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Contra el despojo

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TEATRO E IDENTIDAD (Por Roxana Aramburú) / Cuando en 1980 Roxana Aramburú ingresó a estudiar biología, la exhibición en el Museo de La Plata de los restos de quienes murieron allí prisioneros o víctimas del avance militar sobre el Chaco y el sur era de una naturalización pasmosa. Años después, esa normalidad empezó a resultarle oprobiosa y la historia que se había buscado ocultar emergió en otras. Escribió sus obras al calor de las transformaciones socioculturales...
TEATRO E IDENTIDAD / Cuando en 1980 Roxana Aramburú ingresó a estudiar biología, la exhibición en el Museo de La Plata de los restos de quienes murieron allí prisioneros o víctimas del avance militar sobre el Chaco y el sur era de una naturalización pasmosa. Años después, esa normalidad empezó a resultarle oprobiosa y la historia que se había buscado ocultar emergió en otras. Escribió sus obras al calor de las transformaciones socioculturales propiciadas por la resistencia de los pueblos originarios, una LSCA que les dio aire y un Congreso que promulgó leyes en defensa de la memoria, la verdad y la justicia. Hoy, en el país del presidente que afirma que “somos descendientes de europeos”, asistimos a la puesta en peligro de esas transformaciones, que son las mismas que comenzaron a hacer posible la restitución de aquellos restos a sus comunidades de origen.

Por Roxana Aramburú
Doctora en Ciencias Naturales por la Universidad Nacional de La Plata. Dramaturga.

Fotos: Marco Bufano

“HOMBRE: – Visto mi manto de piel, mi cochel con plumas; me pinto el pelo de blanco. Vengo a tocar el vidrio que la encierra. Hago tic, tic, con mis dedos callosos, que antes tomaban las riendas… Susurro su nombre, que nadie conoció. Ahora que está presa, obligada a mostrarse, me pregunto dónde ha ido su carne, que no ha vuelto a la tierra; dónde su piel, su pelo, me pregunto cuánto dura una noche eterna.”
Últimamente vencidos (2009)

Todo esto pasó hace poco más de cien años. Casi nada. Muchos de nuestros abuelos estaban naciendo por esa época, esos abuelos que tienen un nombre, un apellido, una historia, que fueron enterrados y son recordados en la familia, que conservamos su foto, las cartas que escribían, algún objeto personal. Una historia que vuelve a hacerse presente, nos completa y en algunos casos nos da sentido porque pone piezas en nuestro rompecabezas, hace surgir nuestra imagen más acabada cada vez que los mencionamos.

No debería sorprendernos que la historia escrita por los vencedores nos quiera ocultar deliberadamente la otra. Tenemos ejemplos sobrados en Argentina que sería redundante enumerar y estamos asistiendo tal vez al último de los intentos. Pero lo que se oculta es una semilla que entra en dormancia: tarde o temprano rompe los terrones, empuja, busca la luz.

En el año 1980, en plena dictadura, ingresé para estudiar biología a la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, al “museo”, como le decíamos en esos tiempos en que nos daba igual una palabra que otra. Fui una de esas niñas curiosas que tironeaban el brazo de su papá para ir a ver las momias, otro término impreciso para la exhibición de restos. En años posteriores, ya trabajando como bióloga en el bendito museo, me acostumbré a pasar distraída entre esqueletos y cráneos, como si me encontrara en realidad en un cementerio y nunca me hubiese percatado. Sabía que exactamente al doblar por un corredor del primer piso que balconea la planta baja me encontraría con el esqueleto de Maish Kensis. Había entonces –esto es lo que quiero significar– una naturalización pasmosa en mostrar al público los huesos de nuestros abuelos y nuestras abuelas.

¿Y quién era Maish Kensis?

Maish Kensis fue un joven yámana que murió en el Museo de La Plata en 1894. Tenía alrededor de veinte años. Su suerte estuvo ligada a la de otro grupo de personas que Francisco Pascasio Moreno llevó a vivir y a trabajar en condiciones de esclavitud al museo, recién inaugurado en la ciudad higienista. Así como hay agujeros de información, también existe una documentación increíble por parte del científico, naturalista y/o coleccionista “huinca”: Ten Kate, Vignati, Jakob, Lehmann-Nitsche y otros más publicaron sus observaciones y análisis sobre estas personas en revistas de ciencia, y el mismo Moreno en sus memorias. Sabemos que los prisioneros eran cerca de quince y que había niños también. No está claro dónde los alojaban. Ejercían diferentes tareas de mantenimiento, cocina, limpieza; hacían labores textiles; eran interrogados acerca de sus costumbres, de su idioma, fotografiados, medidos, mostrados vivos a los visitantes. Al morir, allí mismo y/o en la Facultad de Medicina, sus cuerpos eran preparados para obtener las máscaras mortuorias, sus cueros cabelludos, sus órganos, y, finalmente, sus huesos. Es decir: había gente en la ciudad de La Plata que moría y no era inhumada de acuerdo con la legislación municipal, que escapaba a las regulares de la ley, que no aparece en los censos de población. De algunas de estas personas sabemos sus nombres, como el cacique tehuelche Inakayal, aunque no se conoce el nombre de su esposa. Triple condición, triple invisibilización: mujer, india, NN. El grado de colaboración en el trabajo marcaba el volumen de las raciones. Inakayal se negaba; Maish Kensis, sin embargo, colaboraba en la tarea de despostar los cuerpos de sus compañeros de cautiverio. Finalmente, ese momento también llegó para él.

El Museo de La Plata recibió cadáveres y pertenencias de las víctimas del avance militar sobre el sur –eufemísticamente llamada “Conquista del Desierto”– y el Chaco. Muchos restos fueron saqueados de cementerios, como el caso de Panghitruz Gner (Mariano Rosas), hoy restituido a su comunidad ranquel en Leuvucó. Otros, como el toki o cacique general de las Pampas Juan Calfucurá, aún esperan volver a su territorio. En 1879 su tumba fue profanada por soldados del teniente Juan Lavalle y su calavera donada al naturalista Estanislao Zeballos, de donde pasó a las colecciones del museo. Zeballos fue diputado y ministro de Relaciones Exteriores, y en sus escritos –especialmente en Viaje al país de los araucanos, de 1880– hay referencias a los personajes que conoció en vida y cuyos restos luego donó al museo.



El esqueleto de Maish Kensis estuvo en exhibición en la sala de Antropología Biológica del Museo de La Plata hasta que fue retirado a instancias del Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (Colectivo GUIAS), en agosto de 2006. Algunos años antes de esta resolución, la naturalización de estas muestras humanas empezó a resultarme cuestionable y oprobiosa. El pasado, la historia cercenada y acallada, se alzaba; el indio “argentino” versus el indio “chileno”; el buen indio, que era el muerto; las culturas “desaparecidas” que habían sostenido durante cien años una resistencia silenciosa. Esa semilla no fue enterrada; fue sembrada. Por ese entonces sentí la necesidad de dar a conocer alguna de estas historias desde otro lenguaje que me era cercano, la escritura teatral.

Dramaturgia y pueblos originarios

Escribí las obras que vinculan a los pueblos originarios y el Museo de La Plata: Tierra adentro (2007), Últimamente vencidos (2009) y Damiana, una niña aché (2012, en coautoría con Patricia Suárez). Damiana… estaba en cartel en 2016 cuando el Concejo Deliberante de La Plata la categorizó como de Interés Cultural. A raíz de esta distinción propuesta por el bloque del Frente para la Victoria se inicia la idea, el germen de un libro que incluyera otras obras de temática similar. De modo que los tres textos, junto con Si vas a llorar que sea de noche (acerca de los inicios del Equipo Argentino de Antropología Forense), conformaron finalmente el libro titulado Despojos. Teatro, identidad y memoria, editado por la Editorial de la UNLP. Elegí la palabra “despojos” en su doble acepción. Por una parte, el despojamiento, el arrebato de lo que pertenece a otro; por otro, el significado vinculado a los restos mortales.

Hice varias presentaciones del libro. En la primera de ellas, realizada en la Comisión Provincial por la Memoria, dijo la doctora Julia Lavatelli: “Despojos viene además a demostrar que las políticas públicas de estímulo y fomento de la cultura nacional, en este caso de la dramaturgia nacional, son fecundas, necesarias para mantener esa estrecha relación que el teatro siempre guarda con la esfera de lo público, de eso que atañe o implica la vida en común. Escritas entre 2009 y 2012, las obras de Roxana Aramburú guardan una relación directa con los procesos sociales vividos en Argentina en defensa de derechos humanos; de lucha contra la discriminación y a favor de la Memoria, la Verdad y la Justicia”.

En todas las presentaciones hubo algún acontecimiento político que motorizó las consignas, desde “Son 30 mil”, “En defensa de la educación pública”, “¡Libros sí, palos no!”, hasta “Aparición con vida”, “¿Dónde está Santiago? El Estado es responsable” y “Justicia por Santiago Maldonado y Rafael Nahuel”. El tiempo no hizo más que agravar la situación: la represión de la protesta social, la creación del enemigo interno y la demonización del pueblo mapuche empezaban a dar zarpazos mortales.

Dos breves reseñas

Últimamente vencidos
Durante la campaña militar al desierto, familias pertenecientes a distintas etnias fueron extirpadas de su tierra y llevadas a Buenos Aires. Allí los desmembraron, en todos los sentidos posibles. Mujeres y niños eran administrados por la Sociedad de Beneficencia y ofrecidos a través del diario La Nación como “servicio doméstico”. Los hombres, llevados a picar piedra a la isla Martín García, a trabajar en las plantaciones de caña; o paseados por eventos culturales, exhibidos en zoológicos humanos. Algunos de ellos pasaron sus últimos días en el Museo de La Plata, donde los llevó Francisco Moreno. Luego de muertos, eran descarnados y sus esqueletos exhibidos al público. En Últimamente vencidos, un guardia de seguridad y una empleada de limpieza trabajan en un sitio que es –posiblemente– un museo. El tiempo es ayer y es hoy. Un doctor y un fotógrafo, en safari antropológico, quieren aplastar carne y espíritu en papel fotográfico, en piezas de exhibición; transformar el sujeto en objeto. Entre tanta degradación, el hombre, la mujer, se muestran y se esconden, se pierden y se recuperan, luchan y se fatigan, duermen y despiertan, se rebelan y se someten. Sobreviven.

La imagen generadora de toda la obra es la del cacique Inakayal sobreviviendo a su esposa y viendo su esqueleto en una vitrina de exhibición. En Últimamente vencidos hay referencias también al cacique Orkeke y su esposa Hadda, que fueron paseados y mostrados como piezas exóticas en diferentes eventos sociales en Buenos Aires. El magnate Benetton también se hace presente al llevar al “terrenito del sur” sus diez mil ovejas.

Esta obra se estrenó en 2009 con dirección de Jazmín García Sathicq y producción de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de La Plata. Obtuvo el primer premio del concurso sobre “Dramaturgia y Derechos Humanos” organizado por la Secretaría de Cultura y Educación y la Subsecretaría de Derechos Humanos (Municipalidad de La Plata, 2009).

Damiana, una niña aché
Basada en el caso de una niña de la tribu aché, criada por colonos de Sandoa (Paraguay) que habían asesinado a su familia. Luego, llevada a la casa de Verena Korn como muchacha para la limpieza. Mucama, sirvienta, esclava. Lo único que tenía para sí era su cuerpo y tres palabras de su antiguo idioma: “caibú”, “aputiné”, “apallú”. Por su comportamiento fue confinada en un hospital psiquiátrico, donde fue fotografiada desnuda por Robert Lehmann-Nitsche, antropólogo y profesor de anatomía artística del Museo de La Plata. La niña murió en 1907, a los catorce años. Ya desde antes, su cabeza estaba destinada a ser estudiada en el Museo de Berlín por el profesor Hans Virchow. Su cuerpo fue descarnado en el Museo de La Plata, donde, según la crónica del propio Lehmann-Nitsche, “el cráneo ha sido abierto en mi ausencia y el corte del serrucho llegó demasiado bajo”, malogrando parte de la musculatura facial. Su esqueleto permaneció en un depósito hasta que los antropólogos de GUIAS lo encontraron. Damiana hoy descansa en su tierra en Paraguay, donde fue llamada Kryygi. La restitución fue binacional, dado que el cráneo estaba en el hospital Charité, en Alemania.

Robert Lehmann-Nitsche, formado en la academia como antropólogo, lingüista y etnólogo, registró un sinfín de rimas obscenas en los arrabales bonaerenses. De esta recopilación escatológica y lasciva nacieron los Textos eróticos del Río de la Plata, que publicó en 1923 bajo el seudónimo de Víctor Borde. Tras dirigir durante más de treinta años la Sección Antropología del Museo de La Plata, regresó a Alemania en la década de 1930, en tiempos en que se producía el ascenso del nazismo.

El texto fue escrito junto a Patricia Suárez, tiene tres personajes (Robert, Verena y Damiana) y el ladrido amenazante de Prinz, el perro guardián. Esta obra obtuvo Mención Especial en el Concurso Aplausos por la Inclusión (Organizado por la Secretaría de Desarrollo Social de la Nación, Argentores, Asociación Argentina de Actores y Sagai, 2012). Se estrenó en 2015 con dirección de Raúl Bongiorno en el Centro Cultural Viejo Almacén El Obrero (La Plata).

Las restituciones desde el museo

La primera restitución realizada en el museo y en Argentina fue la del cacique Inakayal (incompleta) en el año 1994. Veinte años después, el Museo de La Plata formalizó la restitución complementaria de los restos mortales del cacique, de su mujer y de Margarita Foyel a los representantes de las comunidades mapuche-tehuelche del Chubut. La última restitución que realizó, en 2017, fue la octava.

Se avanzó mucho en materia de exhibición en museos y devolución de los restos a sus comunidades de origen. El camino es largo, sinuoso y siempre hay cosas por mejorar y por continuar. Como testigo de estas ceremonias de restitución desde sus inicios, quiero rescatar que cada vez más personas se acercan para asistir y acompañar. No es un dato de menor importancia. Hubo un cambio cultural, producto de la resistencia de las comunidades, del trabajo de grupos como GUIAS, de una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que dio aire y voz a los pueblos originarios, de un Congreso que promulgó leyes vinculadas, de habernos dado el espacio para discutir. Hoy lamentablemente estamos peleando por cuestiones básicas, como el trabajo, el acceso a la salud y a la educación. Saliendo a la calle y rogando que no nos alcancen las balas, como le pasó a Rafael Nahuel y a tantos otros en el sur y en todo el territorio. Vivimos una época en que el presidente sostiene que “en Sudamérica todos somos descendientes de europeos”, negando no sólo la existencia actual de los pueblos originarios sino su preexistencia a la creación del Estado nación, ignorando redondamente los estudios científicos sobre nuestra ascendencia indígena y los procesos de mestizaje en Argentina y en América. Numerosas investigaciones ponen en contexto los procesos de despojo y explican por qué Benetton es hoy el mayor propietario en la Patagonia, mientras las comunidades indígenas no tienen sus títulos de propiedad comunitaria y están bajo la amenaza constante de desalojo. Como lo han hecho público los investigadores del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires, “las recuperaciones no son actos terroristas ni amenazas a la seguridad nacional, tal como sostiene el Ministerio de Seguridad de la Nación. Son llamados de atención sobre historias silenciadas en el relato oficial de la colonización, sobre los efectos negativos de la extranjerización de la tierra y de la intervención del capitalismo extractivista, y revelan la continuidad de la colonialidad en el presente…”.

Escribí mis textos de teatro con el mayor respeto y humildad; porque creo que hay que saber callar y escuchar lo mucho que los pueblos originarios, a través de sus organizaciones y líderes, tienen para decirnos. Pueblos que están de pie, vivos y dignos. A pesar de todo.


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