerense de Rauch, donde dictó una conferencia y propuso –por primera vez– el cambio de nombre del lugar por el de “Arbolito”. El ministro del Interior de Guido era Juan Rauch, bisnieto del citado coronel –que había justificado su matanza con una perfecta expresión de la Patria Propietaria: “Los ranqueles no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad”–. El ministro Rauch ordenó la inmediata detención del escritor al regresar a Buenos Aires. Si bien hasta hoy este cambio no prosperó, por su iniciativa el nombre del general Roca fue sustituido en calles, escuelas y plazas de más de veinticinco ciudades argentinas.

6 Podría añadirse a los anteriores el caso –notablemente similar al de Wilckens dos años después– del estudiante armenio Soghomon Tehlirian, sobreviviente del genocidio perpetrado entre 1915 y 1918 bajo el Imperio otomano. El 15 de marzo de 1921 a las 10 a. m., en la ciudad alemana de Charlottenburg, Soghomon dio muerte de un disparo en la frente al gran visir turco Talaat Pachá, responsable –junto a Djemal Pachá y Enver Pachá, ideólogos del movimiento panturquista– del asesinato de 1.500.000 armenios. En sus memorias, Tehlirian escribió: “A la mañana me desperté más temprano de lo acostumbrado. Los rayos del sol ya habían alcanzado la ventana del edificio de enfrente. Apenas había terminado de tomar mi té, y quería acercar el sillón al borde de la ventana, cuando de repente, en el balcón de enfrente, vi a Talaat. Quedé petrificado. ¿Era él?... Desde la vereda de enfrente me acerqué con pasos apresurados. Me adelanté bastante y crucé a la vereda por donde él iba. Me di vuelta y nos acercamos. Él venía paseando, balanceando el bastón descuidadamente. Quedaba entre nosotros una pequeña distancia, cuando una sorprendente calma infundió todo mi ser. Cuando estábamos ya frente a frente, Talaat me miró fijo. En sus ojos fulguró el temblor de la muerte. Desvió su último paso, se torció un poco para evitarme; pero sacar mi arma y descargarla en su cabeza, fue todo uno…”. Tras su acto, Tehlirian fue inmediatamente apresado por los transeúntes, llevado a juicio y finalmente declarado absuelto por un tribunal alemán, en Berlín, el 3 de junio de 1921. En varias de sus crónicas, Osvaldo Bayer se solidarizó con la causa del pueblo armenio, por lo que en 2003 recibió del Consejo Nacional Armenio de Sudamérica la distinción Hrant Dink al periodismo argentino.

7 Existe una reciente edición facsimilar del periódico al cuidado de Bruno Napoli: Bayer, Osvaldo (2017). La chispa. Contra el latifundio - Contra el Hambre - Contra la Injusticia. Buenos Aires: Editores Ignorantes.

8 José Gabriel Condorcanqui Noguera, o simplemente Túpac Amaru II, se había formado en el Colegio San Francisco de Borja, donde estudió latín y ciencias, y luego leyes en Chuquisaca. Encabezó el mayor movimiento indigenista e independentista en el Virreinato del Perú junto a su esposa Micaela Bastidas Puyucahua (encargada del aprovisionamiento de las tropas, la expedición de salvoconductos para facilitar el movimiento de quienes viajaban a través de amplios territorios, la organización de la retaguardia indígena y la organización de chasquis que llevaban rápidamente información de un punto a otro del territorio rebelde). La revuelta exigía la independencia de la Corona española, la abolición de la esclavitud de los negros y la eliminación de las formas de explotación indígena: mita minera, alcabala, reparto de mercancías, obrajes, etcétera (hay interesantes testimonios de Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan José Castelli y otros militantes del movimiento independentista en los que se condena esas mismas instituciones y se reivindica a Túpac Amaru y Túpac Katari –revolucionario indigenista aymara boliviano que sitió la ciudad de La Paz en 1781 y combatió contra el poder español junto a su esposa Bartolina Sisa–). Como reacción, se desató una feroz represión no solo para destruir la revolución indigenista, sino para aleccionar cualquier intento futuro de repetirla. Con ayuda de Buenos Aires y Lima, se movilizó un ejército de 17.000 hombres que finalmente logró capturar al cabecilla rebelde. El 18 de mayo de 1781, en acto público en la Plaza de Armas de Cusco, se cumplió la ejecución de Túpac Amaru II, pero antes fue obligado a presenciar la tortura y el asesinato de sus amigos, de sus dos hijos mayores y de Micaela. La primera medida del gobierno español luego de la ejecución fue prohibir el uso de la lengua quechua, según describe el documento Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza de Cuzco, el 18 de mayo de 1781, que compila Pedro de Angelis. La revuelta de Túpac Amaru fue un preludio de las luchas por la independencia que comenzarían con la de Haití en 1804.

9 Bayer, Osvaldo (1985). La Patagonia rebelde. Buenos Aires: Hyspamérica, p. 294.





 

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