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El periodismo que desafió a Platón

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Por D. Palma / LOS DE ARRIBA (O LOS DEL MEDIO) Y EL ACCESO AL CONOCIMIENTO / Mientras se reproduce de arriba a abajo, de los de oro a los de bronce, la pirámide que establece dónde está el verdadero conocimiento y quiénes pueden acceder a él, el periodismo que aboga por la neutralidad construye un curioso altar.

LOS DE ARRIBA (O LOS DEL MEDIO) Y EL ACCESO AL CONOCIMIENTO / Mientras se reproduce de arriba a abajo, de los de oro a los de bronce, la pirámide que establece dónde está el verdadero conocimiento y quiénes pueden acceder a él, el periodismo que aboga por la neutralidad construye un curioso altar: el del guardián moral que deja la cima para ubicarse en el medio, pero perpetúa la jerarquía que distingue a los ignorantes de los propietarios del saber.

Por Dante Augusto Palma
Filósofo.

Fotos: Sebastián Miquel

Desde el “Filósofo Rey” de Platón hasta la actualidad, podemos trazar una extensa historia de continuidades y rupturas en la relación entre élites y conocimiento. No es este el espacio ni quien escribe estas líneas el más capacitado para desglosar tal historia, pero sí, al menos, para destacar algunos elementos.

Pensemos, por ejemplo, en la propia arquitectura del “paradigma de la línea” de Platón, en el que se expresan los distintos pasos hacia el verdadero conocimiento: desde la completa ignorancia hasta la “idea de las ideas”, la idea del Bien, tal como sucedía en la Alegoría de la Caverna, el camino hacia el conocimiento es un camino ascendente. El conocimiento se encuentra “allá arriba”, y “allá arriba”, por supuesto, sólo puede llegar el filósofo. El esquema de una perfección que se encuentra “arriba” y una imperfección que se encuentra “abajo” fue reproducido por el cristianismo y se ha incrustado en el ADN cultural de Occidente.

Ahora bien, si lo pensamos en términos sociales, Platón entendía, en clave organicista, que la sociedad se constituía según determinadas jerarquías. Así, con su famoso “Mito de los metales”, esto es, con esa alegoría mediante la cual nos contaba que había gente que nacía de oro, gente que nacía de plata y gente que nacía de bronce (y que cada uno de esos metales debía cumplir un determinado rol en la sociedad), Platón nos decía que “los de oro” también están “allá arriba” en la pirámide, pues son “la cabeza” del gran organismo que es la sociedad.

Sobre la democracia ya se decía lo mismo que se dice ahora: que deviene en demagogia o tiranía del pueblo, que fomenta la corrupción y que es un gobierno de los que no saben.

Tales aseveraciones, por más que se diga que los filósofos escriben en una suerte de Torre de Marfil, tenían relación directa con el contexto histórico de disputa cultural entre la aristocracia y la democracia. Sobre esta última ya se decía lo mismo que se dice ahora: que deviene en demagogia o tiranía del pueblo, que fomenta la corrupción y que es un gobierno de los que no saben. Esto es así porque se afirma que el pueblo siempre se equivoca y no sabe lo que es bueno para sí mismo. Dicho en otras palabras, parece haber algo inherente a las mayorías o a los sectores populares que les distorsiona la realidad y que, incluso, les distorsiona su propia conciencia de clase, pues en su necesidad acaban eligiendo líderes demagogos que les dan “pan para hoy y hambre para mañana”. Frente a ello, la figura del aristócrata, el que forma parte de una élite del conocer y de la propiedad, aparece como la única capaz de discernir qué es lo mejor para el todo. Mientras el demócrata le da al pueblo placer (que siempre es efímero), el aristócrata filósofo le da el Bien (que por definición es duradero, aun cuando en el corto plazo pueda doler o implicar sacrificios). Utilicé esta terminología adrede para notar cuánto se parece a la que utilizan los “expertos” en Economía de la actualidad, quienes, curiosamente, suelen ser liberales y siempre ponen la felicidad en un cierto “más allá” (que no está arriba, sino adelante y siempre por venir) que implica un esfuerzo enorme “más acá”.

Efectivamente, el rol del filósofo como el único capaz de acceder al saber ha sido reemplazado por la ciencia en general (con la medicina a la cabeza), los economistas liberales (porque los antiliberales son tildados de fanáticos que opinan y no se postran ante la verdad de las leyes naturales de la economía) y un periodismo que aparece como un simple canal de transmisión de la verdad. El periodista, con su neutralidad, independencia y objetividad, llega al esqueleto de la realidad, a los hechos, y tiene la capacidad y la generosidad de mostrárselos al resto de los mortales que no son ni neutrales ni independientes ni objetivos. De hecho, si observamos el esquema de los programas políticos de la actualidad, formato polemista si los hay, se notará que los invitados puestos en los bordes de la mesa y enfrentados aparecen como los “opinadores” que, según el tipo de opinión al que suscriban, pueden sufrir la degradación aun mayor de ser tildados de fanáticos o militantes, es decir, seres que no dejan de moverse en el terreno de la doxa, de la opinión, esto es, de la ignorancia. Mediando entre ellos, claro está, aparece el periodista, que generosamente escucha y, por estar “allí en el medio”, está “en la verdad” o “en el justo punto medio”. Curioso altar el construido por un periodismo que, además, es guardián moral de la república. Curioso porque dejó el “arriba” y lo reemplazó por “el medio”, pero sin eliminar la jerarquía ni el binarismo episteme (conocimiento)/doxa (opinión).

El rol del filósofo como el único capaz de acceder al saber ha sido reemplazado por la ciencia en general, los economistas liberales y un periodismo que aparece como un simple canal de transmisión de la verdad.

Y ya que de república hablamos, el sistema representativo fue el modo que se encontró para canalizar las demandas de ese pueblo que “siempre se equivoca”. En otras palabras, más allá de los problemas logísticos que supone un gobierno asambleario en comunidades con millones de personas, la noción de representación reemplazó a la democracia directa y con ello volvió a poner en un grupo selecto de elegidos la responsabilidad del gobierno. El pueblo no gobierna directamente, sino a través de representantes con margen de maniobra y un mandato bastante amplio que explica por qué muchas veces sentimos que el elegido ha defeccionado. El pueblo no está facultado para gobernar por sí mismo, pero sí es capaz de elegir los representantes que van a saber mejor que el propio pueblo lo que es mejor para el pueblo. Sí, leyó bien. Así aparece en El federalista de Madison, Jay y Hamilton, libro esencial para comprender las repúblicas modernas, y así también se deja ver en las Bases de Alberdi, libro fundacional del constitucionalismo en estas tierras. Más allá del impulso igualitario desde la Revolución francesa y de sus resultados evidentes, queda todavía mucho por hacer en el terreno cultural para lograr que esa igualdad se efectivice, pues nuestras sociedades siguen repitiendo la estructura en la cual sólo unos pocos acceden al conocimiento y, por lo tanto, se transforman en depositarios supuestamente legítimos del poder. Estas líneas, muy poco originales, por cierto, intentan llamar la atención en ese sentido.



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