El primer desafío, llegar hasta el final

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Por Luis Bruschtein / LAS REBELIONES CARAPINTADAS / ¿Cuánto duraría el nuevo paréntesis hasta el próximo golpe militar? Tal era el interrogante que se planteaban las generaciones más veteranas frente a la asunción de Raúl Alfonsín y el reto nodal que tenía por delante la naciente democracia. Con ese convencimiento comenzaron en 1985 los juicios por violaciones a los derechos humanos. En la Semana Santa de 1987 se produjo el primer levantamiento carapintada, y el último tuvo lugar en 1990. Si el primero llevó a Alfonsín a negociar bajo presión y con debilidad, el último terminó de confirmar que los militares ya habían perdido el consenso interno y externo: el capital desconfiaba de las dictaduras al tiempo que las megaempresas multimedia...
LAS REBELIONES CARAPINTADAS / ¿Cuánto duraría el nuevo paréntesis hasta el próximo golpe militar? Tal era el interrogante que se planteaban las generaciones más veteranas frente a la asunción de Raúl Alfonsín y el reto nodal que tenía por delante la naciente democracia. Con ese convencimiento comenzaron en 1985 los juicios por violaciones a los derechos humanos. En la Semana Santa de 1987 se produjo el primer levantamiento carapintada, y el último tuvo lugar en 1990. Si el primero llevó a Alfonsín a negociar bajo presión y con debilidad, el último terminó de confirmar que los militares ya habían perdido el consenso interno y externo: el capital desconfiaba de las dictaduras al tiempo que las megaempresas multimedia se convertían en la principal herramienta de control en las nuevas sociedades. Del desafío de entregar el poder a otro gobierno elegido en comicios libres a aquel que les tocó afrontar a Néstor y Cristina Kirchner.

Por Luis Bruschtein
Periodista.

Fotos: Sebastián Miquel

Cuando asumió Raúl Alfonsín a fines de 1983, los más jóvenes recibieron la apertura democrática con enorme expectativa sobre lo que desconocían. Pero las generaciones más veteranas se preguntaban cuánto duraría este nuevo paréntesis hasta el próximo golpe militar. Era el primer gran desafío que debía afrontar la nueva democracia. Esa generación había crecido y forjado su historial bajo un sistema de control con el que se había organizado el país después de los gobiernos primero irigoyenista y después peronista.

Se trataba de una democracia tutelada por Fuerzas Armadas cooptadas ideológicamente por Estados Unidos con la lógica de la seguridad nacional y la geopolítica del patio trasero. La idea de democracia se reducía a una democracia famélica sin contenido y puramente formal. La seguridad nacional alineaba hacia dentro a las Fuerzas Armadas en reemplazo de una estructura para la defensa nacional. Y el alineamiento con el Occidente cristiano estaba asegurado por la sumisión a la idea de patio trasero de Estados Unidos. Así se formaron varias generaciones de militares en cursos locales, en la Escuela de las Américas o directamente en West Point.

La derrota de las Fuerzas Armadas en Malvinas

Esta formación de los militares argentinos se evidenció en la ineptitud con la que plantearon la recuperación de las Malvinas, que, por su carácter, debería haberse encuadrado en una estrategia de conflicto externo de defensa nacional ante un peligro extranjero. Llevaron equipo inservible para la topografía de las islas, soldados sin experiencia ni formación, mal armados y mal equipados para el frío y la turba y sin estrategia de mediano plazo.

La toma de las islas no estaba pensada desde la defensa nacional y defensa de la soberanía, sino como un objetivo de política interior para recomponer ante la sociedad la alicaída imagen de la dictadura. Creyeron que una vez en las islas podrían negociar con Estados Unidos y Gran Bretaña, que eran sus aliados. Pero Margaret Thatcher atravesaba una crisis política y aprovechó la guerra para levantar su imagen. La dictadura no pudo negociar porque Thatcher necesitaba una victoria militar y ellos no sabían defender lo que habían recuperado.

Cuando asumió Alfonsín, con esas Fuerzas Armadas, la historia reciente no dejaba dudas: en algún momento se produciría el golpe. Pero el mundo empezaba un proceso de transformación profunda y esos primeros síntomas todavía no se veían con claridad. Por eso, la máxima aspiración del Gobierno que comenzó la transición democrática era terminar los seis años de su mandato y poder hacer el traspaso a otro Gobierno elegido en comicios libres. Ahora parece una meta mínima. En ese momento era casi una utopía.

Alfonsín aprovechó las divisiones y la debilidad del partido militar tras la derrota de Malvinas y empezó los juicios por violaciones a los derechos humanos, lo que enrareció aún más el clima castrense. Desde el punto de vista institucional, el juicio buscaba subordinar al otrora intocable partido militar. Pero no se previó el impacto profundo que tuvieron en la sociedad las revelaciones que surgieron a lo largo del juicio. La tortura, las desapariciones y los campos clandestinos de concentración, las violaciones, los vuelos de la muerte, las apropiaciones de los hijos de los desaparecidos, salieron del rincón fantásmico y los juicios ofrecieron un desfile del horror. El impacto en la sociedad, el juicio que hizo la calle, fue más importante que el de los tribunales.

El primer levantamiento

El juicio fue en 1985. Y el primer levantamiento carapintada, encabezado por el teniente coronel Aldo Rico, se produjo pocos meses después, en la Semana Santa de 1987, y empezó cuando un regimiento cordobés trató de impedir la detención del capitán Ernesto Barreiro. 

La rebelión de Aldo Rico en la provincia de Entre Ríos comenzó en defensa de este oficial. Barreiro había sido jefe de torturadores de La Perla, el mayor campo de detención y exterminio de Córdoba, por donde se estima que pasaron alrededor de tres mil personas. Los amotinados exigían una amnistía para los oficiales que habían participado en los secuestros, torturas y asesinatos cometidos por la dictadura.
El colosal peso simbólico de ese primer levantamiento se potenciaba por la historia del golpismo y por el terror que había instalado la dictadura. La rebelión no se extendió, pero ningún regimiento cumplió con la orden de reprimir el levantamiento. Había consenso corporativo, aunque hubiera diferencias en el método de expresarlo. 

Alfonsín negoció bajo esa presión. Desde su lugar, necesitaba tranquilizar al Ejército para evitar una escalada que culminara en un golpe. En ese contexto negoció con debilidad: les entregó al jefe del Ejército y les prometió las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

Pero habían sucedido reacomodos en los sustratos de poder que le hubieran permitido negociar desde otro lugar si los hubiera valorado. Un factor determinante era que, a diferencia de su anterior aliento a las dictaduras militares, esta vez Estados Unidos repudió el motín y advirtió sobre los golpes. Y, a diferencia de otros movimientos similares previos, el levantamiento tampoco tuvo respaldo en la Iglesia, ni en sectores políticos ni en el poder económico.

dos jovenes sostienen una bandera de eeuu con la frase al carajo yankees de mierda
El otro factor que los desorientó fue la movilización espontánea y masiva frente a los cuarteles golpistas para repudiar a los rebeldes. Los vecinos llegaban hasta las puertas de los regimientos para insultarlos. Los militares no esperaban esa reacción. Alfonsín tampoco y trató de no alentarla por temor a una masacre. Pero esas movilizaciones desmoralizaron a los golpistas y tuvieron un efecto potente sobre la vieja cultura que había naturalizado los levantamientos y las dictaduras. 

Algo había cambiado. En 1988 hubo otros dos levantamientos que quedaron circunscritos a unos pocos regimientos. Las rebeliones no lograban extenderse, pero el Gobierno tampoco conseguía que el resto de las fuerzas las reprimiera. Las Fuerzas Armadas tenían una actitud corporativa porque mantenían la misma ideología que en las décadas anteriores.

Mientras el contexto cambiaba, el pensamiento militar quedaba congelado. No podían ver el daño que habían hecho. No habían operado en una guerra en tierras extrañas o contra un invasor extranjero, sino contra sus vecinos, sus mismos compatriotas. Los treinta mil desaparecidos no eran invasores sino el hermano de un vecino, la hija del almacenero o el compañero de escuela. Y no veían los juicios como la condena a secuestradores, torturadores, violadores y apropiadores de los hijos de prisioneros que eran asesinados, sino como la revancha de la subversión, un ataque a las Fuerzas Armadas como institución.
Todavía les resulta difícil visualizar ese punto. Pero quedó claro que los golpes militares ya no tenían el visto bueno de la embajada norteamericana, como había sido antes, ni consenso entre banqueros y empresarios.

El mundo había cambiado

El último levantamiento de 1990, dirigido por Mohamed Alí Seineldín, fue el más sangriento y al mismo tiempo el más aislado y terminó de confirmar que los gobiernos militares ya habían perdido el consenso interno y externo.

Fue evidente en 1989, cuando el mundo occidental presionó al dictador chileno Augusto Pinochet, a quien había impulsado al poder en 1973, para que diera paso a un gobierno democrático. La presión fue tan intensa que Pinochet tuvo que hacerse a un costado a pesar de contar con el apoyo de los militares y de amplios sectores de la sociedad chilena. A partir de 1990, cuando asumió un gobierno surgido de elecciones, se multiplicó la inversión externa en Chile y el país creció a tasas chinas, como no lo había hecho en la dictadura.

Esa bisagra demostró que el capital desconfiaba de las dictaduras. No porque las juzgara por su autoritarismo o falta de democracia, sino porque no ofrecían seguridad jurídica para la llegada de capitales. Los gobiernos de facto no eran legales y cualquier gobierno democrático posterior podía desconocer su responsabilidad sobre acciones de la dictadura.

El mundo había cambiado. Si Alfonsín hubiera tenido en cuenta los síntomas de estos cambios, quizás hubiera podido negociar mejor con los carapintadas. Lo real es que en ese momento la inercia de la historia pesó más que los indicios de la nueva organización planetaria.

Estados Unidos había ganado la Guerra Fría. La Unión Soviética perdía fuerza desde principios de los ochenta. La caída del muro de Berlín, en 1989, marcó simbólicamente su final. Y al mismo tiempo comenzaba la globalización neoliberal. Por primera vez en la historia de la humanidad, el mundo estaba integrado en un solo mercado hegemonizado por Estados Unidos.

mural de las islas malvinas

La desaparición de la Guerra Fría liberó espacios que antes estaban vedados por considerarlos subversivos, pero, en forma simultánea, la hegemonía neoliberal fue devastadora y arrasó con el comunismo o los socialismos realmente existentes. La profunda instalación ideológica también aplastó los paradigmas del capitalismo de Estado, así como los del estado de bienestar de los socialdemócratas y de los nacionales y populares. El individualismo y el libre mercado invadieron los partidos socialdemócratas y los movimientos populares.

La globalización se asentó sobre todo en avances tecnológicos aplicados a las comunicaciones, las que facilitaron el flujo planetario de capitales. Esa combinación de capitalismo desregulado con el protagonismo de la comunicación sobre la base de nuevas tecnologías causó a su vez dos efectos. En la economía se produjo un brutal proceso de concentración del capital que aumentó la desigualdad. Y en el plano de la cultura surgieron nuevas plataformas de comunicación más accesibles, y penetrantes.

Rápidamente las empresas de comunicación y medios reemplazaron o se sumaron a las grandes corporaciones de la industria y las finanzas en el ranking de los grandes capitales. Surgieron poderosas empresas multimedia que se instalaron en una posición dominante del mercado con una enorme capacidad para manipular información en una gran cantidad de plataformas diferentes, al mismo tiempo y con gran velocidad.

La capacidad de producción simbólica de estas megaempresas las convirtió en la principal herramienta de control en las nuevas sociedades. Desplazaron de hecho a los militares y, en vez de democracias tuteladas por un poder no democrático como las Fuerzas Armadas, surgieron democracias donde la subjetividad de sus integrantes es moldeada por esa fuerza que tampoco es democrática.

En los años ochenta Alfonsín pudo entregar el gobierno a otro presidente elegido en forma democrática. Pero las grandes protestas de principio del milenio, que derrocaron a Fernando de la Rúa, expresaron que el gran desafío pendiente era si esas nuevas sociedades con un mundo simbólico disputado por ese enorme poder mediático tenían capacidad para producir y contener transformaciones sociales y procesos de ampliación de derechos en democracia. Fue el gran desafío que les tocó afrontar a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.




 

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Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


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