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Contra la clausura

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Por Adriana Puiggrós / ACERCA DE LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA / Mientras depurar la educación de saberes históricos, además de cargar al pasado todos los males presentes, es una de las principales medidas que toman los gobiernos neoliberales –los de ese régimen que pretende presentarse como un estado necesario en el que no resta más que sobrevivir–, la insuficiencia de análisis críticos respecto de las políticas educativas nacionalistas populares dificulta la elaboración de alternativas, ya que todo proyecto innovador se inserta en un relato mayor y se nutre de elementos de la historia que es necesario reconocer. ¿Dónde buscarse, si no en alguna historia, cuando no es posible imaginar el horizonte? Claves para que la crisis que atraviesa el neoliberalismo se convierta en la oportunidad de...
ACERCA DE LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA / Mientras depurar la educación de saberes históricos, además de cargar al pasado todos los males presentes, es una de las principales medidas que toman los gobiernos neoliberales –los de ese régimen que pretende presentarse como un estado necesario en el que no resta más que sobrevivir–, la insuficiencia de análisis críticos respecto de las políticas educativas nacionalistas populares dificulta la elaboración de alternativas, ya que todo proyecto innovador se inserta en un relato mayor y se nutre de elementos de la historia que es necesario reconocer. ¿Dónde buscarse, si no en alguna historia, cuando no es posible imaginar el horizonte? Claves para que la crisis que atraviesa el neoliberalismo se convierta en la oportunidad de construir un nuevo orden recuperando las experiencias que permitan inscribir el futuro de la educación en la genealogía del pueblo y la nación.

Por Adriana Puiggrós
Doctora en pedagogía de la UNAM y doctora honoris causa de la Universidad Nacional de La Plata y la Universidad de Tucumán. Fue directora general de Escuelas de la provincia de Buenos Aires y diputada nacional. Ha publicado veinticinco libros de su autoría y más de cincuenta en colaboración.

Fotos: Sebastián Miquel

La expansión del lenguaje economicista aplicado a la educación es acompañada por un retiro de la enseñanza de la historia, así como de su referencia en espacios destinados a la enseñanza de otros saberes. La sociedad capitalista neoliberal es asumida como un estado necesario en el cual habrá que sobrevivir a los males que produjo el régimen que la caracteriza. No hay afuera, no hay más contenidos que los transmitidos por los poderes cada vez más concentrados, no hay sentidos utópicos en la enseñanza y en el aprendizaje.

El abandono de esa gran categoría de la modernidad como era el progreso de la historia humana fue el fracaso de una ilusión que costará mucho tiempo superar. El ángel de la historia evocado por Walter Benjamin (1955) tiene las alas amarradas mientras se le viene encima un huracán que ha dejado destrucción tras sí: el progreso prometido no ha sido universal, no fue amigo de la igualdad. El desprestigio de la idea de progreso no solamente afecta el futuro, sino que desnuda el pasado, poniendo en evidencia la arbitrariedad del relato histórico que heredamos. La operación neoliberal consiste en “tirar el agua con el niño”: arrasar con todo pasado, especialmente el de los sujetos que se rebelaban a la opresión.

La caída de los regímenes del campo socialista a finales de los años ochenta fue el golpe de gracia, pues eliminó la ilusión de una otredad apoyada en un modelo distinto de sociedad, cuyo principal fundamento había sido la promesa de progreso hasta alcanzar la igualdad social. Aunque la caída del “socialismo real” fue antecedida por la apertura de nuevas discusiones teóricas sobre el marxismo, la naturaleza de las experiencias socialistas y las posibilidades tanto de sostenimiento de los gobiernos socialistas subsistentes como el cubano como de ajustes del mismo modelo, los límites propios y la derrota a manos del neoliberalismo fueron aplastantes.

El triunfo de la globalización hegemonizada por el neoliberalismo, y en particular la extensión de este último en el ex campo socialista, eliminó la posibilidad de realizar balances equilibrados, de modo que se enterró la utopía de una sociedad igualitaria junto con el stalinismo. Preguntas fundamentales sobre lo necesario y lo contingente quedaron sin resolver. ¿Un régimen de terror era necesario para producir el salto de la sociedad feudal al socialismo? ¿Cuál fue la incidencia de la decadencia política en el socialismo en la carrera internacional por el conocimiento? ¿Los límites del socialismo real fueron intrínsecos a su modelo? ¿Hubo un déficit en la transmisión intergeneracional de la cultura, fracasó la educación? ¿Cómo se vincula la mayor empresa educativa laica de la historia, como fue la campaña de alfabetización soviética, con la opción actual por el capitalismo? Mi intención no es extenderme en este texto sobre el tema, sino resaltar el hecho de mayor importancia de nuestra época que afectó la caída de las utopías y propició la tachadura del progreso en todas sus variantes, excepto la definida como acumulación de capital a costa de la tierra y la humanidad.



Algo semejante respecto a la educación llevada a cabo por los nacionalismos populares que llamaré “populistas de izquierda” (Mouffe, 2018). Generalmente se trata de políticas estatales que han sido interrumpidas violentamente, por ejemplo: Brasil (1964 y 2016), Chile y Uruguay (1973), Argentina (1975); o bien en elecciones: Nicaragua (1990), Argentina (2015); o decayendo como la educación revolucionaria-cardenista mexicana, que actualmente se propone recuperar el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Un prejuicio ha orientado a numerosos autores a dar cuenta de experiencias de educación popular no formales y antiestatales sin abordar, ni siquiera de manera crítica, los programas educativos llevados a cabo en el marco de aquellos regímenes. Cierta descalificación del estatus teórico de las políticas educativas nacionalistas populares desmotiva a los intelectuales a analizar sus bases filosóficas, psicológicas, sociológicas y pedagógicas. No hay una crítica suficiente, por lo cual se vuelve difícil elaborar alternativas. En toda crítica hay un proyecto, diría Paulo Freire. Explícita o implícitamente, todo proyecto innovador se inscribe en una genealogía y se nutre de elementos de la historia, pero es necesario reconocerlos.

La inscripción del educador

¿Dónde buscarse, si no en alguna historia, cuando no es posible imaginar el horizonte? Descubrir y admitir una pertenencia en ocasiones asombra a los estudiantes y los docentes, en particular cuando encuentran emprendimientos con vocación de justicia social que fueron obra humana, en los cuales reconocen algunas de sus ideas actuales. ¿Podrían haber estado inscriptos, por ejemplo, en la genealogía freireana, o en la robinsoniana, sin saberlo? Naturalmente que sí, al coincidir su postura política y pedagógica en la práctica. Cada utopía, cada experiencia educativa, cada política estatal alternativa, desde esa vocación, alerta al menos en dos sentidos: como demostración de su posibilidad y como bagaje que los educadores pueden llevar consigo, pero el sostenimiento en el tiempo de las posturas o las experiencias populares depende en mucho de la consistencia de su teorización.

La asunción consciente de una genealogía implica realizar algunas cuantas operaciones. Si la crisis que atraviesa el neoliberalismo es una oportunidad para que la izquierda populista construya un nuevo orden hegemónico, es necesario reconocer experiencias. Recupero este último término otorgándole un sentido deweiano (de tanta importancia para la pedagogía) precisamente para recalcar el carácter no esencialista de aquella recuperación y su registro ubicado en el transcurrir de la historia.

La insuficiencia pedagógica

La pedagogía ha sido proclive a empantanarse en categorías indiscutibles y constituir modelos definitivos. En particular después del auge del positivismo y las respuestas espiritualistas, ha sido escasa la producción en teoría pedagógica, lo cual es una de las explicaciones de la facilidad con la cual las categorías neoliberales ocuparon el espacio pedagógico. Es necesario también interpretar corrientes pedagógicas, o reinterpretarlas, dado que los manuales las han congelado construyendo previamente, en ocasiones, articulaciones bastante discutibles. Se requiere investigar la trascendencia social y política de las experiencias y corrientes en diversos sentidos: hacia el campo educativo, hacia otras expresiones de lo social y a lo largo del tiempo y el espacio.

Desde ya que la identificación en una genealogía poco aporta si no está inserta en una praxis (permítaseme recuperar tan valioso como desprestigiado término). Y se necesita un poco de fervor. Es notable la reacción de los docentes y los educadores que cursan posgrados cuando ingresan a las páginas de la historia de la educación o se les proporciona información sobre acciones de educación popular de otras épocas. En relación con los textos básicos, es frecuente encontrar que nunca leyeron Facundo, de Sarmiento, La raza cósmica, de Vasconcelos, o el Ariel, de Rodó. A veces solo conocen de oídas La pedagogía del oprimido, más como un modelo que enraizada en su historia. En cuanto a los procesos educativos populares, hay una falta de información mayor. Respecto de los más recientes, suelen reducirlos a los acontecimientos políticos, pero apenas se menciona que los educadores –en las escuelas, en los barrios, donde fuere– de alguna manera resuelven problemas pedagógicos y frecuentemente producen innovaciones valiosas que no trascienden, los estudiantes y docentes se apresuran a relatar situaciones que han protagonizado. Se entusiasman al encontrar interlocutores y se emocionan al rememorar que pudieron diseñar soluciones creativas; pueblan el ambiente con un entusiasmo que tira por la borda el aburrimiento que ellos mismos señalan al hablar de la escuela actual. Y se preparan para insertar su biografía profesional o estudiantil con un relato mayor y superar la situación que define la revista de la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación, Educación y Cultura, en un editorial: “Hay un temor a contar y saber la historia desde el pensamiento crítico y el análisis diverso, que permita interpretar el horizonte de sentido que nos constituye, para contar una historia que nos ponga en la ruta de la emancipación por la toma de conciencia de una memoria colectiva” (Fecobe, 2018: 5).

No en vano una de las medidas que toman los gobiernos neoliberales es reducir o eliminar la enseñanza de la historia, así como cargar al pasado todos los males presentes, incluyendo los causados por ellos mismos. Es que sumergirse en la historia permite, como sigue diciendo el citado editorial, generar identidad y comprender las condiciones que han determinado la desigualdad, la injusticia y la exclusión. Creo que ese entendimiento incluye el rol que ha jugado la educación en la reproducción de esas condiciones tanto en su espacio como en el conjunto de los ámbitos sociales, de la enorme incidencia del registro pedagógico de los procesos políticos.

Enseñar historia

Vemos otro tipo de resistencias a enseñar la historia, que son de orden pedagógico. Enseñar historia presenta dificultades para el neoliberalismo porque su relato es en realidad un contrarrelato o una antihistoria. Esta última aseveración busca afirmar la infinitud del poder corporativo actual y su noción de cultura que nos asegura que el siglo XIX pasó hace mucho y el XX, que habilitó desmembrar los cuerpos en guerras y holocaustos, proporciona materiales invalorables a la sangrienta producción mediática del siglo XXI, sosteniéndonos bajo la amenaza de que la historia se repita. La operación de clavarnos en el aquí y ahora se sirve del horror y no de la felicidad, para convencernos de que todo pasado fue peor.



La imposición de la antihistoria requiere de variados tipos de represión. Exclusiones de contenidos, censura, descalificación de relatos heredados, desinformación de la actualidad, o bien reproducir un antiguo mecanismo, como propuso Margaret Thatcher en la Cámara de los Comunes: “En lugar de enseñar generalidades y grandes temas, ¿por qué no volvemos a los buenos tiempos de antaño en que se aprendían de memoria los nombres de los reyes y las reinas de Inglaterra, las batallas, los hechos y todos los gloriosos acontecimientos de nuestro pasado?” (en Fontana, 2018: 9).

Pero Thatcher es algo antigua. La orden escolar “¡Chicos, las manos sobre el pupitre, y a memorizar la historia!” ha sido barrida por la poderosa imagen digitalizada, depositaria del poder corporativo y plena de ansiedad por devorar las mentes y cuerpos jóvenes. La represión del sexo está fuera de moda; la pantalla controla la actividad sexual, al ser quien la expone, permite, regula, administra su repetición, estableciendo la repetición como la principal conducta de chicos que teclean y vuelven a teclear, horas y horas. No hay más secreto, solo hay que aprender la variación de las reglas de cada juego. Las propuestas pedagógicas neoliberales podrían resumirse en las órdenes “¡Chicos, los dedos sobre las teclas del celular, el emprendedor se forma con la mente aquí y ahora!”; “¡Amigos (docentes, líderes, voluntarios), respiren hondo, tómense un recreo cerebral, relájense escuchando a Chopin!”.

Enseñar historia no pertenece a ese universo. Por eso Zamba, el personaje de Pakapaka, fue expulsado de la pantalla macrista. Conozco familias que celebraron ese acto de censura; ellos mismos no permitían a sus hijos ver la historia argentina versión K en los años de gobierno de Néstor y Cristina. Pero no solamente Zamba fue expulsado de Pakapaka, sino toda versión de la historia. En cambio, ingresaron videos que instruyen a los niños sobre neurociencias, teorías de la mente y facultades mentales. Se incluye un noticiero para niños que pasa un reportaje a Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y en la misma serie, irrespetuosamente, noticias sobre niñas que levantan pesas, niños pobres como Elías, quien, según el mensaje, gracias al gobierno (macrista) salió del barro contaminado y fue a una casa mejor; Franco, que toca el bombo; Iván, que canta y pinta; varias noticias sobre niños discapacitados y la historia de Manu, que fue atendido en el Instituto Nacional de Rehabilitación. No falta el video sobre el cuidado del yaguareté, dada la importancia que otorga el gobierno de Cambiemos a este animal, cuya imagen estampó en el billete de quinientos pesos, rompiendo la pedagógica tradición de imprimir retratos de próceres.

En 2016 ocurrió un hecho revelador. La postura frente a la historia del neoliberalismo dependiente, como es el caso de los países latinoamericanos, fue expresada por el presidente Macri comprometiendo gravemente la soberanía nacional. Fue en el acto en conmemoración del bicentenario de la Independencia, donde el primer mandatario argentino dijo, en presencia del rey Juan Carlos de España, involucrando a los gobernadores presentes, que estaban “tratando de pensar y sentir” lo mismo que “un conjunto de ciudadanos que se animaron a soñar” dos centurias atrás. Agregó: “Ellos, en ese momento, claramente debían tener angustia de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España”.

Este bucle de la historia que pretende hacer Macri busca clausurar la historia misma y el futuro. Depurar la educación de saberes históricos es condición para alcanzar ese objetivo. En momentos de escribir este texto, Macri y Piñera se han reunido bajo los naranjos del Palacio de la Moneda, que recuerdan a Salvador Allende, para proclamar el fin de la Unasur. Acompañados por el grupo de mandatarios de la región adheridos al neoliberalismo, anunciaron la formación de un nuevo organismo denominado Prosur, que será “más liviano”, según las palabras del presidente chileno, con menos “ideologismo y burocracia”. Prometieron repasar “las lecciones, los errores y aciertos del pasado”. ¿Se trata de un repentino interés por la historia que nos hermana en las luchas populares? No. El procedimiento consiste en mencionar “la herencia recibida” de los gobiernos populares para descalificarla. Aprendamos y enseñemos nuestra historia, inscribamos el futuro de la educación en la genealogía del pueblo y la nación.

Referencias

Benjamin, W. “Tesis de Filosofía de la Historia”. Disponible en: www. revoltaglobal.net.
Carelli Linch, G. (22/3/2019). “Mauricio Macri: UNASUR es el último error, donde prevaleció la ideología y los prejuicios”. En: Clarín. Disponible en: https://www.clarin.com/politica/mauricio-macri-unasur-ultimo-error-prevalecio-ideologia-prejuicios_0_80rKmxSsw.html
Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecobe) (2018). “Editorial”. En: Educación y Cultura, Nº 127.
Fontana, J. (2018). ¿Para qué enseñar historia? En: Educación y Cultura, Nº 127.
Macri, M. Discurso en el acto del bicentenario, 9 de julio de 2016. Disponible en: YouTube.
Mouffe, C. (2018). Izquierda. Por un populismo de izquierda. Buenos Aires: Siglo XXI




 

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