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La educación sentimental

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primer plano de horacio gonzalez en plaza de mayo, en medio de mucha gente, durante una movilizacion, con la piramide de mayo y la casa rosada de fondo




Por Diego Tatián / A PROPÓSITO DE HUMANISMO, IMPUGNACIÓN Y RESISTENCIA / Una tarea que tiene como materia lo pensado por el autor, pero también lo que quedó sin pensarse, no como falta, sino como parte principal de su obra. Un texto que es indicador de una encrucijada concreta, gesto político de alta teoría, intervención sobre el presente y escritura a contrapelo, de esas que abren cuando todo cierra. Cuatro apuntes que asumen la tarea acompañando el trabajo de ese texto en cuya propuesta se siembra un terreno común de ideas viejas y nuevas...
A PROPÓSITO DE HUMANISMO, IMPUGNACIÓN Y RESISTENCIA / Una tarea que tiene como materia lo pensado por el autor, pero también lo que quedó sin pensarse, no como falta, sino como parte principal de su obra. Un texto que es indicador de una encrucijada concreta, gesto político de alta teoría, intervención sobre el presente y escritura a contrapelo, de esas que abren cuando todo cierra. Cuatro apuntes que asumen la tarea acompañando el trabajo de ese texto en cuya propuesta se siembra un terreno común de ideas viejas y nuevas con las que desactivar la banalidad del odio y el fusilamiento como horizonte y lógica. Y un solo y fundamental legado: el de la afectividad compleja de quien fue un trapero de la historia.

Por Diego Tatián
Docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.

Fotos: Sebastián Miquel

Uno. Los  libros de Horacio González dejan por delante una enorme tarea a las ciencias sociales, la filosofía y la crítica de la cultura, en las universidades y fuera de ellas. Esa tarea tiene por materia lo pensado por el autor de La crisálida pero también lo no pensado por él, pues, lejos de ser una carencia o una falta, lo que quedó sin ser pensado forma parte principal de una obra, siendo que se revela gracias a ella.

Lo aún no pensado todavía por pensar encuentra en esa obra una inagotable cantera de inspiración: no solo para volver sobre viejos temas y encontrar otros nuevos que iluminen lo que no sabíamos –o iluminen de otro modo lo que ya sabíamos o creíamos saber–, sino también para acompañar “el trabajo de la obra” a máxima distancia del “ethos burocrático” y del “espíritu de Inquisición”.

Los libros últimos de esa obra indican una encrucijada precisa: la que forman el “fusilamiento” –la metáfora del fusilamiento–(1) como banalidad del odio que cunde en las sociedades tecnomediáticas de manera creciente,(2) y la recuperación del “humanismo” –un humanismo sometido a múltiples mediaciones críticas– como concepto político cuyo “anacronismo” aloja una renovada potencia libertaria. Humanismo, impugnación y resistencia, en efecto, es un gesto político de alta teoría. Aunque tiene que ver con el estudio de cosas antiguas, es una gran intervención sobre el presente. Una escritura a contrapelo en tiempos de posthumanismos, transhumanismos y aceleracionismos resignados o celebratorios del destrozo. Un libro que abre cuando todo se cierra. Un libro de arena del humanismo que desvía hacia una refundación –o una memoria– de su experiencia aún inconclusa, compuesto por 58 cuadernos –“olvidados en viejos pupitres”– y un epílogo. Cada capítulo, y casi cada página, propone una línea de investigación que incursiona en el corazón del humanismo –que es también una incursión en el “corazón del daño”– para poner en obra un combate de la palabra consigo misma. 

El “humanismo crítico” que emerge de ese combate se concibe como un programa. O como un “proyecto analítico, emotivo e intelectual” que propone “revisar la aureola incierta que recubre el concepto de humanismo” para obtener en sus restos una resistencia al capitalismo informático, digital, financiero, académico, mediático, y a la lengua pública que lo establece, lo expresa y lo multiplica. Volver la atención al “fugaz brillo salvador de la rareza humana” que alguna vez hubo en él. Y las humanidades –o los studia humanitatis, según la antigua expresión en la que Horacio González se detiene una y otra vez– trasuntan en este caso un cariño por las marcas de lo que los seres humanos han escrito, han pensado y han dejado, orientados por ese “brillo salvador de la rareza”.

El párrafo final del libro –donde hallamos la expresión antes citada– es el precipitado que atesora todas las páginas anteriores: “El humanismo crítico invita a leer por el lado reversible del texto, tanto a aquellos cuyos autores se declararon humanistas (y ponerlos en duda), cuanto a los que se declararon superadores de tan ligero concepto (y ponerlos en duda). Y ver si de ese nombre tantas veces pronunciado en vano, podía extraerse alguna huella cuyo barro seco atestiguara que allí pasó un chubasco antiguo, donde alguna vez alguien vio el fugaz brillo salvador de la rareza humana. Una colección seleccionada de esas rarezas –nombres y escrituras de un ramillete de sensibilidades políticas recobradas–, son los componentes de este libro, que con esta postrera frase llega a su fin” (p. 447). 
En cuanto “crítico”, por consiguiente, humanismo no es aquí tanto –o no solo– un conjunto de estudios a cargo de sabios latinistas –como tal mereció la definición que alguna versión de Wikipedia proporciona a la voz “Humanidades”: “culto a varones, blancos, muertos...”–, sino una interrogación por la existencia humana y un compromiso con la que existe –y sobre todo con la que existe en la adversidad–. Un compromiso “intelectual” a la vez que “emotivo”.

Dos. La “invención” de lo humano –en sentido shakespeariano, o bloomiano– es explorada en su pervivencia y en su fragilidad frente al poder desencadenado de las biotecnologías y las antropotécnicas –que González llama “tecnologías de la existencia”–. Esta reflexión no carece de interlocutores en la cultura argentina. Aquí –sobre todo el Cuaderno 8 llamado “La fabricación de lo humano”– es posible trazar una vinculación fecunda con el pensamiento de Héctor Schmucler –en particular, un viejo artículo que lleva por título “La industria de lo humano”(3)–, y con las Alternativas de lo posthumano de Oscar del Barco(4). También con el humanismo que José Aricó –a cuya sensibilidad teórica la “cuestión nacional” no era en absoluto ajena– mantuvo hasta el final. 

Desarrollar una interlocución –a partir de algunos cruces existentes que no siempre fueron complacientes– entre González, Schmucler, Aricó y Del Barco implicaría una puesta en diálogo de la tradición nacional-popular con la tradición comunista y con el anarquismo teórico –o el surrealismo: el pensar filosófico delbarquiano, según ha sido recientemente sugerido,(5) como práctica del collage– que probablemente depare frutos inesperados. 

Todos ellos activan una biblioteca literaria en su trabajo filosófico y científico, conceden a la literatura una importancia no marginal para la teoría, y consideran las ideas como fuerza material, nunca como piezas de museo ni como puros objetos de estudio sin consecuencias. A través de diferentes maneras, practican un antiacademicismo y un vitalismo antiprofesionalista deliberados, ya sea con el propósito explícito de mantener el trabajo con las ideas contiguo a la vida popular, ya sea para producir polinizaciones con experiencias y objetos culturales que exceden cualquier campo de estudio restringido a una “especialidad”. 

El trabajo de Aricó –explicitado en la primera línea de las Nueve lecciones dictadas durante el exilio en el Colegio de México–(6) se propone convertir la teoría marxista en “cultura nacional”. El sentido del trabajo de González puede ser considerado inverso: volver universales los grandes temas de la cuestión nacional –o nacional-popular–. Si un persistente hegelianismo conduce a Aricó a mantener abierto un interés “dialéctico” por lo exterior al marxismo –no con propósitos culturales sino para encontrar en ese exterior algo que es esencial para la verdad misma de la cultura marxista–(7), en igual sentido, Horacio González nunca se desentiende del patrimonio cultural de las derechas –tanto de la derecha filosófica (el pensamiento de Heidegger en primer lugar) como de la derecha literaria y cultural en la Argentina–, que busca “traducir” en sentido emancipatorio. 

Tres. El Cuaderno 16 (“Gramsci revisitado”) comienza así: “Gramsci parecería un reseñista de libros en la cárcel [...] ¿Qué puede hacerse si se está preso? [...] Cita de memoria, reenvía a otros temas o notas suyas, se pone futuras tareas, ver esto, ver esto otro, confróntese. Etcétera; sus numerosas etcéteras son abrumadoras y sorprendentes. Está apurado por escribir, deja sueltas las frases. Sus notas dispersas, misceláneas a la manera de un periódico semanal [...] en que hay noticias diversas, pero sobre todo comentarios de libros [...] En las entrelíneas, aunque no siempre es así, se filtran sus opiniones más directas capaces de revolver los cimientos de todos los aspectos del sentido común o las cosmovisiones que veía en las páginas de revistas y libros que caían en sus manos” (González, 2021, p. 96).

Hay una clave de la propia escritura gonzaliana en este pasaje –donde Gramsci remite a Simone Weil, que remite a Rozitchner, que remite a Trotsky...–. La clave de una similar manera de leer y de una manera de escribir, aunque Gramsci lo haya hecho desde el encierro, mientras que González escribía en bares o colectivos de larga distancia y consideraba los lugares más tumultuosos como cuarto propio.
Aunque la raíz fundamental del “humanismo crítico” sea tal vez el prólogo de Sartre a Los condenados de la tierra, que no por caso es transcripto extensamente en uno de los primeros cuadernos. Texto de intensidad demoledora este de Sartre, que despierta del “sueño humanista” y muestra al humanismo como el caballo de Troya de masacres y destrucción de culturas enteras –aunque algunos años antes de este prólogo, en su texto más popular, el filósofo francés había declarado que “el existencialismo es un humanismo”–. El humanismo, en efecto, fue la narrativa compensatoria y funcional que acompañó el despojo de humanidad al que fueron sometidos quienes se consideraba como “bárbaros”. Pero, en tensión con lo anterior, también se abrió a todo lo que cae fuera de su propia identidad: negros, indios, anormales..., una solidaridad con lo que no es igual ni idéntico ni reductible al yo imaginario que rige cualquier comunidad. El humanismo en tanto imaginación de otras maneras de vivir, existentes, desconocidas, posibles, perdidas, que rompen la clausura de sí. 

Como los otros libros de González, Humanismo... pone en obra una escritura sin jerarquías, un interés por los detalles, por lo mínimo cotidiano, por los oficios terrestres, y sorprende con el hallazgo de un concepto donde no se lo esperaba. Concebida como “lo popular elevado a concepto”, la filosofía es también practicada como “recolección de señales” y lectura inagotable del libro del mundo –que siempre retacea su sentido cuando parece que lo entrega, y al revés–. Humanismo... es un libro autobiográfico –la vida de lecturas–, escrito de memoria –o desde la memoria (par coeur)–, que hilvana lecturas de todas las napas existenciales de donde se extraen citas a veces inexactas o no siempre corroboradas, transformadas así por el corazón y enriquecidas por lo vivido. Un libro renacentista. Es decir, compuesto de “malas lecturas” en sentido gonzaliano –“leer mal es una manera izquierdista de leer”–, movidas por la urgencia y orientadas por y hacia la fecundidad. Un modo de trabajo que sin embargo no carece de procedimientos. Lo que se llama aquí “series anómalas” es uno de ellos: la construcción de una contigüidad y una aluvionalidad entre nombres distintos: Quintiliano junto a Mariano Moreno; Lord Chesterfield junto a Perón; Pico della Mirandola junto a Carlos Astrada... Búsqueda de una convergencia entre la cuestión nacional y el universalismo filosófico, inscrita en un nominalismo existencial y político, en una insistencia en nombres propios –otro importante procedimiento gonzaliano– que atesoran sentidos a descifrar: David Viñas, León Rozitchner, Alcira Argumedo, Fogwill, Landi, María Antonia Berger (Paty)... 

joven con el torso desnudo y una bandera argentina tapandole el rostro, agitando una remera con su brazo derecho extendido hacia arriba durante una movilizacion en buenos aires

Cuatro. A la sociedad del conocimiento –que no es más que otro nombre del capitalismo cognitivo y del capitalismo digital–, Horacio González opone lo que nos gustaría llamar un “comunismo del conocimiento”, y con esta expresión considerar un aspecto central de su legado cultural, que no es únicamente teórico ni únicamente político –o al menos no en un sentido estrecho–. Porque sus libros trasuntan una afectividad y una educación sentimental que abonan la vida de las ideas y vuelven eficaz el conocimiento como comunismo –es decir, la potencia de pensar en común–. La obra de Horacio González –que excede su escritura y se extiende a una oralidad, a un activismo, a un arte de impulsar comunidades...– es una práctica de la amistad, en un sentido anterior a la malversación en curso(8) de esta vieja palabra de intenso contenido filosófico.

La afectividad de Horacio González es compleja: hay melancolía, pero no una pasiva sino una que redunda en vitalidad inventiva, creación y novedad inagotable; hay angustia pero siempre como crisálida que nutre lo que más pronto que tarde levantará vuelo; hay una pietas por lo que no venció y rememora las promesas incumplidas de lo derrotado, a la espera de condiciones favorables que permitan su rebrote. Horacio González fue un “trapero” de la historia, sensible a los restos abandonados al costado de la marcha triunfante de las cosas. Sensible, aquí, a la palabra “humanismo”, que no se consiente considerar como trapo viejo o puro desecho, a la vez que se registra la dificultad de su reinvención: “levantarla [a la palabra humanismo] del basural donde ha caído, no sería trabajo difícil si escucháramos ahora las conversaciones diarias de quienes viven en la desesperación a la que lleva la pregunta sobre el destino común en un mundo histórico que terminó de desmantelar la pregunta de cómo se lucha y por qué se lucha” (González, 2021, p. 40).

Cuando todo parece estar despejado y miles de personas celebran en la plaza, Horacio González sabe advertir la amenaza; cuando todo parece estar cerrado y esas mismas personas se guarecen en sus casas, sabe ver lo que acaba de brotar –aunque sea de un tronco viejo que se creía seco–. En la propuesta de un humanismo crítico –que es una propuesta de trabajo y una apuesta pascaliana; también una necesaria educación sentimental sin la que ese trabajo y esa apuesta estarían condenadas al fracaso– se siembra un terreno común de ideas viejas y nuevas con las que desactivar la banalidad del odio y el fusilamiento como horizonte y lógica. O, para decirlo positivamente: con las que activar y mantener abierta la interrogación por la vida en común.

Notas

(1) González, H. (2022). Fusilamientos. Muerte en primera persona. Buenos Aires: Colihue.
(2) Respecto del odio social como engranaje de destrucción de personas, una cita lo sintetiza de manera exacta: “El odio social es así difícil de definir, pues si es verdaderamente tal, debe escapar a las definiciones. Uno de sus componentes se emparenta con una versión truculenta del pensamiento mágico, pues siempre está en juego un asesinato ritual en las fibras más secretas del sentimiento colectivo. Cuando una sociedad elimina la prueba y la reemplaza por el ‘se dice’, cuando el pensamiento colectivo abandona el beneficio de la duda, dejando liberada la contingencia entre los hechos, para reunirlos de un manotón por su mera contigüidad aleatoria –anulando lo que los separa constantemente en el tiempo y en el espacio–, se produce un predominio instantáneo de una culpabilidad secreta, diseñada por los nigromantes de las corporaciones mediáticas. Y ellas, dueñas del arquetipo con el cual se van ordenando y clasificando las vidas. No es que manipulan. Clasifican, impugnan, tachan, y dejan fuera de juego. Defienden el derecho a tener ciudadanía o quedar expulsado de la Ciudad, ser un expatriado como productor de habla, de signos y atesorador de su propia mortalidad. Una corporación comienza a serlo verdaderamente cuando establece la cuota de muertos reales que le son necesarios a la Maquinaria, y la cuota de muertos civiles que deben embadurnar con su sudor cavernoso, aquel poder invisible”. González, H. (2021). Humanismo, impugnación y resistencia. Cuadernos olvidados en viejos pupitres. Buenos Aires: Colihue, pp. 112-113.
(3) Schmucler, H. (2001). “La industria de lo humano”. En: Artefacto. Pensamientos sobre la técnica, N° 4.
(4) Del Barco, O. (2010). Alternativas de lo posthumano. Buenos Aires: Caja Negra.
(5) Hendler, M. (2022). “Introducción”. En: Un resplandor sin nombre. Madrid: Tercero incluido.
(6) Aricó, J. M. (2011). Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
(7) Bajo ese espíritu debe ser comprendida, por ejemplo, la atención prodigada al pensamiento político de Carl Schmitt y la edición de sus obras. Schmitt, C. (1984). El concepto de lo político. Teoría del partisano. Notas complementarias al concepto de lo “político”, edición preparada y presentada por José Aricó. Buenos Aires: Folios Ediciones.
(8) Es decir, de su apropiación por el “mundo de las tecnologías inmateriales” y el “nuevo canto suicida de la libertad”, que prescinde del reconocimiento de las servidumbres y los procesos de liberación: “Libertad con el canto en falsete del mercado. Han usado la palabra amistad, afecto o amabilidad, y también amigo. La primera para adjudicársela a los mercados. Friendly. La segunda propia de los sistemas informáticos. ‘Amigables’” (González, 2021, p. 111).





 

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