Termómetros de la intensidad democrática

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cartel roto con la cara de alberto fernandez en la ruta al lado de una bandera argentina que flamea




Por Victoria Donda / REPRESENTACIÓN, PARTICIPACIÓN Y DERECHOS / Lejos de ser un sistema de bronce o una simple teoría de organización social y política, la democracia es una práctica cotidiana en construcción y dinámica, y también en tensión constante. Y es sano que así sea. Sobre todo, cuando la representación, la participación y la garantización de derechos que la caracterizan están crisis. Sin embargo, la tarea que se tiene por delante es inmensa: hoy la democracia no está solo en debate, sino que está siendo atacada por un partido de ultraderecha –comandado por Javier Milei y Mauricio Macri– que reivindica la dictadura, niega los 30.000 desaparecidos y, por si...
REPRESENTACIÓN, PARTICIPACIÓN Y DERECHOS / Lejos de ser un sistema de bronce o una simple teoría de organización social y política, la democracia es una práctica cotidiana en construcción y dinámica, y también en tensión constante. Y es sano que así sea. Sobre todo, cuando la representación, la participación y la garantización de derechos que la caracterizan están crisis. Sin embargo, la tarea que se tiene por delante es inmensa: hoy la democracia no está solo en debate, sino que está siendo atacada por un partido de ultraderecha –comandado por Javier Milei y Mauricio Macri– que reivindica la dictadura, niega los 30.000 desaparecidos y, por si eso fuera poco, ataca la educación, la salud y la cosa pública en general. Se trata de un ataque que también sucede o sucedió en la región y en muchas partes del mundo, es cierto. No son fenómenos meramente domésticos, sino emergentes ante una crisis que pone en cuestión el sistema mismo de organización. Pero no por eso hay que dejar de hacer frente a los fantasmas de carne y hueso que siempre vuelven: esos jamás harán autocrítica ni pedirán perdón.

Por Victoria Donda
Abogada, activista de derechos humanos y política argentina. Fue cuatro veces electa diputada nacional y titular del INADI entre 2019 y 2022. Forma parte de la gestión de la provincia de Buenos Aires hasta el 10 de diciembre de 2023, cuando asuma como diputada del PARLASUR.

Fotos: Sebastián Miquel

La crisis de representación se soluciona con más participación

La democracia está siempre en debate. Y en vez de horrorizarnos por eso, debemos saber que es sano que suceda. Porque, lejos de ser un sistema de bronce o una mera teoría de organización social y política, la democracia es una práctica cotidiana en construcción y dinámica, y también en tensión constante. 

La democracia no es solo el sistema electoral, sino también las elecciones diarias de la gente: qué comer, a qué colegio enviar a los hijos, si podemos o no irnos de vacaciones. Las respuestas a esas preguntas, si el Estado garantiza el acceso a esos derechos básicos o no, miden la intensidad de la democracia en la que vivimos.

Para afrontar esas decisiones, en una democracia según nuestra perspectiva, no estamos solos, está el Estado. Pero asimismo hay que decir que la representación no se da solo en la política, sino también en las organizaciones barriales, sociales, sindicales, en cualquier club de barrio, comedor o asamblea, que formulan sus propios mecanismos para garantizar esos derechos.

La participación democrática tiene que darse tanto en lo micro como en lo macro. Si no se da eso, los derechos básicos, ladrillos de la democracia, estarán corroídos.

Si no discutimos la democracia, no la mejoramos; y si no la discutimos, también corremos el riesgo de dormirnos y que otros nos corran el eje. Por eso, quienes somos parte de espacios de construcción política enfocados en los intereses populares tenemos que estar a la vanguardia de ese debate. 

Eso implica animarnos a hablar de cosas tal vez incómodas para fortalecerla. Porque la democracia no son solo los derechos humanos, y lo digo yo, que soy hija de desaparecidos. La deuda democrática implica fundamentalmente reducir la pobreza, mejorar la seguridad y fortalecer la soberanía económica.

Para que la gente participe hay que garantizar derechos

Hace unos diez años, me encontraba en un congreso en el cual un periodista del diario The New York Times presentaba una encuesta en la que le habían preguntado a la gente si valoraban más vivir en un Estado democrático o en un Estado que resuelva sus problemas. El 70 % dijo que valoraba más vivir en un Estado que resuelva los problemas.

El discurso de que la democracia debe resolver los problemas, sin necesariamente ser un discurso contra la democracia, puede llevar al discurso de la antipolítica: esa es la conclusión que sacó el periodista en su nota, hace ya diez años. Y tal vez es lo que está sucediendo por estos días aquí.
Yo le contesté: el tema es que, si la gente ni siquiera puede participar, hay muchas menos chances de tener un sistema verdaderamente democrático. Por eso, los que queremos cuidar la democracia lo que tenemos que garantizar es que cada vez más gente participe. Y para que cada vez más gente participe, como Estado tenés que poder garantizar derechos.

mujer camina frente a un paredon con pegatina de carteles que dicen con cristina, con la democracia

Mi pregunta ante este (falso) dilema es: ¿qué es la democracia? ¿Ir a votar cada dos años o tener un Estado que represente a las grandes mayorías populares y que resuelva sus problemas? Yo creo que lo segundo. Y si esos problemas no están resueltos, no hay verdadero acceso a la democracia.

En un país donde tenés 40 % de personas pobres, ¿hay democracia? Si no tenés acceso a la justicia, ¿eso es democracia? ¿Es también tener un Estado que garantice el acceso a conocer y saber qué se está votando? Y, para conocer, ¿no necesitás otros derechos básicos, por ejemplo, poder comer, tener agua potable? Si tenés que trabajar doce horas, ¿podés conocer a quien vas a votar o en qué sistema vivís? Si no tenés garantizada una vivienda digna, ¿qué idea de democracia tenés?

Entonces, de nuevo, ¿qué es la democracia? ¿Es solo poder ir a votar o es poder participar?

Para garantizar derechos primero hay que defender los ganados

Es cierto, también, que hay momentos más y menos democráticos: los países atraviesan procesos en los que la democracia sube o baja de intensidad. Y eso no tiene que ver necesariamente con los procesos electorales.

El 2001, paradójicamente, fue uno de los momentos más democráticos en la historia de este país. La organización barrial ya venía sucediendo ante la ausencia de Estado, pero desde aquel 19 y 20 de diciembre hubo un pasaje hacia otro tipo de experiencia democrática: la experiencia asamblearia y participativa. No ya para decidir –solamente– cómo se distribuía la escasa carne en los merenderos de los barrios, sino para decidir toda la vida común, incluso las formas de organización política que debían reemplazar al “que se vayan todos”.

La democracia representativa no tenía salida, porque no había quien represente. Pero la democracia participativa estaba en pleno auge.

¿Entonces?

Vino Néstor, y después Cristina. Ellos nos demostraron (o nos recordaron) cómo era posible no solo que el Estado garantizara derechos, sino que estuvieron a la vanguardia de muchas de las batallas necesarias para consolidar los valores democráticos: derechos humanos, movilidad social, políticas antimonopólicas. Hasta Fútbol para Todos es un hecho muy democrático.

Desde que el Gobierno de Mauricio Macri borró de un plumazo muchas de esas políticas, nacidas del seno de la participación social (Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, un ejemplo claro), la democracia participativa entró en crisis. Se sumó a eso el proceso mundial de influencia que ejercen no ya solo los medios de comunicación, sino las redes sociales, que con noticias falsas nublan lo que verdaderamente está pasando, tergiversan y nos hacen vivir en burbujas de información de las cuales es muy difícil escapar. 

Con el préstamo más grande de la historia del FMI, la democracia entró en coma. Y costó mucho recuperar la capacidad de solucionar problemas con esa mochila encima, aunque también quienes asumimos espacios de poder en estos últimos años debemos hacer una autocrítica: no pudimos resolver muchos de los problemas que profundizaron esa crisis.

Autocrítica y a seguir, que no hay tiempo para castigarse: a cuarenta años del momento en el que la recuperamos en Argentina, tenemos una tarea enorme. La democracia no está solo en debate, sino que está siendo atacada por un partido de ultraderecha –comandado por Javier Milei y Mauricio Macri– que reivindica la dictadura, niega los 30.000 desaparecidos y no solo eso, también ataca la educación, la salud y la cosa pública en general, entre otros pilares de la democracia. 

hombre hace un gesto con el ojo. Lleva una remera de cristina que saca la lengua en forma de burla
Este ataque a la democracia sucede en Argentina como sucede o sucedió en la región y en muchas partes del mundo también, es cierto. No son fenómenos meramente domésticos, sino emergentes políticos y sociales ante una crisis de representatividad que pone en debate el sistema mismo de organización. Pero no por eso debemos dejar de hacer frente a los fantasmas de carne y hueso que siempre vuelven; esos jamás harán autocrítica ni pedirán perdón.

Lo vivo en carne propia, por estos días en que escribo esta nota (noviembre de 2023, entre las elecciones generales y el balotaje), en el juicio por mi apropiación, en el cual mi tío Adolfo Donda (preso por crímenes de lesa humanidad) intenta hacerse pasar por un mero chofer cuando todos sabemos que fue parte de la estructura de genocidio de la ex Esma y que sabe qué pasó con mi padre, su hermano, y mi mamá, su cuñada.

Confío en que el Poder Judicial lo terminará condenando, no por la Justicia en sí misma, que ha demostrado en reiteradas oportunidades que la idea de república se encuentra en jaque con esta Corte Suprema desdibujada. El mayor ejemplo de eso es la persecución a Cristina, que tiene como correlato la falta de investigación de un hecho que tal vez simbolice como ninguno el estado actual de la democracia: el intento de magnicidio.

Confío en que se hará justicia porque confío en la justicia social, en la memoria de nuestro pueblo y en la movilización frente a las injusticias. A los nuevos portavoces de los genocidas les tengo una mala noticia: Videla, ese que tanto admiran, murió preso, porque un día se le acabó la impunidad. Y eso, gracias a las Madres, las Abuelas y a las organizaciones sociales que impulsaron la Verdad, la Memoria y la Justicia.

Eso es la democracia. 

Y no daremos ni un paso atrás.




 

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Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


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