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Nuestra ronda de las locas

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Por Alejandro Kaufman / NOTAS SOBRE MEMORIAS Y GÉNERO / Lo que surgió de una ronda de locas para inflamar el corazón de miles lleva consigo la impugnación inmanente contra toda opresión. Por eso aquella primera descalificación apeló a la locura y la pregunta por el deseo es nuevamente formulada por cada generación de opresores: “Pero ¿qué quieren esas mujeres?”. Notas sobre una lucha inclaudicable...
NOTAS SOBRE MEMORIAS Y GÉNERO / Lo que surgió de una ronda de locas para inflamar el corazón de miles lleva consigo la impugnación inmanente contra toda opresión. Por eso aquella primera descalificación apeló a la locura y la pregunta por el deseo es nuevamente formulada por cada generación de opresores: “Pero ¿qué quieren esas mujeres?”. Notas sobre una lucha inclaudicable que no nació de un organismo de derechos humanos, sino de un flujo primordial en el que los recursos existenciales más remotos fueron recreados en magnitudes y calidades formidables por una madre, una abuela, en medio del horror, y que, desde ese fondo inaudible de la existencia, hizo posible durante cuatro décadas albergar la esperanza de un futuro para nuestro colectivo social.

Por Alejandro Kaufman
Docente.

Fotos: Sebastián Miquel

I. El negacionismo no es un enunciado provocativo que se profiera como mentira ni como descripción equivocada o injuriosa posterior a los hechos. El negacionismo concierne a los hechos mismos de que trata la laboriosa saga de la memoria: la desaparición es un crimen que se niega a sí mismo, no sólo como si nunca hubiese sucedido, sino como si nunca hubiesen existido las víctimas del crimen. En ello reside lo nuevo que lleva a decir nunca más para delimitar eso que sucedió, y que no tiene nombre. Decimos muchas veces de algo inaceptable que no tiene nombre porque no lo queremos susceptible de designación. Cuando el exterminio se cierne como lo acontecido, se nos eleva enfrente una forma decisiva de lo que no nos es representable por haberse realizado con ese propósito: cambiar la historia social de modo culminante e irreversible. Sofocar sin apelación el deseo de libertad. Quien perpetra lo hace sin nombre, sustrae el nombre, lo hunde en la no existencia.

El exterminio es el último recurso de la opresión milenaria –en tanto forma nuclear del lazo social– frente a la emancipación, tal como los tiempos modernos fueron acompañados del hálito libertario. El exterminio es la respuesta ofrecida por uno de los términos del drama humano ante la materialidad con que la espera mesiánica se concreta en nuestros tiempos. Clausurar el círculo de la dominación para siempre es su propósito.

Donde una época se arriesga a transformar de modo sustancial las condiciones existenciales de la especie: allí reside también y sobre todo el fin de la supremacía masculina, el fin de la guerra como condición de las prácticas de soberanía, el fin de la territorialidad como sesgo de todo emprendimiento colectivo, el fin de las gramáticas de orden que hilaron la trama de siglos de épica y poder. El fin del señorío.

Donde se nos aparecen crónicas en apariencia usuales, afloran intuiciones sin embargo fundantes, acontecimientos de creación colectiva que no fueron antes avizorados. No hubo anuncios ni avisos. Nuestras historias contemporáneas no proceden de una buena nueva ni de una anunciación, aunque retomen ancestrales inspiraciones y las actualicen.



II. “Paridas por nuestros hijos”, nacidas y nacidos en la ESMA, cuerpos ensoñados arrojados al mar, terror sin rostro diseminado por todo el tejido social, largos años –casi desde el inicio mismo del horror– de luchas por la verdad y la justicia, de sostenimiento de un deseo ígneo de reparación y devenir convivencial. Toda aquella serie inacabada e inacabable de sufrimiento y lucha, de dolor y sustracción del duelo contiene una red profusa y heterogénea, diversa e inconmensurable de anhelos, manifestaciones, discursos, acciones. Todos los acontecimientos que han tenido lugar durante cuarenta años concurrieron de maneras indecibles hacia un solo caudal, el del nunca más, el de verdad y justicia. Nadie entre quienes mantuvieron tal compromiso visceral con la tragedia de los acontecimientos del horror puso en duda el destino de las luchas. Es curioso que desde fuera de esos ríos de lava emergiera la descripción de las memorias como “disputas” como si el antagonismo mayúsculo de la perpetración no silenciara cualquier otra disonancia o matiz más allá de la pertinencia que en cada conmemoración vuelve a verificarse. Sólo con una amplificación sintomática, partícipe impensado de la tragedia denegatoria que constituye aquello que las memorias vienen a reparar, podría adquirir consistencia la descripción de las memorias como disputas en lugar de diversidades, heterogeneidades, singularidades testimoniales, concurrencias plurales recorridas por un mismo hilo delgado pero indeleble, imperceptible pero radical, el de la sutura de lo destrozado mediante el débil recurso de la paz y la justicia. Débil recurso frente a la fuerza brutal de la falocracia, tal como nos es dado considerar a la perpetración frente a sus víctimas.

III. La denegación asume múltiples formas y es consecuencia irreductible de la perpetración del crimen colectivo. Sólo las víctimas, quienes desaparecieron, se mantienen fuera de toda consecuencia frente a quienes han sobrevivido. Sobrevivir a la desaparición no es haber quedado indemnes de un hecho destructivo o de un accidente. La supervivencia en un primer círculo concierne a quienes formaban parte de las categorías sociales condenadas a la desaparición, a ser víctimas del castigo que los acontecimientos del horror procuraban aplicar sobre el estigma de la emancipación. En esos cuerpos sobrevivientes reside un magma de interrogaciones que en su mejor forma se despliega como movimiento de los derechos humanos y la memoria, y que en otras instancias permanece hasta en la mudez y la oscuridad del olvido y la culpa. Si no hemos tenido mayores oportunidades que las que de todos modos han tenido lugar de muchas maneras, testimoniales, artísticas, hasta aquellas que no hemos conocido por el silencio y la inarticulación, es porque la perpetración, como sistema, ha perseverado ahí, desde el acto mismo del crimen hasta el acecho posterior, en su aparente derrota, contrariada por las mutaciones que sitúan en el habitar de nuestros días aquellas expresiones que describimos de modo circunscripto como negacionismo.

IV. Una y otra vez se constata el arbitrio de discutir lo circundante mientras el centro de la cuestión es puesto en tela de juicio, o en una nube de deslegitimaciones, borramientos y falacias, recursos todos contra las memorias como modalidades del olvido derrotado por miles de almas que vuelven a marchar sin cesar.

Se sabrá en el futuro algo que podemos intuir desde ayer y siempre. Aquello que surgió de una ronda de locas para inflamar el corazón de miles y miles, aquí y en todas partes lleva consigo la impugnación inmanente contra toda opresión. No es un mensaje ni un enunciado unitario en sus apariencias y expresiones. Por ello se confunden las demostraciones de la heterogeneidad como disputas, es decir, como si se compitiera o luchara entre quienes participan del movimiento por algo que se pretendiera más allá del movimiento mismo. Pero esta observación se postula desde fuera del movimiento como tal. El movimiento como tal no se autodescribe así. No se autodescribe, preferiríamos decir: actúa del modo en que cada cuerpo puede y sabe, de las maneras en que las memorias lo exigen. Podría decirse de esta otra manera: del modo en que se escucha la inaudible voz de los muertos. Hay una resonancia entre muertos y sobrevivientes, ese primer círculo de sobrevivientes que anima aquello que persiste como memoria. En ese afán hay cuidado, amor, entrega, dedicación a otro mundo soñado, ayer y hoy. La condición de la supervivencia se extiende hasta donde alguien respire, pero, a medida que nos alejamos de la ronda de las locas, algo de su inspiración se disipa hasta alcanzar el lóbrego sitial que sostiene el linaje de la perpetración. La memoria consiste, que no en recordar el pasado, más bien en delimitar el presente. Ampliar el círculo de la inspiración de verdad y justicia, pero delimitarlo también de aquello que es su contrariedad criminal, que originariamente fue crimen contra la humanidad y ahora se manifiesta como olvido o como negacionismo, siempre como opresión.

Ese, el de quienes pugnan por la liberación, es el deseo incomprensible para el opresor, indecible para su léxico. “¿Qué quieren, qué más quieren? Ya les hemos dado todo.” El deseo es locura, locura de amor, cualquiera que sea su objeto: ruptura de la sujeción.

Valga aquí aquella manifestación primera de descalificación al apelar a la locura como si todo devenir emancipatorio no hubiese sido cada vez tratado de maneras similares. Pero ¿qué quieren esas mujeres? La pregunta por el deseo es nuevamente formulada por cada generación de opresores, y es dirigida hacia quien se encuentre debajo, sea la mujer, o el esclavo, o el trabajador, no importa la identidad de quien se define por estar abajo y por pugnar por la liberación. Ese es el deseo incomprensible para el opresor, indecible para su léxico. “¿Qué quieren, qué más quieren? Ya les hemos dado todo.” El deseo es locura, locura de amor, cualquiera que sea su objeto: ruptura de la sujeción.

Se pretende en estas líneas formular un modo del nunca más, uno que comprende a quienes cada 24 de marzo concurren a un mismo sitio, aun cuando no permanezcan exactamente al mismo tiempo. Son secundarias, frente al horror y la memoria, todas las diferencias. Finalmente se sabrá, como no puede ser de otro modo. Hay un bien en resguardo, un motivo no ofrecido a discordia, un cuidado definitivo.

V. Nuestra ronda de locas no nació como organismo de derechos humanos, sino como un flujo primordial en el que los recursos existenciales más remotos y olvidados fueron recreados en magnitudes y calidades formidables desde la más extrema debilidad, desde el destino último que podría tener una madre, una abuela, en el momento de la soledad más atroz, del aliento agónico de una historia de destrucción y crimen. De ese fondo inaudible de la existencia se repuso aquello que hizo posible durante cuarenta años albergar la esperanza de un futuro para nuestro colectivo social. ¿Puede una parición semejante, con todo el dolor atravesado, con todo el amor y deseo inagotables, pueden tales luchas inclaudicables verse como otra cosa que una cuestión de género?

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