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Lumpenburguesías latinoamericanas

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Por J. Beinstein / ÉLITES ECONÓMICAS Y DECADENCIA SISTÉMICA / Se las definió como tales por representar una versión atrasada de las burguesías centrales hasta que la transnacionalización y financierización del capitalismo transformó la naturaleza de ambas. Origen y auge de una lumpenburguesía cuya llegada al Gobierno en Argentina marca el inicio de un gigantesco saqueo.

ÉLITES ECONÓMICAS Y DECADENCIA SISTÉMICA / Se las definió como tales por representar una versión burda y atrasada de las burguesías centrales hasta que la transnacionalización y financierización del capitalismo global transformó la naturaleza de ambas. Tan degradadas como sus paradigmas internacionales, hoy son el objeto de un proceso de decadencia que las desborda. Origen y auge de una lumpenburguesía habituada a la especulación, cuya llegada al Gobierno en Argentina marca el inicio de un gigantesco saqueo.

Por Jorge Beinstein
Economista, especialista en prospectiva. Profesor emérito de la Universidad Nacional de La Plata.

Fotos: Sebastián Miquel

A raíz de la llegada de Mauricio Macri a la presidencia, se desató en algunos círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que la derecha estaba intentando imponer. Se trató no sólo de hurgar en los currículums de ministros, secretarios de Estado y otros altos funcionarios, sino también, y sobre todo, en la avalancha de decretos que, desde el primer día de gobierno, se precipitaron sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto fue una tarea ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a desechar hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso. La mayor de ellas fue, probablemente, la flagrante contradicción entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer una supuesta ola exportadora, sin duda inviable ante el repliegue de la economía global; otra, la suba de las tasas de interés que comprime el consumo y las inversiones a la espera de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.

Algunos optaron por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”, etcétera); otros decidieron seguir el estudio, pero cada vez que llegaban a una conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el edificio intelectual construido; y, por último, unos pocos, entre los que me encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica general en esas decisiones no era una tarea fácil, pero tampoco difícil, sino, sencillamente, imposible. La llegada de la derecha al Gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino el inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín que puede en el menor tiempo posible y, luego de conseguirlo, pugna por más a costa de las víctimas, pero también, si es necesario, de sus competidores. La anunciada libertad de mercado no significó la instalación de un nuevo orden, sino el despliegue de fuerzas entrópicas; el país burgués no realizó una reconversión elitista-exportadora, sino que se sumergió en un gigantesco proceso destructivo.

Si estudiamos los objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas, como las de Venezuela, Ecuador o Brasil, encontraremos similitudes sorprendentes con el caso argentino. Incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o “proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y posibles efectos boomerang contra la propia derecha.1 Es evidente que el cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales dominan el escenario.



En la década de 1980, pero sobre todo en los años noventa, el discurso neoliberal desbordaba optimismo. El “fantasma comunista” había implosionado y el planeta quedaba a disposición de la única superpotencia, los Estados Unidos: el libre mercado aparecía con su imagen triunfalista prometiendo prosperidad para todos. Como sabemos, esa avalancha no era portadora de prosperidad sino de especulación financiera, pues, mientras las tasas de crecimiento económico real global continuaban descendiendo tendencialmente desde los años setenta (y hasta la actualidad), la masa financiera se expandía en progresión geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema, mutaciones en sus principales protagonistas que obligaban a una reconceptualización. En el comando de la nave capitalista global comenzaban a ser desplazados los burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles, inútiles o abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales, militares uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores financieros, payasos y mercenarios despiadados. La criminalidad anterior, medianamente estructurada, era remplazada por un sistema caótico mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero el viejo productivismo liberal) y se instalaba el parasitismo neoliberal.

El concepto de lumpenburguesía

Existen antecedentes de este concepto, por ejemplo, en Marx, cuando describía a la monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo la dominación de la aristocracia financiera, señalando que "en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía; desenfreno en el que, por la ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en el que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa".2

En ese enfoque, la aristocracia financiera aparecía diferenciada de la burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que lograba enriquecerse “no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada”3. Ubiquemos dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental, marcado por el ascenso del capitalismo industrial, donde esa aristocracia, navegando entre la usura y el saqueo, aparecía como una irrupción históricamente anómala destinada a ser desplazada, tarde o temprano, por el avance de la modernidad. Marx señalaba que, hacia el final del ciclo orleanista, "la burguesía industrial veía sus intereses en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos: “La dinastía de los Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc., en los que se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia financiera". 4

Resulta notable ver aparecer a los Rothschild como “usureros”, imagen sin duda precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta la Primera Guerra Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y moderno. Karl Polanyi los idealizaba como pieza clave de la Haute Finance europea –instrumento decisivo, según él, en el desarrollo equilibrado del capitalismo liberal–, que cumplía una función armonizadora al ponerse por encima de los nacionalismos, anudar compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales y calmar, así, la disputas interimperialistas. Al describir la Europa de las últimas décadas del siglo XIX, Polanyi explicaba que: "los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez". 5

Lo que para Marx era una anomalía, un resto degenerado del pasado, para Polanyi era una pieza clave de la “Pax Europea”, del progreso liberal de Occidente quebrado en 1914. La permanencia de los Rothschild y de sus colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue y la consolidación industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía, sino de una componente parasitaria indisociable (aunque no hegemónica en ese ciclo) de la reproducción capitalista. Por otra parte, el estallido de 1914 y lo que siguió desmintieron la imagen de cúpula armonizadora, que establecía acuerdos, negocios que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador” formaban parte de un doble juego peligroso, pero muy rentable. Por un lado, alentaban de manera discreta toda clase de aventuras coloniales y ambiciones nacionalistas como, por ejemplo, las carreras armamentistas (y de inmediato pasaban la cuenta), y, por otro, las calmaban cuando amenazaban con producir desastres. Pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicada a monstruos que absorbían drogas cada vez más fuertes terminó como tenía que terminar: con un inmenso estallido bajo la forma de Primera Guerra Mundial.



El concepto de lumpenburguesía aparece por primera vez hacia fines de los años cincuenta, a través de algunos textos de “Ernest Germain” –seudónimo empleado por Ernest Mandel– en los que hacía referencia a la burguesía de Brasil, que el autor consideraba una clase semicolonial, “atrasada”, no completamente “burguesa” (en el sentido moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años 1960-1970, por André Gunder Frank, quien lo generalizó a las burguesías latinoamericanas.6 Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia entre las burguesías centrales, estructuradas, imperialistas, tecnológicamente sofisticadas, y las burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales, caóticas, en fin: lumpenburguesas (burguesías degradadas).

Pero ese esquema empezó a ser desmentido por la realidad desde los años setenta, con la declinación del keynesianismo productivista y sus acompañantes reguladores e integradores. Se desató el proceso de transnacionalización y financierización del capitalismo global que, desde comienzos de los años noventa (con la implosión de la URSS y la aceleración del ingreso de China en la economía de mercado), adquirió un ritmo desenfrenado y una extensión planetaria. Mientras se desaceleraba la economía productiva, crecía exponencialmente la especulación financiera: uno de sus componentes principales, los productos financieros derivados, equivalían a unas dos veces el Producto Bruto Mundial en el año 2000 y unas doce veces en 2008; por su parte, la masa financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en ese momento a unas veinte veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que transformó completamente la naturaleza de las élites económicas del planeta. La desregulación (es decir, la violación creciente de todas las normas), el cortoplacismo y las dinámicas depredadoras fueron los comportamientos dominantes, y produjeron veloces concentraciones de ingresos tanto en los países centrales como en los periféricos, marginaciones sociales, deterioros institucionales (incluidas las crisis de representatividad).

La desregulación, el cortoplacismo y las dinámicas depredadoras fueron los comportamientos dominantes, y produjeron veloces concentraciones de ingresos tanto en los países centrales como en los periféricos.

Todo ello se ha agravado desde la crisis financiera de 2008, confirmando la existencia de una lumpenburguesía global dominante (resultado de la decadencia sistémica general) cuyos hábitos de especulación y saqueo enlazan con ascensos militaristas que potencian su irracionalidad. Los Estados Unidos se encuentran en el centro de esa peligrosa fuga hacia adelante. Escalada militar en el este de Europa, Medio Oriente y Asia del Este, acompañada por claros síntomas de descontrol financiero donde, por ejemplo, el Deutsche Bank acumula actualmente unos 75 billones de dólares en productos financieros derivados,7 papeles altamente volátiles que representaban en 2015 unas veintidós veces el Producto Bruto Interno de Alemania y unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la Unión Europea. Del otro lado del Atlántico, sólo cinco grandes bancos norteamericanos (Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley) acumulaban derivados por cerca de 250 billones de dólares,8 equivalentes a 3,4 veces el Producto Bruto Mundial o bien a catorce veces el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos. Imaginemos las consecuencias económicas globales del muy probable desplome de esa masa de papeles. Mientras tanto, los grandes lobos de Wall Street juegan alegremente al póker, admirados por pequeñas aves carroñeras de la periferia deseosas de “abrirse al mundo” y participar del festín.

América Latina

América Latina no ha quedado fuera de esa mutación de carácter global. Existe un consenso bastante amplio en cuanto a la configuración de las élites económicas latinoamericanas durante las dos primeras etapas de la “modernización” regional (es decir, su integración plena al capitalismo) entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX: la agro-minera-exportadora, con sus correspondientes “oligarquías”, seguida por el llamado período (industrializante) de sustitución de importaciones, con la emergencia de burguesías industriales locales. Especificidades nacionales de distinto tipo muestran casos que van desde la inexistencia de “segunda etapa”, en pequeños países casi sin industrias, hasta desarrollos industriales significativos, como en Brasil, Argentina o México, con burguesías y empresas estatales poderosas. Desde prolongaciones industriales de las viejas oligarquías hasta irrupciones de clases nuevas, advenedizos no completamente admitidos por las viejas élites, e integraciones de negocios donde los viejos apellidos se mezclaban con los de los recién llegados.

En torno de los años 1960-1970, el proceso de industrialización empezó a quedar acorralado por la debilidad de los mercados internos y su dependencia tecnológica y de las divisas proporcionadas por las exportaciones primarias tradicionales, apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y destruyó o se apoderó de tejidos productivos locales. La transnacionalización y financierización globales se expresaron en la región como desarrollo del subdesarrollo. Firmas occidentales pasaron a dominar áreas industriales decisivas, mientras bancos europeos y norteamericanos hacían lo propio con el sector financiero, al tiempo que se agudizaba la exclusión social urbana y rural. La llamada etapa de industrialización por sustitución de importaciones había significado el fortalecimiento del Estado y, en varios casos importantes, la “nacionalización” de una porción significativa de las élites dominantes, con la emergencia de burguesías industriales nacionales inestables. Pero eso comenzó a revertirse desde los años 1960-1970, y el proceso de colonización se aceleró en los años noventa.

Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” que combina toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico.

Lo que ahora constatamos son combinaciones entre asentamientos de empresas transnacionales dominantes en la banca, el comercio, los medios de comunicación, la industria, etcétera, rodeadas por círculos multiformes de burgueses locales completamente transnacionalizados en sus niveles más altos, circundados, a su vez, por sectores intermedios de distinto peso. Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” que combina a gran velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico, pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos opacas. Es posible investigar a una gran empresa industrial mexicana, brasileña o argentina y descubrir lazos con negocios turbios, colocaciones en paraísos fiscales, etcétera, o a una importante cerealera realizando inversiones inmobiliarias en convergencia con blanqueos de fondos provenientes de una red narco, asociada, asimismo, a un gran grupo mediático. Las élites económicas latinoamericanas aparecen como una parte integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni menos degradadas que sus paradigmas internacionales. Muy por debajo de todo ese universo, sobreviven pequeños y medianos empresarios industriales, agrícolas o ganaderos que no forman parte de las élites, pero que, si consiguen ingresar al ascensor de la prosperidad, inevitablemente son capturados por la cultura de los negocios confusos, y, si no lo hacen, se estancan, en el mejor de los casos, o emprenden el camino del descenso.

Aunque cuando estudiamos a esas élites pronto descubrimos que su dinámica puramente “económica” sólo existe en nuestra imaginación. Un negocio inmobiliario de gran envergadura seguro requiere conexiones judiciales, políticas, mediáticas, etcétera; por su parte, para llegar a los niveles más altos de la mafia judicial es necesario disponer de buenas conexiones con círculos de negocios, políticos, mediáticos, etcétera; y ser exitoso en la carrera política requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En suma, se trata, en la práctica, de un complejo conjunto de articulaciones mafiosas, grupos de poder transectoriales vinculados a, más o menos subordinados a (o formando parte de) tramas extrarregionales a través de canales de diversos tipos: el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, un mega banco occidental, una red clandestina de negocios, alguna empresa industrial transnacional, etcétera.

Estas lumpenburguesías aportan crisis a la crisis (más allá de sus manipulaciones mediáticas, que tratan de demostrar lo contrario), creen tener mucho poder, pero no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío.

A comienzos del siglo XX, las élites latinoamericanas formaban parte de una división internacional del trabajo en la que la periferia agropecuaria-minera exportadora se integraba de manera colonial a los capitalismos centrales industrializados. En aquellos tiempos, Inglaterra era el polo dominante.9 Luego llegó el siglo XX y su recorrido de crisis, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones; keynesianismos, fascismos, socialismos... Pero al final de ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado, triunfaba el neoliberalismo y el capitalismo globalizado, y, cuando este entró en crisis, en América Latina emergieron y se instalaron las experiencias progresistas que intentaron resolver las crisis de gobernabilidad con políticas de inclusión social a sistemas que eran más o menos reformados buscando hacerlos más productivos, menos sometidos a los Estados Unidos, más igualitarios y democráticos. Las élites dominantes se pusieron histéricas: aunque no habían sido seriamente desplazadas, perdían posiciones de poder, se les escapaban de las manos negocios suculentos y, a medida que la crisis global dificultaba sus operaciones, su agresividad iba en aumento. Por su parte, los Estados Unidos, en retroceso geopolítico global, acentuaron sus presiones sobre la región intentando su recolonización. Al comenzar el año 2016, los progresismos han sido acorralados, como en Brasil o Venezuela, o derrocados, como en Paraguay o Argentina; Obama se frota las manos y sus buitres se lanzan al ataque; los capriles y macris cantan victoria convencidos de que estamos retornando a la “normalidad” (colonial), pero no es así. En realidad, estamos ingresando en una nueva etapa histórica de duración incierta, marcada por una crisis deflacionaria global que se va agravando acompañada por señales alarmantes de guerra. Las élites dominantes locales no son el sujeto de una nueva gobernabilidad, sino el objeto de un proceso de decadencia que las desborda. Peor aun: esas lumpenburguesías aportan crisis a la crisis (más allá de sus manipulaciones mediáticas, que tratan de demostrar lo contrario), creen tener mucho poder, pero no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío. Aunque la declinación real del sistema abre la posibilidad de un renacimiento popular, seguramente difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo rutas bien pavimentadas y previsibles.

Notas
1 Beinstein, Jorge, “Serra contra o Mercosul: o auge das direitas loucas na América Latina”. Disponible en: http://cartamaior.com.br/?/Editoria/Internacional/Serra-contra-o-Mercosul-o-auge-das-direitas-loucas-na-America-Latina%0D%0A/6/15507.
2 Marx, Carlos (1966). “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”. En: Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I. Moscú: Editorial Progreso, pp. 128-129.
3 Ibídem.
4 Ibídem.
5 Polanyi, Karl (2001). The Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time. Boston: Bacon Press.
6 Frank, Andre Gunder (1970). Lumpenburguesía: lumpendesarrollo. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
7 Durden, Tyler (2015). “Is Deutsche Bank The Next Lehman?”. En: Zero Hedge. Disponible en: http://www.zerohedge.com/news/2015-06-12/deutsche-bank-next-lehman.
8 Snyder, Michael. “Financial Armageddon Approaches”. En: INFOWARS. Disponible en: http://www.infowars.com/financial-armageddon-approaches-u-s-banks-have-247-trillion-dollars-of-exposure-to-derivatives/.
9 “La inversión de las naciones industriales, en especial de Inglaterra, fluyó hacia América Latina. Entre 1870 y 1913, el valor de las inversiones británicas aumentó de 85 millones de libras esterlinas a 757 millones, una multiplicación casi por nueve en cuatro décadas. Hacia 1913, los inversores británicos poseían aproximadamente dos tercios del total de la inversión extranjera”. Skidmore, Thomas E. y Peter H. Smith (1996). Historia contemporánea de América Latina. América Latina en el siglo XX. España: Grijalbo.


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