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Lecciones de desmemoria

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Por Marcelo Valko / LA HERRAMIENTA PRIVILEGIADA DE LAS ÉLITES / La pedagogía de la desmemoria hace que la crisis que agobia al pueblo y la siniestra predilección de las balas del Estado por los cuerpos indígenas aparezcan tan desligadas entre sí como del ideario de la Generación del 80, que creó un feudo enano en lugar de una patria inclusiva. Si sus escribas pontificaron las bondades de un destino agroexportador, instalaron la falacia...
LA HERRAMIENTA PRIVILEGIADA DE LAS ÉLITES / La pedagogía de la desmemoria hace que la crisis que agobia al pueblo y la siniestra predilección de las balas del Estado por los cuerpos indígenas aparezcan tan desligadas entre sí como del ideario de la Generación del 80, que creó un feudo enano en lugar de una patria inclusiva. Si sus escribas pontificaron las bondades de un destino agroexportador, instalaron la falacia del descenso de los barcos y glorificaron a Roca, los de hoy buscan colectivizar la amnesia suplantando los hechos por un relato en el que Ismael Ramírez, el niño qom asesinado en Chaco, es parte de una “guerra de guerrillas”, los que luchan por la recuperación de tierras son extranjeros a punto de tomar el control de la Patagonia, y el ajuste y el saqueo, medidas positivas sin relación con estos acontecimientos. Frente a semejante usurpación de la verdad, la tarea es desmontar la historia oficial y trabajar para que un día muy cercano nos gobierne la noble igualdad.

Por Marcelo Valko
Psicólogo y docente, especialista en etnoliteratura e investigación del genocidio indígena. Ha dictado conferencias en universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina. Es autor de numerosos textos, entre ellos Cazadores de poder, El malón que no fue, Ciudades malditas, ciudades perdidas, Pedagogía de la desmemoria, Desmonumentar a Roca y Los indios invisibles del Malón de la Paz.

Fotos: Sebastián Miquel

Mientras escribo esta nota las balas del Estado vuelven a demostrar su siniestra predilección por el cuerpo de los indígenas y un chico qom de trece años, Ismael Ramírez, cae asesinado en el Chaco en un “intento de saqueo”. De inmediato se disparan los resortes del poder, se arma un relato y la ministra Bullrich sale a escena para hablar sobre “guerra de guerrillas”. Su guión asombra. Nuevamente la víctima es culpable. Tal preferencia de los proyectiles está íntimamente ligada a la desmemoria, viene de lo profundo de la historia y nos constituye como un país con vocación de periferia. Guarda relación con aquella estratégica asimetría de unos y otros, de castas de poder y grupos subalternos. Seguramente Hegel lo plantearía en términos de amos y esclavos.

El patriciado de caudal y rango tuvo y tiene a su disposición escribas, ventrílocuos y bufones con dedicación full time para traducir lo negro como blanco, los despedidos como una oportunidad de reconversión laboral, el achicamiento como positivo, y la desmemoria es su principal herramienta para acusar a los muertos de ser culpables. De esa forma, elabora una historia que usurpa la verdad y los procesos sociales desaparecen consumidos por relatos que naturalizan por saecula saeculorum al mandamás acostumbrado. Rodolfo Walsh lo explicó con claridad: “han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.

La crisis económica que hoy agobia a los ciudadanos y acabó con la vida del joven de trece años es producto de personajes que aprendimos a glorificar desde primer grado. La tan mentada Generación del 80 no sólo fue cruel, sino también inepta. Sarmiento, una de sus principales estrellas, en el Facundo pontificaba acerca de que “los españoles no somos ni navegantes ni industriosos y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos a cambio de nuestras materias primas, y ella y nosotros ganaremos en el cambio”. Y así, sin más nos ató al yugo de las directrices de un capitalismo con vocación de furgón de cola y nos enquistó en un destino agroexportador sin valor agregado. La ventaja natural de nuestros suelos se convierte en un maleficio. En cambio, Australia y Nueva Zelanda, apoyadas en esas mismas ventajas, supieron diversificar sus economías y nos dejaron muy pero muy atrás.

La pedagogía de la desmemoria es la madrastra de la historia oficial y hace del olvido, de la pérdida de la identidad, de la amnesia colectiva y de la tergiversación su máximo catecismo. El poder tiene pánico de recordar, por eso procura por todos los medios colectivizar la amnesia e impedir el acceso a la palabra verdadera. Necesita olvidar, porque olvidar es negar sus responsabilidades. Enmascarado desde esa excelente coartada, finge ignorar los hechos que fueron suplantados por relatos a gusto del paladar de una casta especializada en usurpar la verdad. Pensadores nacionales advirtieron tempranamente el laberinto al que nos condujo la falta de visión de la casta del ochenta. Por ejemplo, Raúl Scalabrini Ortiz alertó sobre “el imperialismo económico que encontró aquí campo franco. Bajo su perniciosa influencia estamos en un marasmo que puede ser letal. Todo lo que nos rodea es falso e irreal, falsa la historia que nos enseñaron, falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron, falsas las perspectivas mundiales que nos presentan, falsas las disyuntivas políticas que nos ofrecen, irreales las libertades que los textos aseguran”.

Comparemos. El tendido ferroviario de Estados Unidos es en cuadrícula, destinado al mercado interno, mientras que aquí Gran Bretaña construyó con dinero argentino tres abanicos convergentes hacia los puertos de Bahía Blanca, Buenos Aires y Rosario para extraer rápidamente las materias primas que requería. Los dueños de la tierra se enriquecieron en forma astronómica y no tuvieron empacho en demostrarlo de manera ostentosa. Basta mirar el inmenso Palacio de la Cancillería que fue la mansión de la familia Anchorena. La Generación del 80 hizo estragos. Teníamos otro destino y esta gente creó un feudo enano en lugar de una patria inclusiva. Esa élite contrató escribas de buena labia que redactaron una historia oficial para autoglorificarse y atacar todo lo que pudiera perjudicarla. Así aparecen las dos presidencias de Julio Roca. Más que en el empleado del mes, su accionar lo convierte en el empleado del siglo. En la primera presidencia barre tolderías, en la segunda hace foco en el movimiento obrero con la ley más represiva de nuestra historia: la 4.144, que es la Ley de Residencia que redactó Miguel Cané. Elaboran una historia a imagen y semejanza de sus deseos de clase.


En Argentina, la desmemoria que conduce a una amnesia colectiva no es “interpretable”, se encuentra íntimamente vinculada a la currícula académica construida por una historiografía que se enseñorea en las aulas amaestrando las neuronas de generaciones de docentes y alumnos. Para estructurar semejante obra maestra de las élites del poder, no sólo emplearon los textos y láminas de los “cándidos” manuales escolares aprobados por el Ministerio de Educación, sino que también esparcieron por todas las concentraciones urbanas una serie de estatuas que, como una suerte de hitos sagrados, custodian el discurso de nuestra temporalidad como nación. Tal anestesia visual, para denominarla de algún modo, se trata de un mecanismo peligroso que tergiversa y suplanta la realidad mediante la laboriosa construcción de un imaginario que obliga a pensar y pensarse con categorías mentales esquizoides, dando como resultado un país fracturado.

Vayamos a un ejemplo actual. Hace un año, cuando estalla en los medios el “caso Maldonado”, de inmediato la solidaridad del joven Santiago con la recuperación de tierras fue borroneada por la “siniestra actividad de la RAM” que, caracterizados como mapuches chilenos y armados con serruchos, martillos y algún cuchillo oxidado, estaban a punto de tomar el control de toda la Patagonia. Hoy la RAM desapareció de las portadas, pero quedó flotando la cuestión de la extranjería. Veamos dónde se origina esta invención. Para ello, detengámonos en el autor del latiguillo, me refiero a Estanislao Zeballos, ideólogo de la Liga Patriótica Argentina, publicista de Roca, promotor de la construcción del desierto que vació la pampa-Patagonia de seres humanos y que tenía un hobby particular: coleccionar cráneos indígenas. Tan siniestra predilección no fue obstáculo para que su nombre ingresara en calles, colegios e incluso estaciones de tren, y fuera enterrado con honores en la Recoleta.

En La conquista de quince mil leguas elucubra una extraña teoría basada en las cualidades negativas o positivas que emanan de la geografía de los Andes según se trate de la vertiente del Pacífico o del Atlántico. De ese modo, afirma que los tehuelches nacidos de este lado son buenos argentinos y están “naturalmente preparados para la civilización”; en cambio, los trasandinos son malvados invasores chilenos. Su chovinismo lo llevó al extremo de elaborar tal distinción basada en las virtudes mágicas del suelo nacional. Por otra parte, es interesante tener presente que los mapuches constituyen un grupo nómade que venía cruzando y recruzando la cordillera en ambos sentidos. ¿Antes de 1810 eran chilenos? ¿Acaso no son preexistentes a la demarcación de ambos Estados? Luego se hizo carne la falacia de que todos los argentinos bajamos de los barcos, por ende, si algún indígena aparece naturalmente debe ser extranjero. De ese modo, los kollas son bolivianos, los guaraníes paraguayos y los mapuches chilenos, y, obvio, no tienen derecho ni a un centímetro de suelo argentino.

A estos personajes transformados en “próceres de clase” la justicia ya no los puede alcanzar. En cambio, es posible desmonumentarlos, es decir, castigarles la memoria. La tarea es desmontar la ingeniería de la anestesia, poner a la intemperie las grietas de un relato donde emerjan las voces de los ausentes para demoler la historia oficial. Todo relato tiene un punto débil y es la falsedad acomodaticia que lo constituye. Es preciso leer entre líneas, observar los márgenes y desenmascarar las huellas dejadas por el delito. Es necesario seguir esas pistas, esas contradicciones maquilladas de certezas. Eso requiere agotar todos los materiales que se encuentren al alcance: archivos, testimonios, hemerotecas, textos. Nuestras investigaciones deben elaborar el prontuario de aquellos personajes injustamente encumbrados en el Olimpo de los manuales que, haciendo a un lado los generosos principios de Mayo, pergeñaron un país donde tan pocos viven una fiesta permanente a costa de tanta tierra, sangre y sudores ajenos. La historia debe condenarlos, no glorificarlos. Así de sencillo, complejo y trágico.

Nos persuadieron de que Mayo es la escenografía montada por una lámina escolar con la fachada del Cabildo, una llovizna, paraguas, gente que mira y no sabe de qué se trata mientras una mazamorrera pasa por detrás como una actriz de reparto y dos personas reparten trozos de tela como si fueran muestras de una sedería. Eso no es Mayo. Mayo es su propuesta de patria grande y fraterna, de libertad de vientres, de la quema de instrumentos de tortura, del sol inca en la bandera. Una estrofa del Himno nos brinda una pista cuando plantea ver “en el trono a la noble igualdad”. Ese es el ideal libertario. Significa que nos debe gobernar la noble igualdad. Esa es la búsqueda. Esa es la tarea para el hogar y para la calle. Esforcémonos para que los desvelos de Mayo se concreten. Es lento, pero viene y nosotros lo veremos llegar, lo haremos llegar.

El maestro Bayer

No quiero terminar esta nota sin hablar del padre de la criatura. Me refiero a Osvaldo Bayer, que desde los sesenta viene bregando por la reivindicación de los pueblos originarios. Con él tengo una amistad de años, de viajes compartidos, conferencias conjuntas, largas cenas, muchos brindis, conversaciones muy íntimas y una mirada similar en tantas cuestiones de la realidad. Desde que nos conocemos, siempre me alentó en cada una de mis investigaciones. Osvaldo honró cuatro de mis libros con sus prólogos, pero por sobre todo es un maestro de vida, alguien que jamás traicionó sus ideales aunque vinieran degollando. Tan opuesto a tantos campeones olímpicos en el salto panqueque según soplen los vientos. En una época de travestismo ideológico, de saltimbanquis que transitan partidos políticos y cambian de camiseta como de media y poseen masters en adulterar con sus discursos la realidad de los ciudadanos, es bueno recordar a Bayer desde la honradez de su austeridad, la lucidez de su pensamiento, la humildad de su trayectoria brillante y la valentía de sus investigaciones que nos asegura que, “a la larga, la ética siempre triunfa”.


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