Memorias urgentes

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jóvenes y ancianos en una manifestacion con carteles de nunca mas y memoria verdad y justicia




Por Emilce Moler /MÁS ALLÁ DE LAS EFEMÉRIDES / La llegada del 10 de diciembre es una oportunidad para reflexionar sobre la necesidad de efemérides para evocar el pasado reciente y, a la vez, de seguir construyendo memoria más allá de las fechas conmemorativas. Es que el pasado, como parte integral del presente, plantea también el desafío de su vigencia cotidiana y de superar la lógica del fragmento y la desconexión de los hechos. En esta nota, la recuperación de una efeméride (el 16 de septiembre) que interpela de forma personal a su autora, y varios interrogantes con la certeza de que el mero recordar no asegura la transformación de un hoy en el que las violencias y prácticas autoritarias que las derechas...
MÁS ALLÁ DE LAS EFEMÉRIDES / La llegada del 10 de diciembre es una oportunidad para reflexionar sobre la necesidad de efemérides para evocar el pasado reciente y, a la vez, de seguir construyendo memoria más allá de las fechas conmemorativas. Es que el pasado, como parte integral del presente, plantea también el desafío de su vigencia cotidiana y de superar la lógica del fragmento y la desconexión de los hechos. En esta nota, la recuperación de una efeméride (el 16 de septiembre) que interpela de forma personal a su autora, y varios interrogantes con la certeza de que el mero recordar no asegura la transformación de un hoy en el que las violencias y prácticas autoritarias que las derechas han ejercido en el pasado pugnan por reestablecerse.

Por Emilce Moler
Ex detenida-desaparecida de la Noche de los Lápices. Docente e investigadora. Autora del libro La larga noche de los lápices.

Fotos: Sebastián Miquel

El 10 de diciembre, fecha emblemática para nuestra democracia, se nos presenta una oportunidad de reflexionar sobre cómo necesitamos de efemérides para evocar postales de nuestro pasado reciente. Sin embargo, el ejercicio que todavía nos falta hacer como sociedad es pensar ese pasado en base a las memorias que se despliegan en los múltiples relatos que, como piezas de un rompecabezas, seguimos ensamblando hoy. El desafío de estos tiempos es mantener vigente ese pasado todos los días, porque el pasado no ha pasado, sigue siendo una parte integral de nuestro presente. Y si bien es cierto lo que nos dice la maravillosa canción “La memoria”, de León Gieco (“Todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia”), no siempre se guarda con la potencia que necesitamos. Se guarda desordenado, a pedazos, fraccionado, a veces se esconde en profundos pliegues, demasiado profundos. Por eso importan las efemérides, sirven para ordenar esas memorias; ayudan a alinearlas, a evocarlas y potenciarlas.

Y así, año a año, ante fechas especiales, proliferan múltiples voces que narran lo que sucedió en la trágica dictadura cívico-militar. Las nuevas generaciones las multiplican con sus propios lenguajes, con sus propias maneras. En sus apps, videos, murales, canciones, encuentros virtuales, podcast y un sinnúmero de mensajes que dicen Nunca Más.

Releo este texto y carece de cadencia, no está hilvanado. No es analógico, es digital. Y sí, está bien, porque así lo hacen hoy las nuevas generaciones encargadas de apropiarse de nuestras voces: de a pedazos cortos, intermitentes, múltiples, visuales, auditivos, fragmentos...

Pero esto, que tiene una potencialidad propia de las maneras de comunicación actual, también aloja un peligro y es que a veces no alcanza con solo fragmentos. Necesitamos que se tenga tiempo para pensar el pasado, con sus tiempos de reflexión, complicaciones, aristas, dobleces, olvidos y memorias. Y sobre todo se ve la foto del hoy, pero se desconocen las complejas luchas que permitieron llegar hasta acá.

¿Cómo explicar todo lo que tuvimos que atravesar para llegar a juzgar a los genocidas, para que el “desaparecido” tenga una figura legal, para que las víctimas tengan indemnizaciones y para abrir las fosas comunes para encontrar los restos de los desaparecidos?

bandera de hijos la plata sostenida por varias personas en una marcha en buenos aires

¿A quién le podemos contar, con tiempo, las dificultades que tuvimos que sortear para evitar que se derriben los centros clandestinos y se conviertan en lugares de memoria y cultura? Organizar las marchas multitudinarias el 24 de marzo o que se conmemore el 16 de septiembre en todas las escuelas del país. Nada nos fue fácil.

Mucho de lo que pudimos construir fue en parte gracias al compromiso y la lucha de los exdetenidos, quienes, junto a abuelas, madres, militantes de derechos humanos y ciudadanos comprometidos, desde los primeros momentos, decidimos hablar, salir a contar lo que nos pasó. Remover historias muy dolorosas nos liberó de ese lugar donde los mismos represores habían decidido ponernos: en la clandestinidad, en la ilegalidad, allí donde nada parecía verdadero. Después de muchos años de lucha, de relatar nuestras historias, las voces de los sobrevivientes se convirtieron en testimonios, los cuerpos de los desaparecidos permitieron reconstruir los lazos que faltaban, el silencio se hizo discurso, la memoria, la verdad y la justicia fueron finalmente políticas públicas.

Estas conquistas no han sido fáciles, fueron tiempos de lucha en soledad, de encontrarnos con gran parte una sociedad que no quería escuchar lo que teníamos para decir.

A continuación expongo reflexiones en primera persona sobre una efeméride, el 16 de setiembre, que me interpela personalmente y me lleva a hacer preguntas sobre cómo seguimos construyendo memoria a cuarenta años de la democracia, más allá de las efemérides.

Construcción de efemérides

En lo personal, durante todos estos años he compartido cientos de charlas, entrevistas y encuentros con jóvenes, que me han ayudado a comprender las demandas de cada momento, así como también los diferentes obstáculos a vencer.

“Señora, ¿es cierto que torturaban?”. Esta es la pregunta que he contestado cientos de veces durante los primeros años de la democracia. Fue el período que los esfuerzos se centraban en “intentar que nos creyeran”. Tuve que describir los horrores perpetrados por la dictadura, contando una y mil veces lo sucedido porque debía vencer el “aquí no pasó nada”, vencer el silencio.

A medida que nos iban creyendo, comenzaban a surgir las preguntas que ponían en evidencia la impunidad.

“Señora, ¿y dónde están los militares que hicieron todo eso?”. Y ante esta reflexión tenía que contestar: caminando libremente por las calles. Y allí describía las distintas estrategias que fuimos encontrando para que los hechos no quedasen impunes, producto de las leyes de Obediencia Debida, Punto Final e Indulto. Y, pese a todos los logros –juicios en España, Juicios por la Verdad, juicios penales–, sabíamos que aún faltaba mucho y que, además, era una carrera contra el tiempo.

Siempre en las charlas surgía: “Señora: ¿qué es militancia o militar?”. Y aquí había que poner en juego elementos didácticos para que pudieran hacerse alguna representación de estas actividades de participación política que, para esos años –década del noventa–, eran prácticas casi desconocidas o al menos bastante ajenas.

Las charlas se daban en grupos reducidos, en algún aula, en alguna escuela de adultos, en horarios alternativos. Cuando la situación no estaba trabajada pedagógicamente previamente, era un desgaste personal muy grande.

Cuando asistía a lugares donde habían trabajado el tema, las preguntas eran distintas, interesantes de acuerdo con el contexto político que se vivía, y entonces sí empezaba a tener sentido mi presencia y era altamente gratificante por los aportes de los jóvenes.

Un nuevo momento y una nueva oportunidad se nos presentó a partir del 2003, cuando el Estado, por primera vez, empezó a acompañarnos en nuestros reclamos. Un escenario promisorio se nos presentó con un Gobierno que demostró, en reiteradas oportunidades, la voluntad política de hacer de los derechos humanos un tema central de su agenda, no desde lo declarativo sino con acciones concretas.

Nos dio la oportunidad de interpretar de otro modo la década del setenta, que había sido reducida al horror de la dictadura, a cadáveres y a desaparecidos. Permitió que salieran a la luz historias y proyectos políticos de aquellos años que habían estado invisibilizados. El giro ocurrido en lo público abrió la oportunidad de otra indagación del pasado reciente, permitió correr el velo que nos impedía pensar lo que fuimos, lo que soñamos, lo que significó el compromiso político para muchos jóvenes hasta ser alcanzado por la brutalidad del poder que terminó haciendo añicos ese impulso transformador. El concepto de militancia adquirió otra magnitud, y, para muchos jóvenes, una oportunidad de abrazar la política como herramienta de trasformación de la realidad.

Cambios de escenarios, cambios de realidades

Y es en este punto donde volvemos a actualizar los cuestionamientos sobre cómo seguir para afianzar lo alcanzado y que no se convierta en un punto ciego.

Durante los gobiernos kirchneristas se abordaron en forma permanente estas temáticas, tanto en las conceptualizaciones sobre la memoria como en las tensiones en que se inscriben y los conflictos que generan.

Hubo espacios donde se repensó cómo continuar en estas trasmisiones. Y en este nuevo desafío los jóvenes son quienes vuelven a crear interrogantes que nos atraviesan. Permitir y promover que surjan estos conflictos naturales, estas contradicciones, es un paso no solo necesario, sino sumamente motivador para que ellos puedan apropiarse de la historia. Muchas veces algunos docentes y padres se paralizan y angustian frente a este tipo de dificultades, pero hay que tener en cuenta que para los alumnos las controversias y tensiones funcionan como una especie de antídoto ante situaciones que les resultan lejanas y colaboran en el proceso de producción del relato histórico.

Si era una tarea compleja sostener estos relatos con un Gobierno que lo propiciaba, la tarea que tuvimos en el período 2015-2019, con un Gobierno que –sin decirlo a veces explícitamente– deshizo todo lo hecho, fue aún más compleja.

Se desfinanciaron programas educativos, de difusión, proyectos y políticas de pedagogía de la memoria, programas de inclusión educativa, de acciones vinculadas a los juicios por crímenes de lesa humanidad. Hay sentencias que permiten que los genocidas vuelvan a sus casas, cada vez más voces de “justicia por mano propia” construyendo esto como el sentido común, múltiples retrocesos históricos.

Múltiples voces para la construcción colectiva de la memoria, más allá de las efemérides

Hoy tenemos una realidad diferente que nos interpela a repensar nuevos escenarios y trascender las conmemoraciones de las efemérides.

El resurgimiento de las derechas en Europa, que llegaron a nuestro país, hace que sea urgente no solo hacer memoria de las violencias que estas han ejercido en nuestra historia reciente, sino también comprender aquellos elementos que contribuyeron a su restablecimiento.

Debemos concebir acciones que, además de recuperar la memoria de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos –lo que, por supuesto, sigue siendo una obligación histórica–, incorporen la multiplicidad de voces que construyen relatos sobre el pasado y recuperen no solo experiencias de dolor sino, sobre todo, de luchas, resistencias y su articulación con las prácticas actuales de autoritarismo.

Quienes asumimos el compromiso de abrazar la lucha por los derechos humanos nos hemos planteado en forma permanente un sinfín de preguntas: ¿cómo transmitir a las futuras generaciones la historia del horror?, ¿qué queremos trasmitir?, ¿cómo lo hacemos? Y pese a que durante este tiempo fuimos encontrando respuestas –de acuerdo con las diferentes coyunturas políticas que atravesamos–, estos interrogantes siguen emergiendo y planteándonos nuevos desafíos para avanzar en el camino de la verdad y la justicia.

Ya hemos visto que el mero hecho de recordar –u olvidar– determinados acontecimientos no nos garantizan su carácter transformador; debemos complejizar los procesos de trasmisión de la memoria.

La preocupación por sostener la memoria colectiva surge en aquellas sociedades que intentan construir formas democráticas de convivencia, como estrategia de reparación del daño producido por la violencia perpetrada por el Estado, como un elemento que permitiría que hechos de este tipo de violencia nunca más se vuelvan a producir. Sin embargo, actualmente la preocupación por el tema se está desplazando hacia una búsqueda por comprender el presente a partir de su articulación con el pasado.

mujer rie en una manifestacion social en memoria de la noche de los lapices

Los ámbitos educativos deben propiciar espacios para reflexionar sobre las acciones en las que nos implicamos al recordar, problematizando las versiones del pasado que ellas producen y, al mismo tiempo, promoviendo la construcción de nuevas interpretaciones y sentidos que nutran formas diferentes y móviles de producir sujetos sociales. Espacios que generen debates que permitan explorar sus articulaciones con las luchas políticas que se desarrollan en el presente, reflexionar críticamente sobre el fenómeno de las migraciones contemporáneas, y las relaciones posibles entre memoria y género, desde una perspectiva feminista.

Debemos lograr que las voces de olvidar el pasado, de dar vuelta la página, sean solo susurros y que se escuchen fuerte las voces de las nuevas generaciones recordando nuestro pasado reciente a través de los cantos de los jóvenes en las plazas, en las marchas, con banderas, en los miles de actos que se realizan en las escuelas a lo largo del país para cada manifestación que lucha por sus derechos. Que se escuchen todos los días, no solo en fechas emblemáticas.

Porque la construcción de una sociedad más justa y equitativa lleva tiempo, es una profunda disputa de poderes, de intereses enfrentados, de construcciones simbólicas y culturales. Lleva esfuerzo, incomoda, tiene avances y retrocesos.

Pero estoy convencida de que debemos seguir bregando por esta democracia que supimos conseguir y que la vamos a seguir defendiendo, como siempre lo hicimos, porque es nuestra manera de vivir.







 

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Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


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