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Abrirse a la dependencia

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Por A. Asiain y A. Crivelli / LA INSERCIÓN ANTINACIONAL DE ARGENTINA EN UN GOBIERNO DE MULTINACIONALES / La administración neoliberal macrista arrastra a nuestro país hacia la integración a la división internacional del capital bajo las estrategias de las potencias de Estados Unidos y Europa. Aquí las razones de esa sumisión a los poderes imperiales a expensas de la soberanía y los intereses de la Patria.

LA INSERCIÓN ANTINACIONAL DE ARGENTINA EN UN GOBIERNO DE MULTINACIONALES / La administración neoliberal macrista arrastra a nuestro país hacia la integración a la división internacional del capital bajo las estrategias de las potencias de Estados Unidos y Europa. En el predominio de representantes de empresas extranjeras entre sus funcionarios y del capital extranjero dentro de la cúpula empresarial, se halla la respuesta de esa sumisión a los poderes imperiales a expensas de la soberanía y los intereses de la Patria.

Por Andrés Asiain y Agustín Crivelli
Economistas. Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz.

Fotos: Sebastián Miquel

A partir de la asunción del presidente Macri, el Gobierno argentino fijó nuevas prioridades en la agenda de relacionamiento externo de nuestro país. Detrás de la repetida frase sobre la necesidad de que el país se “abra al mundo” se esconde un eufemismo que refiere al reforzamiento de los lazos de dependencia comercial y financiera con los dos centros económicos internacionales tradicionales: Estados Unidos y la Unión Europea.

Así, el impulso a las negociaciones para la firma de un acuerdo de libre comercio entre el MERCOSUR y la Unión Europea y el alineamiento con Estados Unidos son los rasgos centrales del nuevo esquema de inserción internacional.

Se trata de iniciativas que procuran que dichos socios comerciales recuperen posiciones frente a la relativa autonomía obtenida por la región en la década pasada, y parte del terreno perdido en manos chinas. El reposicionamiento de las potencias tradicionales no sólo es en términos comerciales, sino también en otras materias relevantes, tales como servicios, inversiones, compras públicas, patentes, indicaciones geográficas, entre otras.

En lo que refiere al acuerdo con la Unión Europea, dicho bloque no ha dado muestras de estar dispuesto a otorgar concesiones sustantivas en materia de acceso al mercado para productos agrícolas y productos agrícolas procesados –el principal interés exportador del MERCOSUR– ni a flexibilizar su complejo sistema de barreras no arancelarias. Europa pretende acceder en condiciones preferenciales a los mercados del MERCOSUR sin resignar su proteccionismo, y, a la vez, mantiene un elevado nivel de ambición en materia de compras gubernamentales, servicios, inversiones y propiedad intelectual, inclusive más allá de los compromisos asumidos en el ámbito multilateral.



Durante los gobiernos kirchneristas, nuestro país se mostró interesado en alcanzar un acuerdo equilibrado y beneficioso para cada una de las partes. Para eso, la Unión Europea debía otorgar un efectivo trato especial y diferenciado al MERCOSUR, contemplando las diferencias existentes en el desarrollo económico de ambos bloques y preservando los márgenes para que los países de la región pudieran aplicar políticas activas dirigidas al fortalecimiento de sus sectores industriales.

Por su parte, la visita del presidente Obama a nuestro país no puede desligarse del objetivo de impulsar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés). Se trata de un tratado de libre comercio de carácter multilateral, que actualmente se encuentra en proceso de negociación e involucra a doce países: Estados Unidos, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Brunei Darussalam, Singapur, Vietnam, Canadá, Chile, Perú y México.

Tanto Macri como la canciller Susana Malcorra han manifestado que verían con buenos ojos que la Argentina se aproxime a los países de la Alianza del Pacífico, y que eventualmente también firme el TPP. La firma de ese acuerdo sería dramática para la economía argentina, ya que limitaría las posibilidades del Estado nacional de regular e intervenir en cuestiones económicas, limitaría las posibilidades de desarrollo de la pequeña y mediana empresa y daría muchas más concesiones al gran capital internacional, en este caso de origen estadounidense.

El TPP es una estrategia norteamericana para tratar de contener el avance de China, que se transformó en un socio vital para muchos países de la región, empezando a desplazar el lugar que históricamente tuvo Estados Unidos. De esta manera, uno de los objetivos del TPP es tratar de cercar a China, abarcando no sólo países de América, sino también de Asia y Oceanía.

La firma del TPP sería dramática para la economía argentina, ya que limitaría las posibilidades del Estado nacional de regular e intervenir en cuestiones económicas y daría muchas más concesiones al gran capital internacional.

Estados Unidos lidera el proceso y sus autoridades han manifestado que tienen el objetivo de que el TPP constituya un “acuerdo del siglo XXI” que fije altos estándares para la gobernanza de las relaciones comerciales y de inversión en el contexto de las cadenas globales de valor. Los temas denominados “de siglo XXI”, que hasta ahora no han figurado de forma prominente en las agendas de los acuerdos comerciales, abordan cuestiones como la convergencia regulatoria, los flujos transfronterizos de datos, la protección de la propiedad intelectual, la protección a la inversión extranjera, la neutralidad competitiva de las empresas del Estado, la contratación pública, los asuntos laborales, etcétera.

En definitiva, la nueva agenda de inserción internacional que se ha puesto en marcha el 10 de diciembre último parece avanzar en un camino de integración a la división internacional del capital impulsada por el capital trasnacional bajo las estrategias de las potencias de Estados Unidos y Europa, que redundará en una reprimarización de la economía y el empoderamiento local de las potencias tradicionales y ciertos grupos económicos trasnacionales.

La pregunta que cabe al respecto es: ¿por qué las élites argentinas que retoman el control del Estado a partir del 10 de diciembre de 2015 impulsan una estrategia de inserción internacional que las subordina a las potencias tradicionales y el capital trasnacional?

La respuesta salta a la vista al analizar la composición del funcionariado del Gobierno de Mauricio Macri (ver Cuadro 1), donde la presencia de representantes de empresas extranjeras es predominante. Tan predominante como la del capital extranjero dentro de la cúpula empresarial argentina (ver Gráfico 1).





Los intereses globales de las empresas extranjeras en términos de reducción de costos y obtención de beneficios difieren de los intereses de una empresa nacional. A modo de ejemplo, la reducción de la producción de una planta local y su transformación en una armaduría de insumos provenientes de otra filial o en una simple comercializadora de productos importados de otra filial puede ser una estrategia de reducción de costos (especialmente de inversiones fijas globales) que permita incrementar las ganancias de las empresas trasnacionales. De ahí que los CEO de subsidiarias locales puedan impulsar políticas que reducen el valor agregado de la filial local, pero incrementan la rentabilidad de la corporación global.

De esa manera, los representantes de los principales grupos empresarios de sectores industriales pueden coincidir en el esquema de integración internacional desindustrializador de nuestro país, que pregonaron históricamente los representantes de sectores tradicionales primario-exportadores.


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