LO PEOR DE MILEI VIENE ANTES / Es necesario desenmascarar la novedad que huele a muerte, para que quienes quieren convencernos de que no hay alternativa se encuentren con un pueblo que tiene memoria y que sabe que este presente también será pasado en el futuro que sepamos construir.
Por Valeria Di Croce
Magíster en Comunicación e Imagen Institucional, técnica en Comunicación e Imagen, especializada en comunicación, política y género, escritora, docente universitaria, autora de El arca de Milei.
Fotos: Sebastián Miquel
Poner en contexto y darle marco histórico a nuestro presente es imprescindible para construir las respuestas necesarias a la pregunta fundamental de la política: ¿qué hacer? Dar testimonio de una época que parece arrebatarnos la historia es una obligación. Disputar la palabra y recuperar la potencia de la política es un desafío que nace de la identidad y la memoria colectiva, porque ahí está la experiencia para enfrentar el presente, la fuerza para luchar y la convicción de que siempre hay un camino alternativo.
Poner en contexto y darle marco histórico a nuestro presente es imprescindible para construir las respuestas necesarias a la pregunta fundamental de la política: ¿qué hacer? Dar testimonio de una época que parece arrebatarnos la historia es una obligación. Disputar la palabra y recuperar la potencia de la política es un desafío que nace de la identidad y la memoria colectiva, porque ahí está la experiencia para enfrentar el presente, la fuerza para luchar y la convicción de que siempre hay un camino alternativo.
Estamos próximos a que se cumplan ochenta años del día que marcó un antes y un después en la historia argentina. El subsuelo de la patria emergió un 17 de octubre de 1945 y se convirtió en la identidad colectiva más trascendente en nuestra historia: el peronismo.
Por esos años, en latitudes más altas, surgían las ideas reaccionarias de las cuales el actual presidente argentino, Javier Milei, se declara fanático: la llamada escuela austríaca, soporte ideológico e intelectual del neoliberalismo.
En el libro Camino a la servidumbre, Friedrich August von Hayek argumentaba en contra de cualquier intento por reducir la desigualdad y la injusticia en una sociedad. Milton Friedman, su discípulo más popular, consideraba que la vida es eminentemente injusta y cualquier intento de que el Estado cambie lo que la naturaleza ha creado lleva siempre al fracaso. Tiempo después sería el inspirador económico de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.
El peronismo fue una demostración empírica de lo absurdo de los postulados austríacos. Movido por el deseo de transformar una realidad injusta, distintos Gobiernos justicialistas –tanto los de Perón como los de Néstor y Cristina– llevaron adelante enormes procesos redistributivos hacia dentro de la Argentina. No era que la vida era injusta y fin; se podía crear otra realidad, había alternativas. Y el Estado era, en efecto, el instrumento para lo que se llamó la “movilidad social ascendente”.
Tal vez por eso, tras el golpe de Estado de 1955, el contraalmirante Arturo Rial afirmó ante un grupo de sindicalistas y trabajadores municipales que “la gloriosa revolución” –que algunos llamamos “la fusiladora”– se hizo para que, en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero.
Nacer y morir pobre.
Nacer y morir barrendero. Nada debía alterar el orden establecido por la naturaleza del mercado. El peronismo es, ante todo, un gran enemigo de aquellas viejas ideas que hoy se nos presentan maquilladas de novedad, pero solo son el eco del pasado que no descansa y mucho menos desaparece.
En la posguerra, lo que conocemos como neoliberalismo surgió para defender al mundo del colectivismo que promovía el archienemigo de Milei, John Maynard Keynes. Se trata de un modelo que propone una economía de libre mercado, al tiempo que impone –por la fuerza, generalmente– una forma de ver el mundo donde no parece haber alternativa al desmantelamiento del estado de bienestar.
Los generales de la “batalla cultural” pretenden convencer a las personas de que el éxito estará en una góndola ¡y en oferta! esperando para ser adquirido a bajo precio, y que el que impide que lleguemos a él es el Estado, con sus impuestos y regulaciones.
Se propone entonces un único camino, al que seríamos llevados por la mano invisible del mercado: el de la servidumbre.
Lo que molesta a los economistas favoritos de Javier Milei es la mano visible del Estado, salvo cuando es portadora de un arma para matar o reprimir a quienes no aceptan sumisos convertirse en esclavos.
Solo es nuevo lo que hemos olvidado
En la cumbre del G-20 de 2012 que se realizó en Cannes (Francia), la entonces presidenta argentina dijo: “Si los que lideran el mundo no dan soluciones clave en materia financiera, lo que gana “es la especulación”. Además, pidió prestar mayor atención al empleo. “Nadie puede tener seguridad alimentaria, seguridad de vida, si no cuenta con un trabajo. Hay que volver a un verdadero capitalismo. Estamos atravesando una suerte de capitalismo anárquico o anarcocapitalismo financiero, donde el verdadero problema es la falta de regulación de los mercados financieros en el mundo. ¿A quiénes vamos a financiar? Vamos a seguir financiando a los brókers, que solamente hacen derivados financieros, o vamos a financiar a los que producen alimentos, bienes y servicios ... Lo que estoy proponiendo es volver al capitalismo en serio, porque esto que estamos viviendo, señores, no es capitalismo. Esto es un anarcocapitalismo financiero total, donde nadie controla a nadie”.
Para la presidenta argentina, regular no podía ser simplemente aplicar planes de ajuste, porque eso tendría consecuencias en los liderazgos políticos y las democracias: “Cuando la gente ve que la democracia no le da posibilidades de trabajo, de progreso, de tener casa, de salud, comienza a cuestionarnos los funcionamientos del sistema político. Muchas veces, para solucionar determinados problemas, hay que afectar intereses, e intereses que son muy poderosos. Pero yo me atrevo a decir que es mejor enfrentar esos intereses minoritarios pero poderosos, antes que más adelante enfrentar la furia de la sociedad. Se los digo con la experiencia de una Argentina que vivió un 2001 caótico que hizo colapsar prácticamente nuestro sistema institucional y dividió a la sociedad”.
Este es el punto. Existen quienes creen que los Estados no son “asociaciones ilícitas” sino que constituyen la última defensa del pueblo contra las tiranías privadas. Cristina Fernández de Kirchner representa esa idea y propuso una pelea: la de frenar el avance de la tiranía del poder económico.
De eso va el peronismo.
“Es fundamentalmente una alianza del pueblo. Una articulación entre el capital y el trabajo, en donde el Estado debe regular y fallar a favor de los trabajadores. En cualquier ecuación donde hay capital y trabajo, la parte más débil es la de los laburantes”, afirmó Cristina en la víspera del Día de la Lealtad en la ex Esma durante 2021.
El rol del Estado, para quien había sido dos veces presidenta de la nación, era regular y fallar a favor de los trabajadores, porque son la parte más débil de la cadena. Intervenir para que el hijo de barrendero no muera barrendero.
Estado de shock
El triunfo de Milei en 2023 está asociado a sus vínculos internacionales, al cambio global en la naturaleza del capitalismo con el surgimiento de las grandes plataformas digitales y la irrupción de los tecnorricos como Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, entre otros, que amasan con sus algoritmos a base de nuestros datos no solo enormes fortunas, sino principalmente el poder de condicionar nuestras vidas y nuestras mentes. Pero no se agota ahí.
La crueldad que rodea al presidente se nutre de la indiferencia que permite naturalizar cosas que no debimos nunca haber permitido. El hilo conductor de la trama que lo tiene como protagonista no empieza ni termina en su figura.
En El arca de Milei. ¿Cómo y con quién construyó su poder? (2024) propongo pensar las condiciones que hicieron posible su llegada al Gobierno a través de tres shocks. El shock económico que significó el retorno del FMI a la Argentina durante el gobierno de Mauricio Macri; el shock pandémico que significó el covid-19 con sus secuelas sociales y culturales; y, finalmente, el shock político que implicó el atentado contra la vida de Cristina Fernández de Kirchner.
Cuando el 10 de diciembre de 2023 Javier Milei brindó su primer discurso desde las escalinatas del Congreso nacional, se cumplían cuarenta años de la recuperación de la democracia. Cuatro décadas habían pasado desde que Ricardo Alfonsín –despreciado por el mandatario– asumía la presidencia tras ocho años de dictadura cívico-militar. Ni una palabra al respecto. Ni una mención. Nada.
Lo que pasó desde entonces no solo dependió de Milei, sino del resultado de las combinaciones posibles de ese universo heterogéneo que rodea al presidente en un contexto político, económico y social extremadamente complejo. Decreto 70/2023, facultades extraordinarias, la Ley de bases, el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI), despidos masivos, ajuste a los jubilados, la amenaza permanente de privatizarlo todo, jueces de la Corte Suprema designados por decreto, y la estafa de San Valentín, que evidenció la esencia del proyecto libertario –unos pocos ganan y muchos pierden–.
El Fondo de la cuestión
Néstor Kirchner canceló en diciembre de 2005 la deuda con el Fondo Monetario Internacional, iniciando un ciclo de desendeudamiento en Argentina que culminó en 2018, cuando Mauricio Macri anunció un nuevo acuerdo con el organismo, que se convertiría en el desembolso más grande de la historia.
Los 57.000 millones de dólares aprobados entonces superaron la cuota autorizada, pasando por arriba del propio estatuto del Fondo, y generaron un shock económico del cual no hemos podido recuperarnos.
El DNU 179/2025, publicado en el Boletín Oficial el pasado 11 de marzo, impone un nuevo acuerdo del cual desconocemos los detalles. El decreto lleva la firma de Milei y los ministros de Economía, Luis Caputo, de Desregulación, Federico Sturzenegger, y de Seguridad, Patricia Bullrich. Todos vinculados a momentos dolorosos de la Argentina: ajuste a los jubilados, megacanje, crisis de 2001, regreso al FMI en 2018, fuga de capitales, represión y muerte, Ley de bases –con RIGI incluido–, Decreto 70/2023. De ineficiente a “mejor ministro del universo”, Caputo quiere convencernos de que “esta vez no será igual”.
Tan solo un día después de que nos informaran del nuevo acuerdo con el FMI, llegó la represión salvaje en las afueras del Congreso, que incluyó el fusilamiento del fotógrafo Pablo Grillo.
Quienes vomitan libertad antes de siquiera masticarla y digerirla pretenden imponer un pensamiento único y nos encadenan a un presente sin futuro.
Mientras el presidente recurre en sus alocuciones a indicadores históricos desprovistos de contexto, los datos de la realidad comienzan a resquebrajar su narrativa. De forma sostenida, los niveles de consumo de carne, leche y yerba se sostienen en sus marcas históricas más bajas. La crisis avanza y el ajuste –ya lo sabemos– no cierra sin represión.
Milei nos invita a olvidar el pasado para que no seamos capaces de imaginar el futuro. Nos quieren imponer la resignación.
Cuenta Eduardo Galeano en Ser como ellos y otros artículos que “la Facultad de las Impunidades” nos induce a desquerernos y descreernos. “Sus profesores nos invitan a olvidar el pasado para que no seamos capaces de recordar el futuro. Y así cada día nos enseñan la resignación. Cada día aprendemos a resignarnos para poder sobrevivir”.
Entonces se trata de recordar, porque la memoria no es solo mirar al pasado como quien recorre objetos en desuso. La memoria es parte del campo de batalla en el que se convierte la historia. Y en él habitamos sabiendo que en la resistencia “está todo el hidalgo valor de la vida”.
Una utopía posible
Cuando escribo estas palabras recuerdo una conversación el día después del triunfo de Milei en el balotaje. Un niño con tan solo diez años me preguntó para qué militábamos, si al final habíamos perdido. Pensé mucho qué responder, porque, a decir verdad, había muchos motivos para justificar una identidad política que surge del subsuelo de la patria. Pero elegí contarle algo sencillo.
Yo tenía diez años cuando ganó Carlos Menem en 1989. Le conté que aquel presente no era alentador, menos para quienes vivíamos en la Patagonia. Se privatizó YPF, se despidieron trabajadores, abundaron los remises y los quioscos por inversiones erradas de los indemnizados o retirados (in)voluntariamente.
Por entonces acompañaba a mi vieja a los cortes de ruta –que en ese tiempo eran novedad–, en donde la comunidad defendía el derecho a educarse gratuitamente y los trabajadores a no perder su dignidad. Con el tiempo escribí que “nací allí donde los ríos se juntan y se cortan las rutas”.
Aprendí, en ese tiempo también, a sentirme sola en la multitud. No gustaba de los buzos de marcas que estaban de moda y estampaban la bandera inglesa o norteamericana en el pecho. No sabía, por entonces, que los que destacaban una amplia gama de colores eran propiedad del italiano que se estaba quedando con gran parte de la Patagonia.
Por entonces, aprendí a hurgar en las bibliotecas familiares que regalaban historias similares de otros tiempos donde la soberanía, la libertad y la independencia estaban –siempre– en juego y a tiro de decretos o golpes de Estado cuando las mayorías populares no aceptaban que no había alternativa.
Le conté también que peleaba por lo mismo que ahora, sin saber que mi futuro tendría en el horizonte a Néstor y a Cristina. Pero peleaba por ideas que valían la pena y que ellos defendieron.
Le mostré imágenes, le mostré a Hebe de Bonafini en un corte en Cutral Có y le conté que hubo una jueza que desobedeció una orden de desalojo porque al hablar con la comunidad comprendió que allí había motivos para reclamar.
Le hablé de la lucha que, ya como estudiante secundaria, acompañé por el caso Carrasco, y que luego se dio de baja la colimba –le tuve que explicar de qué se trataba el servicio militar obligatorio y que las sílabas iniciales de correr-limpiar-barrer eran usadas para referirse a él–.
Hablamos. Intenté en aquella tarde triste explicarle que no hay tiempo para la angustia cuando la patria está en peligro. No idealicé nada de aquellos años en el sur, y mucho menos de la crisis final que viví estando en Buenos Aires en diciembre de 2001. Le hablé de todo, para que comprendiera que “solo es nuevo lo que hemos olvidado”.
De eso se trata. De desenmascarar la novedad que huele a muerte para que quienes quieren convencernos de que no hay alternativa se encuentren con un pueblo que tiene memoria y sabe que este presente también será pasado en el futuro que sepamos construir.
Cuando el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner asumió como presidente de la nación, disputó la idea de que no podíamos hacer otra cosa que nacer y morir barrenderos. Junto a Cristina dio la discusión y con voluntad política y acciones concretas demostraron que sí había alternativa: más peronismo.
Por eso quieren que olvidemos: porque, si recordamos, el futuro es nuestro y no de las corporaciones locales y extranjeras que se están llevando puesto el presente para sacarnos hasta el aire.
En fin, aquella tarde respondí que militamos porque vale la pena transformar esta realidad que se nos intenta imponer como única.
Tenemos que romper la lógica del caos que pretenden imponernos los saqueadores sin memoria. Nos corresponde organizarnos para enfrentar al poder real, porque lo que está en disputa es la manera en que vamos a habitar el mundo.
Si seguimos esperando que esto pase, solo habrá pasado el tiempo. La violencia se gesta en la desigualdad.
Estamos obligados a dar testimonio, poner el cuerpo y empujar el muro levantado para que no avancemos en la construcción de una utopía posible.