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Ganamos las batallas de los sentidos políticos, perdimos las de los sentidos comunes

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ENTREVISTA A AMPARO MARROQUÍN PARDUCCI Y OMAR RINCÓN (Por Daiana Bruzzone) / Los autores del libro Los Yo narrativos. Relatos del poder Latam-Caribe dialogan sobre cómo se construyen, performan y legitiman los liderazgos contemporáneos en el actual contexto latinoamericano.
ENTREVISTA A AMPARO MARROQUÍN PARDUCCI Y OMAR RINCÓN / Autores del libro Los Yo narrativos. Relatos del poder Latam-Caribe, dialogan sobre cómo se construyen, performan y legitiman los liderazgos contemporáneos en el actual contexto latinoamericano.

Por Daiana Bruzzone
Investigadora y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP), coordinadora del Grupo de Trabajo de CLACSO sobre Comunicación, culturas y política.

Fotos: Sebastián Miquel

En un escenario político latinoamericano marcado por la espectacularización del poder, la estetización del discurso y la creciente distancia entre Gobiernos progresistas y sentidos populares, el libro recientemente publicado Los Yo narrativos. Relatos del poder Latam-Caribe (FEScomunicación - CLACSO) se presenta como un dispositivo crítico para comprender cómo se construyen, performan y legitiman los liderazgos contemporáneos en la región.

En esta entrevista a Omar Rincón (1) y Amparo Marroquín (2), dos de sus autores, conversamos a partir de una preocupación central: ¿por qué las derechas logran construir narrativas eficaces, mientras los proyectos progresistas y populares muchas veces quedan atrapados en diagnósticos sin aparente conexión emocional ni estética con los sentidos populares? ¿Podemos hablar de derrotas narrativas del progresismo? ¿Cuáles son los peligros de pensar la comunicación política desde una lógica ilustrada? ¿Podemos asumir la urgencia de inventar otras formas de disputar el sentido común?

Comencemos señalando una de las interrogantes que sobrevuelan insistentemente las últimas décadas, que tiene que ver con la tensión entre las narrativas de la comunicación política y las agendas programáticas de los proyectos progresistas o de izquierdas en América Latina.

Omar: Las crisis de nosotros, los que nos creemos “progres”, están atravesadas evidentemente por un factor comunicacional y de discurso. No es muy útil decir que el problema de que los progresismos no triunfen es la propiedad de los medios que está en manos del neoliberalismo y de los empresarios, y que somos “víctimas” de esos medios y empresarios/Gobiernos neoliberales. O sea: la propiedad de los medios, como el gran asunto que no nos deja hacer, y el neoliberalismo, como esa entelequia que nos aplasta. Esta es una retórica muy fácil de vender pero muy difícil de demostrar, porque donde los progresismos tuvieron medios –Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, Brasil, México– no ganaron relato, no llegaron a la gente, no crearon audiencias. Y esto pasa porque no supieron hacer medios, fracasaron haciendo medios, querían “ilustrar” e “pedagogizar” a la gente y se les olvidó que los medios son estéticas, narrativas e interpelaciones desde y en lo popular.

En ese sentido, me parece que los progresismos y las izquierdas –otro gran tema: ¿izquierdas?– deben hacerse cargo de que no es un problema de propiedad solamente, sino que no hemos asumido que la comunicación tiene un componente estético, afectivo, narrativo y popular, como ejes de seducción y prácticas de encuentro con los sentidos comunes. Los progres vemos la comunicación como un ámbito de alfabetización, educación, pedagogía e ilustración para unos pobres ignorantes llamados pueblo.

Frente a ello, los discursos de extrema derecha sí lo asumen: tienen cero razones, coherencia, pedagogía, se basan en una propuesta fast food mental: “quieren acabar con Dios, la familia, tu patria, tu propiedad, tu capitalismo: viva tu yopitalismo, eso que tú te ganas y te quieren quitar”. Ellos luchan contra los sentidos progres –feminismos, ambientalismos, ancestralidades, identidades, sexualidades–, entendiendo los sentidos comunes, los modos de interpelar de los medios de comunicación y la comunicación digital. Así, logran hacer mensajes eslogan en estéticas y narrativas pop-populares cercanas a la gente. Entonces, me parece que la derrota de los discursos del progresismo está basada en que los discursos de la derecha sí trabajan ese componente de llegar a los sentidos comunes, no para educarlos, sino para exacerbar los prejuicios que tienen las audiencias ante agendas muy precarias –pero potentes– que los progresismos no hemos sabido manejar: Dios, familia, patria, propiedad y ese tipo de cosas.

¿Qué deberían hacer los nuevos Gobiernos populares? En este momento estamos llenos de diagnósticos: todo el mundo tiene la verdad, hace sentido y es espectacular; todo lo explica el neoliberalismo, el heteropatriarcado, el racismo, el machismo, el despojo, el extractivismo. Y es verdad. Todas esas verdades-diagnóstico las compro, todas. Todo se interpreta desde categorías viejas que explicaban el pasado, pero no hemos sido capaces de comprender cómo luchamos y accionamos contra esos males tan claros que diagnosticamos. El diagnóstico está clarísimo, pero ¿cómo activamos? Cada progre académico se siente “muy politizado” denunciando radicalmente a través de cartas sin destino, eventos de gueto, libros y teorías sin lectores; y se habla de fascismos, se invita a volver a educar en democracia y más cosas. La solución es “volvamos atrás, volvamos al concepto de humanismo, de modernidad, medios educativos”. Nos falta pensar en futuros posibles y en futuros pragmáticos posibles. Nos falta contar en y desde lo popular. Nos falta jugar desde y en la coolture.

El libro Los Yo narrativos se enfoca en las luchas por el poder en América Latina. Es un intento de responder a esas dudas que tenemos. El problema no es lo que ya sabemos: que Trump es un troglodita y que Milei es un sacado fuera del universo. Si no entendemos por qué son eficaces, eficientes y conectan con los sentidos comunes seguiremos fracasando. Y por eso pusimos la mirada en lo narrativo, estético y performático de estos líderes de yopitalismo –esto de yo quiero, capitalismo para yo; los otros y lo común me tienen sin cuidado, el asunto es de capital para consumir y exhibir, el resto poco importa–. La lucha no es solamente desde lo ideológico, el contenido o lo programático. La lucha es estética, narrativa y popular, y ahí estamos fracasando. Este libro intenta comprender de qué están hechos estos sujetos, más allá de que no estemos de acuerdo con el 90 % de ellos.

Amparo: Coincido con el análisis que plantea Omar, y me parece que uno de los grandes problemas en la crisis del progresismo –que por lo menos en el caso centroamericano se vuelve muy evidente– es que el progresismo se dejó ganar la utopía o el sueño. Es decir, la sociedad que sueñan los conservadores en El Salvador está muy clara, es una sociedad de bitcoin –de criptomonedas–, es una sociedad militar, es una sociedad segura, es una sociedad de megaconstrucciones. Pero ¿cuál es la sociedad que sueña el progresismo? Eso no está claro. ¿Es una sociedad autoritaria? No. ¿Importa que sea autoritaria? No. ¿Está superbien que sea el hombre que pone orden con mano dura? Sí. Esto fue lo que nos salió en la última encuesta que hicimos en la Universidad. ¿Cuál es el otro sueño de sociedad posible? Creo que la crisis tiene que ver también con eso. Es decir, con que los Gobiernos progresistas no han conseguido posicionar que hay algún sueño que es posible lograr.

Un presidente como el de El Salvador ha sido súper exitoso porque consiguió un sueño, el de la seguridad, que era uno de los problemas más graves. Consiguió resolver algo. Entonces, hay críticos que dicen: “Ah, sí, pero no ha conseguido lo económico”. Bueno, pero consiguió un sueño. Sin embargo, la izquierda gobernó diez años en El Salvador y no consiguió ni el sueño de la seguridad física, ni el sueño de la seguridad laboral, ni el sueño de la seguridad sanitaria, ni el de la educación. Entonces, claro, el pensamiento conservador es mucho más eficiente en la fábrica de sueños, y yo creo que eso tiene que ver con todos estos elementos de comunicación que estaba señalando Omar.

Este es un elemento clave que no se plantea y que los progresismos, cuando llegan al poder, tendrían que entenderlo más claramente, es decir, a cuál de los sueños le van a apostar. No puedes tirar una sombrilla tan amplia y súper discursiva, porque entonces nada funciona. Tendría que haber algo –y, otra vez, comunicacional y culturalmente– que te ayude a soñar y que te ayude a decir: “Bueno, esto es”.

Omar: Eso que dices es súper clave: ¿qué es eso de “qué sueño”? Entonces vemos que Bukele tiene el sueño de la seguridad. ¿Cuál es el sueño de Milei? La estabilidad monetaria. ¿Con eso alcanza? Parece que sí, y es terrible. Pero, para ponerlo del otro lado, vemos que el sueño de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México –que es criticado por los feminismos, los defensores de derechos, los ambientalistas, los intelectuales, periodistas y medios– era que el Estado llegara de alguna forma a los ciudadanos con subsidios. Y llegó. O sea, no llegó el de la seguridad, el de lo no narco, el de los derechos humanos, pero llegó que al campesino, a la ama de casa, al jubilado le llegaba algo de Estado, en una sociedad donde este nunca llegaba. Y el de Petro: queremos que algo llegue a los pobres. Y si miramos a los Estados Unidos, lo de Trump, llega un sueño elemental que es el de volver atrás, al American Dream. Entonces, me parece que eso que dice Amparo es muy político pero sobre todo muy comunicativo. La comunicación implica comunicar futuros, happy endings minimalistas que se acerquen a los sentidos comunes. El progresismo vive haciendo unos discursos que de verdad hacen sentido en nuestra comodidad privilegiada, académica y “oenegera”, pero que no hace sentido para el ciudadano.

 

Desde la experiencia de los Gobiernos kirchneristas en Argentina, quisiera retomar esta afirmación de Omar acerca de que las izquierdas o los progresismos no logran hacer más eficaces, más populares y masivos sus discursos, no solo porque carecen de la propiedad de la estructura de medios, sino porque cuando tienen medios no saben cómo hablarle al pueblo. Sin embargo, a través de proyectos como Pakapaka, el debate y la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Fútbol para todos, etcétera, tuvo lugar una clara interpelación a las culturas populares. En ese punto, ¿qué observan y cómo creen que debemos pensarlas en la actualidad? ¿Por dónde están pasando los sentidos de las culturas populares en relación con los proyectos políticos?

Omar: Fútbol para todos fue una solución popular, efectivísima, que convocó un bien popular argentino. Pakapaka o canal Encuentro fueron dos experiencias espectaculares, pero culturosas y que no fueron masivas, que no llegaron a lo popular, sino que eran “pop-ilustradas”, donde no se ponía la narrativa popular por encima, sino que se buscaba “subir al pueblo” a la lógica de estética culturosa. Por eso estos proyectos no pegaron en los populares. No se quería luchar en esa “estética” Marcelo Tinelli, ni contra los modos con los que seduce la televisión abierta. Se quería “elevar” el discurso de la gente. O sea, no pudimos competir en rating –que es lo popular– porque eso es muy decadente, pero la gente lo ve. O sea, ¿ese pueblo sabio para la política es ignorante en el consumo de medios? Pero es lo que más hacen, luego algo deben saber de esas estéticas, éticas y narrativas, ¿o no? Lo lógico es que nosotros, que somos tan pero tan inteligentes, seamos capaces de ir a ese gusto, a esos placeres, a esos goces y hackearlos y transformarlos, pero partiendo de esos placeres, no diciéndoles: “Ven, te ilustro, ignorante”. No hicimos un reality porque eso era del entretenimiento, no hicimos una telenovela porque eso era entretenimiento; en lugar de eso hacíamos documentales y formatos culturosos, que me encantan a mí, pero requieren otras miradas a las de la gente. A Pakapaka lo recordamos por Zamba, ese dibujo animado que se atrevió a ser político y a ser popular, a jugar, también, desde la mala onda y los villanos. Hacer televisión “políticamente correcta” es el ideal, pero lo popular no es correcto y lo podemos transformar pero si partimos de sus percepciones y goces. Fútbol para todos, perfecto; La ley de medios, impecable. Pero ¿qué pasó con la Ley de medios? Se concentró en la lucha contra Clarín, pero no se implementó totalmente en lo comunitario, que era lo que sembraba comunicación popular barrio a barrio, territorio a territorio; sembraba el proyecto que se quería hacer. Donde se logró llegar con la Defensoría del Público y lo comunitario, eso quedó instalado, pero lo otro se quedó en papel.

Entonces, la pregunta es: ¿cuántos progresismos de América Latina han generado experiencias comunes de relato, humor, colectivo y fiesta? Y volvamos al caso argentino: lo mejor que recordamos del kirchnerismo cuando fue popular es cuando hacía grandes fiestas, cuando hacía grandes encuentros, cuando hacía grandes festivales, recitales, cuando hacía grandes marchas. De lo otro nos queda el recuerdo. Lo que nos junta es lo popular, porque nunca se puede hacer en yoísmo, solo en colectivo. Lo popular lo volvimos un discurso y le quitamos toda su densidad estética, narrativa y de goces.

Necesitamos urgentemente reinventar o recomprender en ecosistemas digitales lo popular. No podemos seguir yendo con lo del nacional popular argentino del peronismo, ni podemos ir con el popular Martín-Barberiano nuestro. Nos toca hacer algo con eso, porque el popular de hoy está remixado con lo pop y lo digital. Lo popular, como decía Martín-Barbero, es retro, tradicional, conservador, regresionista en “familia, Dios y propiedad”; pero es súper avanzado en fiesta, en goces, en diversiones, en resistencias prácticas. Habría que comenzar a hacer algo con eso. Creo que la llamada teología de la prosperidad, que define Pablo Semán, es un gran ejemplo de cómo lo popular asume lo regresionista –Dios, familia y patria– pero con éxito capitalista –el nuevo dios–. Todo lo contrario a esa idea de la Iglesia católica retrógrada de que “bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos”. Los cristianos evangélicos dicen “Bienaventurados los ricos porque de ellos será el reino de los cielos”, cumpliendo con Dios, familia y propiedad. O sea, son geniales: tomaron lo más arcaico de un lado con el capitalismo y lo mezclaron. El popular también es capitalista. Hay que asumir que el popular no es todo lleno de buenísimos, es éticamente problemático, pero su poder está en que tiene un saborcito, una grasita, unos placeres, unas vitalidades que hay que asumirlas como potentes para comprender, comunicar e intervenir las realidades. No solo en cuanto a agenda, porque –otra vez quiero decirlo– ese es el problema, que siempre a lo popular lo volvemos agenda. Donde hay que asumir lo popular es en la producción narrativa cultural, lo que llamo la soberanía cultural narrativa. Creo que lo popular nos llama a que reconozcamos las soberanías que habitamos en términos estéticos, afectivos, simbólicos, musicales, gozosos. Por ahí podemos encontrar algunos caminos para encontrarnos con lo popular y lo común.

Amparo: Coincidimos en el análisis. ¿Qué hacemos cuando tenemos medios, pero aun así no conseguimos que las sociedades cambien? Creo que tiene que ver con que en el fondo lo que nosotros estamos haciendo es una batalla de contenido –voy a decirlo así– y no de formato. Es decir, lo popular no es solo el contenido, para decirlo con Omar. Lo popular no tiene que ver con que hablemos de los barrios, tiene que ver con una manera de plantear los barrios que pasa por la cumbia o por la bachata o por el reguetón. Pasa por el cuerpo. Por una manera de vivir, no solo por la forma de decir. Si algo molesta en el universo progresista, intelectual u oenegero es el reguetón. O sea, no vas a transar con esa vulgaridad y con ese machismo, y entonces entramos perdiendo la batalla. Porque en el fondo desconfiamos de lo popular y de lo que consideramos son sus defectos. Entonces, ¿por qué el relato de los conservadores gana? Porque en ese sentido no ponen ningún reparo, porque hablan no solo desde todos los lenguajes, sino desde todos los formatos, y no tienen ningún problema en hacerlo de esta manera.

En cambio, el progresismo tiene como reparo de ser políticamente correcto, y la cultura popular nunca ha sido políticamente correcta. El progresismo se vuelve la encarnación de una moral que en el fondo responde a un proyecto moderno del siglo XIX. ¿Cuál es la solución? Si quieres ser políticamente correcto no vas a llegar a esos lugares a donde quieres llegar. No sé si hay una manera de ser políticamente correcto y ser popular a un tiempo, ¿verdad? Es decir, creo que hay un debate previo a lo que estamos viviendo ahora que nunca lo vimos llegar: el progresismo fue políticamente correcto en términos de comunicación, al menos.

El tema de por qué el relato es fuerte en el proyecto más ultraconservador de derecha radical –incluso cuando no está ganando en términos concretos– nos lleva a lo que señala Paola Ricaurte: es que estamos jugando en plataformas que tienen los dados cargados. Es decir, entramos a dar la pelea en TikTok, en YouTube, etcétera, que son plataformas pensadas no para dar una pelea democrática, sino que son plataformas estructuradas desde el punto de vista de los grandes capitales. Y si alguien ha entendido bien eso, han sido justamente estas élites ultraconservadoras, que de manera sistemática han impulsado esto. Yo creo que el problema es que ganan la partida de antemano.

Por ejemplo, la situación real, incluso de seguridad, está cambiando en El Salvador, pero la gente no está hablando de eso. En términos comunicacionales se logró y siguen logrando incidir en la percepción de la opinión pública, y eso permite que los problemas no se vean.

Omar: La comunicación de la derecha afirma y provoca, y el progresismo quiere explicar y educar. Son dos call to action totalmente distintos, y ahí creo que estamos jodidos. A nosotros nos provoca la derecha y nosotros salimos a explicar: “No, las mujeres no son el nuevo comunismo, porque el comunismo significó...”. ¡No, hermano! Entonces ahí nos falta más juego popular, más ironía juguetona. Ante una actitud tan estúpida como decir que el nuevo comunismo son las mujeres, lo que tenemos que hacer es burlarnos, sacar el humor para burlarnos de eso. Ahí sí –a lo Fito Páez–: tenemos que tomarnos a “los enemigos a la altura del conflicto”.

Y la otra cosa que me faltó decir cuando hablaba de los Gobiernos populares es que no estamos perdiendo. El progresismo no está perdiendo: los derechos, el feminismo, el medioambiente, las diversidades, los migrantes, han invadido, literalmente, el castillo de lo establecido y los privilegios. No es metafórico. Literalmente hemos invadido y estamos en el centro, nos metimos en el centro: los tenemos hablando y luchando por derechos y feminismos. Como ya estamos en el centro, estos tipos miran y dicen: “Nos están acabando, nos están quitando todos los privilegios”, y comienzan a matarnos. Y eso es lo que está pasando: quieren matarnos, pero ganamos la batalla por los derechos y los sentidos, porque los tenemos hablando de feminismo, de diversidad sexual, de inmigrantes, de racismos, los tenemos hablando de lo que queríamos que hablaran. Y como nos quieren matar, nos declaramos derrotados. ¡No! Hay que luchar. Entonces, ahí tenemos que cambiar también de mirada: no estamos perdiendo, estamos ganando, y estamos en una batalla muy dura. Esto es como un videojuego: entramos, estamos en estado de inmersión y nos están matando de todos lados, pero pasamos la fase tres, o sea, vamos a ver si ganamos.

Si ya atravesamos la muralla, tomamos el castillo y estamos en el centro y nos están mandando a matar por todos lados, tenemos que luchar con otras formas, y ahí lo popular y lo pop nos sirven de laboratorio para esa lucha, porque lo popular a lo Gramsci, Bajtín y Martín-Barbero se deja de decir en el relato, no es un discurso, no es un contenido, es una manera de contar desde la experiencia de lo común vía el humor, el cuerpo, lo colectivo, la fiesta, el relato.

Amparo: A mí me parece que justamente el progresismo ha avanzado lo que ha avanzado en Argentina porque tenés liderazgos que son populares y que entienden lo que eso implica, ¿verdad? ¿Por qué el progresismo no ha avanzado en otras regiones? Porque tenemos liderazgos que –como está diciendo Omar– no bailan –como Cristina–, en el encierro, sino que lo que hacen es quieren educar a las masas ignorantes. Este debate es viejísimo, pero todavía tenemos que insistir, porque hay muchos que no lo han entendido, y ese sigue siendo un gran lío, y en eso las élites neoconservadoras no han tenido ningún escrúpulo en tomarse una agenda que era progresista, ya que lo popular era progresista. Sin embargo, resulta que los que votan por el partido demócrata en Estados Unidos son las élites educadas en las universidades, y quien vota por Trump –que es el conservador– es el pueblo, son los obreros, han sido los migrantes –que ahora están siendo perseguidos, porque nosotros sabemos que eso es lo que hace un pensamiento ultraderecha conservador–; pero llegó gracias al apoyo de culturas populares que apoyaron su narrativa. Pero ¿no se dan cuenta?


¿Qué significa que no se dan cuenta, que el pueblo es manipulable? ¿Tenemos que volver a mirar con más atención las teorías funcionalistas?

Amparo: Sí, claro. Creo que hay que volver a leer la Escuela de Frankfurt otra vez, al derecho y al revés, para recordar algunas cosas de estos planteamientos clásicos. ¿A qué me refiero yo? A que es necesario pensar en medio de una barbarie que no sabemos cómo es posible que se haya permitido desde una supuesta ilustración. Me refiero también a recordar que simplemente Trump tiene sentido para muchos migrantes cuando nombra el horror y construye la propia comunidad migrante desde el estigma. ¿Cómo es esto posible? Trump usó un discurso súper poderoso sobre los “migrantes malos” que llevaban inseguridad y que eran terroristas. Y la gran mayoría de los migrantes decían: “Sí, está bien atacar al migrante malo, porque yo no soy ese migrante malo, yo soy bueno”. Entonces ahí hay una operación gramatical de inclusión y exclusión puramente cultural, comunicacional, que fue espectacular. Lo que Trump hace, como nos recuerda Eva Illouz, es trabajar emociones como el miedo y el asco, pero también magnificar el deseo de una democracia securitista y de una lealtad nacionalista a toda prueba. Estas operaciones lingüísticas dividen lo popular y colocan en primer plano el nacionalismo: “Sí, van a agarrar a esos venezolanos que acaban de llegar y que están haciendo desmadre, está bien. Pero sé que a mí no me van a agarrar, porque yo soy un salvadoreño que he trabajado toda mi vida, que pago los impuestos y que llevo veinte años aquí”. La manera como las redes sociales magnifican y movilizan estas emociones es también muy importante, y acá el funcionalismo nos ayuda a nombrar de nuevo lo que Martín-Barbero llamó “la ideología de las masas”, nos ayuda a entender cómo los medios y ahora las redes pensadas desde el capitalismo permiten constituir los consumos actuales.

Omar: ¿Y de dónde viene eso? Eso del bueno y del malo, de la matriz religiosa: “Yo soy el migrante bueno y el otro es un migrante malo”. ¿Se acuerdan de que ya lo decían todos los clásicos, que lo popular es regresivo-conservador-tradicional? O sea: Dios, familia, patria. Eso ha sido histórico, porque son las únicas seguridades que tiene. La única seguridad es que Dios le ayuda y que la familia es todo y que la patria es algo a que pertenecer; por eso, no hay nadie más nacionalista que los migrantes, que aman su patria, aun habiendo sido expulsados de sus patrias por falta de oportunidades, y están allá explotados. Por otro lado, también son resistencia. ¿Y qué hizo la teoría? La teoría los volvió subalternos. Entonces, un subalterno sabio que no sabemos dónde está. No todo lo popular es eso.

El reto es entender los sentidos comunes, más allá de nuestras morales de superioridad política. Cuando ganó Milei decía que los argentinos ganaron la lucha por el sentido discursivo pero perdieron la batalla del sentido común. Se hicieron muchas leyes en sentido progresista, pero nunca se bajaron al sentido común.

La batalla por la libertad de expresión es de élites, ha sido siempre un discurso de élite; nunca fuimos capaces de bajarla al ciudadano común, lo que bajó al ciudadano es: “Yo puedo decir lo que se me da la gana”. Cuando genera odio, discrimina, busca hacer daño, dice: “Es que es mi libertad de expresión”. Y Zuckerberg (Fakebook) lo permite y autoriza. O sea, ahora la libertad de expresión es popular; antes nosotros éramos los que decidíamos qué era una libertad de expresión adecuada, teníamos el canon, éramos la voz ilustrada. Ahora, la libertad de expresión es de todos, y es el derecho a decir lo que me dé la gana.

Una virtud y potencia es la diversidad que habita las luchas del progresismo, pero eso es un limitante a la hora de comunicar, porque es muy difícil crear un mensaje común. O sea, no podemos hablar de un feminismo, hablamos de feminismos. No podemos hablar de un medioambientalismo, hablamos de medioambientalismos. No podemos hablar de una sola diversidad sexual. Y eso está bien, eso es brillante y es poderoso, pero en términos de comunicación y de acción política es jodido, porque la derecha sí viene unificada: contra los feminismos hay un solo machirulismo; contra la diversidad es una sola forma de odio a la diversidad. Entonces, cuando uno les pide a los compañeros, colegas de agenda que estamos más o menos de acuerdo, que disentimos en ciertas cosas, pero que tenemos que trabajar comunicativamente igual, les parece que eso es terrible. Y salen a escrachar en público. Nunca se escracha tanto digitalmente a uno de derecha como sí a los progres. Cualquier progre que comete un pecadillo, lo acabamos. Por ejemplo, derechos laborales: si una empresa que es progre comete algún pecado laboral, la matamos. Y, en cambio, los de mainstreaming que explotan todos los días a todo el mundo, eso nos parece normal. El rango de eficacia comunicativa nuestra pasa más por tener razón que por ganar incidencia política. A todos los progres nos gusta tener razón más que eficacia política. Entonces la pasamos discutiendo muy enfáticamente acerca de que “mi categoría describe mejor”. Cada uno luchando cuál categoría describe mejor la realidad, y no. ¡No más diagnóstico! La tenemos clara.

Ahora, ¿qué hacemos con eso? Volvemos al inicio. ¿Qué futuros posibles, tangibles, podemos generar? “Ah, no, es que hay que volver a luchar contra el neoliberalismo”. Nadie entiende qué es neoliberal. Salgamos de los eslóganes académicos e ideológicos y comencemos las prácticas en sentidos comunes. Esta es la urgencia: una academia que deje de firmar cartas de protesta y comience a tomarse las calles; una academia que deje de ser tan cobarde que firma cartas, porque ahí no pasa nada para presidentes que no leen. Que salgan a las calles, que se tomen las redes digitales. Quiero ver a los académicos tomando las redes digitales, esas calles virtuales, que hagamos un TikTok diciendo: “Milei es un facho, es una porquería”. A ver, salga. Pero no, firmamos una carta. Eso es cobarde. Tenemos que cambiar de lógica.



En el libro Los Yo narrativos veíamos que a estos nuevos poderosos de derechas no les asusta ni les enoja que alguien se burle de ellos o los ridiculice. No se molestan si se vuelven memes ni si sus errores se vuelven un reel viral. Por el contrario, estos líderes de las nuevas derechas se ríen de eso. Por ejemplo, cuando a Milei lo acusan de algo, a veces se enoja, pero sabe que su enojo va a ser viralizado y un poco se ríe de eso. A su vez, retomando esto que plantea Omar de los territorios digitales, vemos lo que hace Bukele, por ejemplo, en X. Pero, por encima de las posiciones ideológicas, es un modo de estar en estas plataformas, ya que –salvando todas las distancias– si lo hace Petro a algunos de nosotros no nos cae tan mal. ¿Podríamos pensar que el presidente colombiano, en términos comunicacionales, entendió todo?

Omar: Eso de “se es espectacular en comunicación o se gobierna bien”, se puede ser los dos o ninguno de los dos. Raro esta cosa de que todo lo que sea divertido, entretenido, gozoso, no va con el buen gobierno. Entonces digo: ¿a qué presidentes les va bien comunicativamente y son exitosos? Andrés Manuel López Obrador en México, y gobernó bien para los de abajo. Petro en Colombia comunicacionalmente es un fenómeno; como Gobierno no cumple, porque su gestión es caótica. Milei no hace nada, pero comunica bien. Bukele comunica bien. Entonces, de alguna forma, no es que si comunico bien significa mal gobierno. Habría que comunicar y hacer también. Es que, si no soluciono la comunicación, no me alcanza. AMLO tuvo que haber hecho algo bien a pesar de mis amigos mexicanos, no le hubiese bastado solamente la comunicación. Pero ¿cómo le puede ir bien a Milei? La respuesta de que “es que los argentinos son fachos” no alcanza. No, es la estabilidad del dólar la que genera un estado psicológico de que probablemente en algún momento se va a estabilizar y vamos a salir adelante. Hay una cosa re concreta en El Salvador, lo que dice Amparo: si las maras no están en las calles, poco importa la represión absoluta de todos los derechos: “me importa un carajo, pero ya no están las maras”, o sea, es una cosa tangible.

En gobierno hay que hacer cosas tangibles más allá del discurso, y en eso la comunicación cuenta al minimalismo de la acción. Hay veces que no hay que hacer grandes cosas, hay que hacer pequeñas cosas que demuestren que estás gobernando. Y comunicarlas. No se gobierna con discursos solamente. Eso bastaba en el siglo XX. En este momento la gente quiere soluciones pragmáticas, concretas, eficientes en cosas concretas. Y comunicarlo para generar alguna certidumbre como Gobierno. Pero si mi comunicación solamente es producir ruido, aunque sea un ruido muy bueno, se puede fracasar como Gobierno. Y eso le pasa a Petro, rey de la agenda, del debate, de las redes, de los medios, ya que pone el tema, el tono y el modo de pensar la política, pero su Gobierno es un caos en su gestión.

Y aquí planteo otro eje que todavía no hemos analizado: creo que un grave problema comunicacional y democrático son mis colegas periodistas. Creo que los periodistas somos culpables, porque somos los únicos que les hacemos caso a estos personajes. Trump, Milei, Petro, Bukele “tuitean” y los periodistas le entran a divulgar, discutir y analizar. Eso hace que estos gobernantes sean muy eficientes comunicando. Aun sabiendo que lo que dicen es basura, lo publicamos y discutimos las veinticuatro horas. Y ellos, felices, copan todo el periodismo posible. Y dejamos de lado lo real, habitamos esa esfera X como la realidad.

Petro tiene a todos los medios hablando de lo que él tuitea todos los días, no hay realidad. Soy colombiano, pero no tengo ni idea qué pasó realmente en cada caso, porque estoy entre los decires de Petro y los decires de los periodistas. Estoy entre los decires de Milei y los decires de los periodistas chupamedias y de los periodistas críticos, pero yo no sé realmente qué pasa. Lo único que puedo comprobar cuando voy a Argentina es que todo está carísimo, más caro que Europa. Es una realidad que la gente gana poco, pero que hay estabilidad en el dólar. Entonces, digo: “Pucha, basta con el dólar”. A mí me preocupa cuando voy a El Salvador, digo, se siente un ambiente más seguro, pero la vida está carísima, todo el mundo habla encerrado. ¿Eso es mejor vida? Para mí no, pero funciona.

Entonces, me parece a mí que los periodistas están tan enamorados de sí mismos y del poder de los presidentes y de sus discursos que se les olvidó que su oficio es estar investigando y narrando dónde la gente vive. Eso nunca nos lo contaron de México. Nos contaban las mañaneras de AMLO, y lo que a la gente le interesa, nada. Creo que los periodistas son los únicos, como decimos en el libro Los Yo narrativos, que les ponemos cuidado a los presidentes. O sea, los empresarios no les ponen cuidado, porque los empresarios saben que van a hacer negocios: “¿Dónde está el negocio con Milei?”, van y lo hacen; “¿Dónde está el negocio con Petro?”, y lo hacen. Los políticos no les ponen cuidado porque saben que las leyes tienen que pasar por ellos y van a transigir. Y los únicos que les ponen cuidado a estos especímenes del yopoder son los periodistas, que se creen valientísimos defendiendo “su” verdad, “su” realidad, “sus” agendas.

Por eso creo que, sin autocrítica del periodismo y sin transformación de nuestras formas de hacer, narrar, investigar y de las agendas, no vamos a lograr ninguna posibilidad de futuro. Y eso no depende de la propiedad de los medios, esto depende de que los periodistas creamos otra vez que somos trabajadores de la cultura, narradores de la sociedad, pertenecientes a clases populares y esas cosas, ¿no? El periodista normalmente en América Latina, cuando llega a un medio, se cree parte del poder y pierde su eficacia de trabajador para volverse, no sé, gobernante o cogobernante.

Amparo: Creo que tenemos que recuperar la mirada estratégica y no la mirada reactiva que suele tener el periodismo. Se trata de construir una estrategia narrativa que haga democracia y no responder reactivamente al populismo autoritario. La respuesta, nos diría la parábola de los algoritmos, lo único que consigue es magnificar a quien enuncia. El periodismo reactivo, la militancia de redes sociales que responde, se pone al servicio del autoritarismo.

Y no es solamente un problema de presidencialismo, de cubrir a los presidentes, lo que ellos dicen, lo que hacen, sino que estás reaccionando constantemente a una agenda que estratégicamente el poder te está poniendo. Lo que sucede es que debemos dejar de comunicar en función de la política partidista, para construir una agenda ciudadana y democrática. Por ejemplo, el periodismo de Centroamérica reacciona ante la corrupción, pero eso lo único que hace es estratégicamente estimular la conversación sobre el poder corrupto, es decir, en el fondo está fortaleciendo un sistema que se autofortalece, que se alimenta a sí mismo. ¿Cuál es la solución? No sé si hay alguna, pero de pronto debemos esforzarnos por pensar por fuera del manual. No pensar sobre un debate que ya fue planteado desde el lugar de enunciación del poder.

Omar: Habría que silenciar a estos muchachos. Imagínate, una semana en Argentina sin Milei en los medios, una semana sin Bukele en los medios, sin Petro en Colombia, sin Trump en los Estados Unidos. Sería interesante hacer este experimento periodístico. Menos mal que hay alternativas periodísticas pequeñitas; en todas partes hay medios que están haciendo cosas maravillosas en una agenda cercana. Eso también está pasando, pero a eso no le ponemos atención, porque estamos concentrando la mirada en lo que hace Clarín o lo que hace El Faro en El Salvador, lo que hace RCN en Colombia, y no en lo otro. Y es muy fácil criticar a RCN o a Clarín, muy fácil.



Para pensar en las narrativas políticas y populares hay que ser consciente de la presencia de casi cualquier persona en redes digitales, más el uso tan intuitivo de la inteligencia artificial y la desigual distribución de los capitales digitales que hay, para poder ser crítica o crítico respecto de ese mensaje que me viene todo casi perfecto, casi así personalizado, e incluso con la voz que yo quiera escuchar, de quien quiera escuchar. Quisiera saber si ustedes vienen reflexionando en relación con eso, con su incidencia, y cómo ven la presencia de referencias populares en las redes sociales y los usos de esta nueva tecnología de la inteligencia artificial. ¿Creen que condicionan nuestras narrativas?

Amparo: Creo que en el tema de lo popular, un lugar donde sí vamos ganando es en la música. Me parece que sigue siendo el lugar donde la batalla de la cultura popular sigue ganando. Lo que logra Bad Bunny en términos de reflexión y de capacidad de anclar el progresismo a ciertos elementos concretos creo que es fundamental y que otra vez los intelectuales no permiten hacerlo. El tema de la música es un tema al que deberíamos poner más atención para ver lo que ahí está pasando, porque creo que a veces ya lo descartamos porque la industria capitalista es masiva, pero ahí están pasando cosas en lo popular que yo creo que son muy importantes. Cuando estudio la migración y los discursos de resistencia, descubro que la resistencia es música, son Los Tigres del Norte y Los Jornaleros del Norte, pero también son los chicanos que cantan “La bamba rebelde” y llaman a la desobediencia civil.

Y en el tema de la inteligencia artificial, creo que posibilita una creación mucho más rápida y una colocación inmensa de mensajes de la cultura popular que antes no se podía conseguir con tan pocos recursos. De nuevo, es posible que se esté constituyendo una nueva cultura de masas que no sabemos muy bien a dónde va a llegar. En este momento tenemos en Estados Unidos un espacio de cultura pop-popular, que sigue siendo un soft power que también utiliza la IA como herramienta.

Vuelvo al tema de la migración. En estos momentos, los mensajes que se construyen para defender a los migrantes están consiguiendo un alcance que no tenían antes de este 2025 donde Trump persigue con mano dura a los migrantes. La migración ha alcanzado su nivel más alto de aprobación entre los mismos estadounidenses: al menos siete de cada diez están a favor de la migración. Y esto se consigue, se disputa y se pelea desde el espacio de la comunicación. Y un tema como este puede llevar a otros temas en agenda. Entonces, yo pensaría la inteligencia artificial no como un lugar de llegada, sino como una posibilidad, como una caja de herramientas con la cual puedes hacer un montón de cosas que no estás haciendo y que, otra vez, en muchos espacios quien lo está entendiendo no es el progresismo sino que lo estaban usando las élites globales, que encima nos tachan a nosotros de globalistas.

Omar: Respecto de la inteligencia artificial, pues es la última maravilla, antes, cuando salió Google, todos entramos a usar el verbo “googlear” para buscar toda la información que había disponible en la red, y nos parecía normal. Después se hizo evidente que había un algoritmo que nos dirigía, y entonces comenzamos a criticar a los algoritmos, pero lo seguimos usando y buscando con la certeza de que Amparo, Daiana y Omar buscan mejor que un pueblo, que el pueblo no sabe buscar, nosotros sí sabemos buscar. Después –ahora– sale la inteligencia artificial y está haciendo una cosa alucinante, que es que está matando al clic, está matando al Google en su sistema clásico. Entonces, hoy todo nos lo responde la inteligencia artificial. Tú pones una búsqueda en Google y te responde la inteligencia artificial. La inteligencia artificial ya nos lleva a que no tengamos que pasar ni por los periódicos, ni por los medios, ni por otros mediadores de sentido. Nos da todo el resumen. La decadencia de los medios ahora sí llegó, porque antes decía: “Es que mi columna tuvo 5.000 clics, ahora tiene cero clics”. La de la inteligencia artificial no me da ni la referencia de dónde “robó” el relato.

Pero si la inteligencia artificial es capaz de hacer el trabajo mejor que yo, se lo merece: bien, la felicito. Si la inteligencia artificial escribe un artículo mejor que el Omar Rincón real, bien; le he preguntado, escribió un artículo y lo publiqué. Esto escribió por Omar Rincón la inteligencia artificial. Yo creo que lo haría mejor, pero lo hizo, lleno de generalidades y nada que decir, pero lo hizo. Si la indicación humana que le estoy poniendo a eso no funciona, la inteligencia te va a dar el espejo que te quiere dar: la mediocridad que le preguntas. O sea, creo que de alguna forma nos exige a los profesores cambiar los exámenes, cambiar la pedagogía, cambiar la interactividad; a los periodistas, cambiar el relato. La única respuesta es el triunfo de lo análogo con sentido. Puede hacer un reguetón en media hora, compone y queda adivino, pero no puede dar el recital, tampoco puede hacer los sentidos largos, si yo no los tengo. Si ella gana es que yo sobro, esa es la verdad digital.

¿Dónde nos jugamos la vida? En lo análogo. Una victoria de otras IA: inteligencia análoga, inteligencia afectiva, inteligencia ambiental. El buen profesor ya no es el que tiene el título, sino el que es capaz de pararse frente a una gente sin PowerPoint y dar una clase bien dada. O el músico haciendo el concierto, el cocinero cocinando... Estamos volviendo a que donde nos jugamos todo es en la calle, en el cuerpo a cuerpo, en el colectivo.

Volviendo a lo que mencionó Amparo, sí creo que la música es alucinante. Bad Bunny es un gran ejemplo, pero también el caso colombiano de Karol G, que todo el mundo la critica por todo, la escrachan de arriba y de abajo, pero ella llevó lo popular a un nivel alucinante: es popular y le mete lo popular. Se viste como en un popular propio y es feminista popular. Ella hace canciones de sexo, pero con mujeres. Su banda musical es de mujeres. Llega a todos los conciertos y el 90 % del público es de mujeres y le habla a las mujeres y tiene sentido, hace sentido por popular. Las empodera desde lo afectivo, desde lo emocional, desde la autoestima. Vean el documental que está ahí en ese tipo de cosas. En lo religioso, el papa Francisco, ¿qué hacía? Meter también todo esto de lo popular. ¿Por qué? Porque mete el relato, mete lo colectivo, nunca es individual, meten lo festivo alegre. Aprendamos de eso.

Creo que música, religión, comidas, lo festivo, tienen como sentido lo común, lo colectivo, el poner el cuerpo. Entonces, de alguna forma ahí es donde están las felicidades populares. Uno compone una canción por inteligencia artificial para mostrarla a más gente y ojalá bailarla con más gente. Si no, no tiene sentido, o sea, no tiene ninguna posibilidad de hacer eso.

Yo creo que la inteligencia artificial nos plantea un gran reto, ser mejores, porque al 90 % de periodistas de América Latina, con mi respeto, los mandaría a la calle y pondría inteligencia artificial para leer los tuits de Milei y los tuits de Uribe y los tuits de Petro y los tuits de Trump y los tuits de Bukele. Yo no necesito un periodista para leerlos. Es más, la inteligencia artificial me hace mejor el resumen. Le pongo al día: “¿Qué dijo Bukele hoy?”. Me hace el resumen perfecto. No necesito para eso un periodista. En cambio, para hacer sentido desde otras agendas, no desde el sentido de Bukele, sino para hacer sentido desde el feminismo, el medioambiente, los migrantes, otras agendas, no lo puede hacer, necesita de cuerpos y cabezas reales.

Lo de Estados Unidos, lo de Elon Musk, que Tesla esté perdiendo tanta plata y que ahora sea el enemigo, es divino. Y no, los periodistas dejaron de contar eso. Yo contaría todos los días dónde le están cascando a Tesla, cómo van las acciones de Tesla, cuántas dejó de vender en Estados Unidos; cuántos carros vendió Tesla hoy en China o en Europa: cero. Vea que sí hay formas de resistir. Pero la pasamos hablando de lo que Trump dice, de que la guerra y que lo que dijo es mentira, pues ahí nos gana este machirulo soberbio. Yo digo que estamos, como reza el dicho popular, en un “porque te quiero te aporreo”. Me parece que eso sienten los periodistas: que si los presidentes les pegan es porque les quieren. También aplica la metáfora de “soy buen jefe porque te maltrato”. O sea que no aprendimos nada de eso del cuidado, del respeto, de lo común. Puro yopitalismo de parte de los machos gobernantes y de los machos mediáticos.

¿Cómo podemos encontrar todo esto que conversamos en el libro Los Yo narrativos?

Omar: El libro es un experimento para pensar desde otro lugar. Podemos estar equivocados, pero la invitación que hacemos es a que la academia no se reitere diciendo: “Tengo la verdad todo el tiempo”. Creo que hay capítulos alucinantes. Nos atrevimos narrativamente a hablar de un fenómeno como Elon Musk; nos atrevimos a narrativizar el movimiento feminista, el movimiento afro, el movimiento indígena, de cómo el movimiento social tiene una narrativa instalada. Pusimos en la cancha los mismos sujetos dominantes, pero desde otros lugares que nos parece que hacen falta. Tenemos que intentar otras interpretaciones, otras posibilidades, otras políticas. El libro es eso: una invitación a cambiar la mirada y cambiar los discursos, a perder las seguridades; invita a la Universidad y a la academia a que perdamos la seguridad de nuestras categorías y a que ganemos la inestabilidad de lo popular.

Amparo: En ese sentido, quisiera agregar que en este momento las ciencias sociales necesitan la comunicación para poder lograr pensar de manera más provocadora sobre lo que está pasando en este momento. Es decir, muchas veces en el pasado teníamos que humildemente decir: “Bueno, la comunicación no puede pensar sin la ciencia social”. Pero creo que este es el momento en el que estamos en el otro lado de la cancha: la ciencia social necesita entender estos procesos de los Yo narrativos y de la comunicación para poder reflexionar lo que está pasando en el ámbito de lo político, de lo social, de lo económico y de lo cultural.

Omar: Y en ese caso, como conclusión, vale decir que, ante el embate contra las universidades privadas de Trump, en Estados Unidos, de Milei a las universidades públicas en Argentina, lo que vemos no es un ataque contra las universidades, sino que hay una guerra medieval contra el conocimiento. Y eso es porque no hemos sido capaces de traducir el conocimiento que hacemos, divino, en todas las universidades, a un storytelling de lo popular y de los sentidos comunes.

Entonces, la comunicación hoy es vital porque o hacemos sentido de y para los sentidos comunes o vamos a seguir siendo vistos como unos burgueses alejados del mundo –no solamente las ciencias sociales, sino todas–. En este momento han llegado expertos marketineros en storytelling a las universidades para hacer unos videos tan aburridos que digo: “No, no, si vamos a hacerlo otra vez que no nos pase que nos quedamos en la Ilustración, sino que le metamos lo popular a eso”. Y no funcionan, porque no entienden qué es el conocimiento, ni cómo se produce, ni donde está su sentido. ¿Cómo hacemos una comunicación popular en las universidades? Un retico re simple: a ver, ¿cómo dejamos de dar clases al pueblo y pasamos a comunicamos en perspectiva del pueblo?

(1) Rincón, Omar Rincón es docente en la Universidad de los Andes, Colombia, y coordinador del Grupo de trabajo de CLACSO sobre Comunicación, culturas y política.

(2) Amparo Marroquín Parducci es docente en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador.




 

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Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


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