El buen vivir con lo nuestro

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Por Andrés Asiain / DESARROLLO, ECOLOGÍA Y MOVIMIENTO NACIONAL / De un lado los ecoterroristas, el ambientalismo falopa o bobo. Del otro, los agentes pagos del imperialismo y las multinacionales. Por estos días, el debate desarrollo vs. cuidado ambiental se reinstaló presentando ambas posiciones como si se tratara de polos antagónicos. Sin embargo, desde la visión del buen vivir tal dicotomía es falsa. Ante una idea tradicional del desarrollo, otra que emergió recientemente en Latinoamérica integrando concepciones ancestrales de los pueblos andinos y la apuesta a una agenda ambiental transicional que permita incorporar las demandas medioambientales al movimiento nacional reduciendo sus costos económicos de corto plazo.
DESARROLLO, ECOLOGÍA Y MOVIMIENTO NACIONAL / De un lado los ecoterroristas, el ambientalismo falopa o bobo. Del otro, los agentes pagos del imperialismo y las multinacionales. Por estos días, el debate desarrollo vs. cuidado ambiental se reinstaló presentando ambas posiciones como si se tratara de polos antagónicos. Sin embargo, desde la visión del buen vivir tal dicotomía es falsa. Ante una idea tradicional del desarrollo, otra que emergió recientemente en Latinoamérica integrando concepciones ancestrales de los pueblos andinos y la apuesta a una agenda ambiental transicional que permita incorporar las demandas medioambientales al movimiento nacional reduciendo sus costos económicos de corto plazo.

Por Andrés Asiain
Director del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO).

Fotos: Sebastián Miquel y Javier Godet

El conflicto socioambiental por la megaminería en Chubut a comienzos de año reinstaló un debate en torno al desarrollo económico y la ecología en el interior del movimiento nacional.

Desde sectores desarrollistas se tildó a los ambientalistas como un lastre para el desarrollo económico. La minería y otras actividades extractivas son vistas como una fuente de divisas para la economía nacional y como generadoras de empleo e ingresos para el desarrollo local. Quienes se oponen a su expansión son vistos como enemigos del desarrollo tanto nacional como provincial. Esa tajante definición fue acompañada del aval a la represión de las protestas, hasta en sus ribetes más violentos, con un lenguaje despectivo (ambientalismo falopa o bobo) o represivo (ecoterroristas).

Desde el ambientalismo, las actividades extractivas son vistas como el saqueo de un recurso no renovable, perpetrado por multinacionales que solo aportan un pucho de los dólares que podrían brindar los recursos. En materia local, esas actividades intensivas en capital y dependientes de tecnologías importadas aportan muy pocos empleos de calidad, más allá de cierta expansión de la construcción al iniciar las actividades. En el mediano plazo la situación empeora, ya que la contaminación y la competencia por el uso del agua y otros recursos desplaza otras actividades económicas locales, mientras que el boom de empleo inicial desaparece. Finalmente dejarán un recurso agotado y un ambiente degradado que deteriora las posibilidades de desarrollo local y nacional. Quienes impulsan el extractivismo son vistos como agentes pagos del imperialismo y las multinacionales, sea en forma directa o por la vía de los múltiples kioscos tanto públicos como privados que dependen de ellas.

Esta “nueva grieta” trasladada al interior del movimiento nacional puede tanto fortalecerlo como debilitarlo, dependiendo de cómo degluta y asimile el debate. Los costos de sumarse a una agenda ambiental antiextractivista pasan por su impacto económico nacional (reducción del ingreso de dólares y mayores presiones cambiarias) y local (reducción del empleo en provincias). Los cuales tienen su contraparte política, basada en la pérdida de apoyo de diputados y senadores provinciales, hasta la pérdida de caudal electoral por el deterioro económico asociado a las mayores presiones cambiarias.

Pero abrazar el discurso desarrollista puede ser también un talón de Aquiles para el movimiento nacional. La agenda ambiental no es una moda pasajera, sino una característica de la humanidad del siglo XXI en su sana reacción a la destrucción del planeta provocada en los siglos anteriores. La preocupación por el medioambiente hace carne en la población, especialmente en la más joven, y no atenderla tiene también su costo en votos. En ese sentido, si el movimiento nacional no incorpora la agenda ambiental, ese espacio políticamente vacante será ocupado por partidos verdes. La consiguiente pérdida de votos les puede impedir a los partidos nacionales y populares lograr las mayorías necesarias para acceder al poder. El ejemplo reciente de las últimas elecciones presidenciales de Ecuador, donde la división del campo popular en dos partidos atravesados por la grieta ambiental dio el poder a los conservadores, debe ser tenido en cuenta.

Frente a esos dos polos antagónicos, el desafío pasa por construir una agenda ambiental transicional, que permita incorporar las demandas ambientales al movimiento nacional, pero reduciendo sus costos económicos de corto plazo. En esta nota, algunas reflexiones para pensar esa tercera vía.





Visión tradicional del desarrollo

La visión tradicional del desarrollo ve en los países comúnmente llamados “desarrollados” un ideal a alcanzar. Con ese objetivo en común, difiere en las estrategias para alcanzarlo.

La facción liberal es hija de la experiencia histórica de nuestra nación como “granero del mundo” a finales del siglo XIX y comienzos del XX, hoy revivida por la demanda de materias primas del Asia industrializada. Sostiene que, especializándonos en la producción de materias primas exportables (agro, minería e hidrocarburos, básicamente), tal como nos lo marca el mercado global, lograremos un crecimiento que luego derramará en la población a través de la expansión de servicios y otras actividades que abastezcan al sector primario.

La facción industrial surge como una reacción ante el agotamiento del modelo primario exportador en la primera mitad del siglo pasado y la búsqueda de una alternativa en la industrialización sustitutiva. Por lo tanto, propone utilizar las divisas que genera el sector primario para sostener un proceso de industrialización al que asocia con un mayor impacto en la generación de empleo y otras externalidades tecnológicas y productivas.

Cada una de estas posiciones, con el paso del tiempo, va confundiendo la estrategia de desarrollo con el objetivo en sí. Así, pasan a identificar una actividad sectorial (el sector primario o el industrial) como un fetiche del desarrollo. De esa manera, la expansión de la actividad agropecuaria es vista por los liberales como sinónimo de estar desarrollándonos, por más que en algunos casos el efecto terrenal sea desplazar poblaciones agrícolas hacia la marginalidad urbana, mientras que los frutos económicos de la producción son acumulados en el exterior. Los industrialistas imaginan estar dando pasos en el camino de ser una potencia industrial aun cuando a veces estemos ensamblando componentes importados para vender productos de escaso valor agregado nacional, con sobreprecios, en el mercado interno.

La asociación entre una determinada actividad económica y el desarrollo impide percibir cuál es la mejor oportunidad histórica para nuestra economía en el presente. El fetiche agrícola o industrial pierde de vista el impacto de los nuevos paquetes tecnológicos sobre la generación de empleo en ambos sectores. Tampoco percibe los cambios que introduce el desarrollo industrial de Asia sobre el tipo de empleo que genera la industria y sobre nuestras posibilidades competitivas. Su visión ahistórica le dificulta comprender las oportunidades que brindan las nuevas tecnologías en sectores que hasta hace poco eran considerados como “no productivos”, como es el caso de muchos servicios.

La confusión entre medios y fines tiene también un corolario respecto a la agenda ecológica. Para ambos grupos, cualquier preocupación ambiental que reduzca la velocidad de expansión de las actividades primarias exportadoras o industriales es vista como freno al desarrollo, ya que este es identificado como sinónimo de dichas actividades y no, por ejemplo, con vivir en un ambiente sano.

Una visión realista del desarrollo para el siglo XXI

Una nueva visión del desarrollo emergió en Latinoamérica en las últimas décadas integrando conceptos de las nuevas izquierdas verdes de los países centrales con concepciones ancestrales de los pueblos andinos. El “buen vivir” pone en debate no solo los medios para alcanzar el desarrollo, sino también qué se entiende por este.

¿Es ser Estados Unidos, Alemania o Japón el objetivo de las naciones periféricas? La visión tradicional del desarrollo de las naciones se puede asimilar a una familia humilde que quiere llegar a tener un caserón en Nordelta, Punta del Este o Miami. Pero ¿es necesario pasar de mendigo a millonario para ser desarrollado?

La visión del buen vivir señala que no; acceder a una casa cómoda, alimentación, cuidados de salud, educación, deporte, un ambiente limpio y sano puede considerarse como suficiente. Una nación que logre satisfacer esas necesidades sociales para la mayor parte de la población puede considerarse desarrollada.

Esa nueva concepción del desarrollo permite pensar estrategias para lograrlo antes de que el sector primario exportador o el industrial sustitutivo logren generar los eternamente prometidos puestos de empleos bien remunerados para toda la población trabajadora. Es más, el desarrollo entendido como la satisfacción de ciertas necesidades socioambientales básicas podría alcanzarse –al menos parcialmente– aun cuando ello nunca suceda.

Al respecto, nuestras actuales capacidades tecnológicas y disposición de recursos productivos tal vez no alcancen para que Argentina dispute un lugar en el grupo de países ricos. Pero puede ser suficiente para dar empleo de calidad a nuestros trabajadores precarios, movilizándolos para construir las bases materiales que garanticen el acceso masivo de ciertos estándares de calidad de vida, como proponemos en el plan Hornero del CESO.[1] Un programa que busca el desarrollo mediante el impulso a actividades económicas que resuelven necesidades socioambientales de la población, maximizando la generación de empleo dadas las divisas disponibles. Entendiendo el desarrollo como una sociedad donde todes les argentines tengamos acceso a los bienes y servicios esenciales, que abarca no solo alimentación, vestimenta y servicios públicos básicos, sino también la salud preventiva, la cultura, el deporte, la educación y una vivienda digna en un hábitat saludable. Un “buen vivir con lo nuestro”, como lo sintetizó magistralmente el economista del CESO Rodrigo López, parafraseando a Aldo Ferrer.

Limpieza de cuencas: agenda ambiental para reactivar la economía y generar empleo

Bajo la visión del buen vivir no existe una dicotomía entre cuidado del medioambiente y el desarrollo. Es más, si vivir en un ambiente saludable es considerado un objetivo del desarrollo, la agenda ambiental pasa a formar parte indispensable de la agenda del desarrollo.

En ese sentido, existen múltiples demandas ambientales cuya resolución puede implicar un programa de movilización económica que derrame en generación de empleos e ingresos, mientras se avanza en un camino directo al desarrollo. Un ejemplo de ello, por el volumen de la población afectada y la magnitud de tareas que requiere, es la limpieza de las dos grandes cuencas contaminadas de la provincia de Buenos Aires: la Matanza-Riachuelo y la del Reconquista. Ambas pasan por veintiocho partidos del conurbano bonaerense y nueve comunas de la ciudad de Buenos Aires, afectando a cerca de 10 millones de personas que las habitan.

Dar un ambiente saludable a casi un quinto de la población es de por sí un objetivo del desarrollo más que deseable. Pero, además, esa tarea implica no solo la reconversión de las industrias que la contaminan (petroquímica, química, curtiembres, industrias alimenticias, frigoríficos, etcétera), sino la limpieza de basurales, la urbanización de barrios populares, recolección de residuos en ríos y arroyos y otras actividades con amplio requerimiento de mano de obra y donde cooperativas de trabajo y pequeñas empresas pueden participar activamente.

Ese programa requiere modificar las actuales instituciones que actúan sobre las cuencas (ACUMAR y COMIREC), para volver más eficiente y transparente el uso de sus multimillonarios recursos y vincularlos con otras áreas y programas públicos, especialmente el Potenciar Trabajo, del Ministerio de Desarrollo Social, del que participan múltiples organizaciones sociales y municipios.

La limpieza de las cuencas utiliza recursos productivos y tecnologías nacionales, es intensiva en mano de obra y tiene impacto económico en zonas donde habita gran parte de la población trabajadora de menores recursos.

El programa puede ser financiado reorientando los recursos disponibles en las instituciones que administran las cuencas y otros desperdigados en diversas áreas del Estado. En caso de requerirse financiamiento extra, este puede ser generado internamente. Si no se quiere presionar sobre el presupuesto del Estado, se puede recurrir a un fideicomiso fondeado por el exceso de liquidez bancaria que hoy descansa en títulos del banco central, tal como proponemos en el plan Hornero.

Por su impacto socioambiental, en materia de generación de empleos, la disponibilidad de recursos y capacidades, su bajo derrame a importaciones y magnitud de población beneficiada, la limpieza de las cuencas de la provincia de Buenos Aires es un programa ideal para impulsar una reactivación económica de corto plazo, que permita la consolidación política del movimiento nacional y popular en zonas electoralmente claves, a partir de una agenda verde.

Actividades extractivas y transición ecológica

El ambientalismo define como extractivismo una serie de actividades primarias cuya fuente de recursos es no renovable y que suelen utilizar paquetes tecnológicos con un impacto nocivo sobre el medioambiente. La etiqueta cae en nuestro país principalmente sobre la minería a cielo abierto, la extracción de hidrocarburos no convencionales y, aunque en debate sobre su carácter no renovable, la producción de soja y maíz genéticamente modificados.

El debate sobre el extractivismo puede subdividirse en dos cuestiones centrales. La primera, sobre su carácter contaminante y las medidas, cuando estas existen, para remediar los impactos y la contaminación. En segundo lugar, su carácter no renovable y la sustentabilidad de largo plazo de la actividad.



Sobre el primer punto hay que distinguir si la contaminación es intrínseca a la actividad o una consecuencia de malas prácticas. En el primer caso existe una tensión irresoluble entre el impacto ambiental y el económico, y su administración requiere institucionalizar mecanismos de elección social entre esas prioridades. La modificación de los marcos regulatorios para redefinir la apropiación de las rentas que generan es un tema a revisar a la hora de sopesar los beneficios y perjuicios de dichas actividades.

En el caso de que la contaminación sea consecuencia de malas prácticas, deben formularse cambios institucionales que fuercen a corregirlas. La apertura de la gestión de los organismos de control a organizaciones ambientalistas y representantes de las poblaciones afectadas por dichas actividades es uno de ellos. El fondeo amplio de los organismos de control independientes del lobby sectorial es otro tema que debe ser abordado con seriedad.

Respecto al carácter no renovable de dichas actividades, el debate debe sumergirse en la apropiación de las rentas que generan y su utilización para impulsar actividades que las sustituyan en el mediano plazo. El establecimiento de impuestos a las actividades extractivas o sus insumos más contaminantes puede ser la fuente para financiar una transición desde el extractivismo hacia una serie de actividades limpias que lo sustituyan, tanto como fuentes de empleo local o en materia de generación de divisas.

Impuestos a los hidrocarburos con asignación específica destinada a financiar inversiones e investigación para avanzar hacia una matriz energética renovable. Impuestos a los agroquímicos para financiar la transición a la producción de alimentos agroecológicos de elevado valor agregado. Impuestos a la minería que financien una actividad viable para las provincias mineras, como pueden ser los servicios que se vuelven transables gracias a las nuevas tecnologías o el arraigo de áreas de comercialización y administración públicas y privadas que pasan a realizarse por teletrabajo. Impuestos a los envases plásticos que financien la transición hacia el uso de materiales reciclados o biodegradables. La lista de ejemplos puede ser tan amplia como lo defina la agenda de transición ambiental.

A modo de cierre (o de comienzo)

El peronismo del siglo XX no postergó la atención de las demandas de justicia social al desarrollo económico, tal como reclamaban los desarrollistas de entonces. El movimiento nacional del siglo XXI no debería postergar la atención de las demandas socioambientales como pretenden los neodesarrollistas, so pena de perder su capacidad de representar a las mayorías y ser derrotado por las oligarquías liberales. La derrota electoral del movimiento nacional y popular ecuatoriano por su partición en torno a la agenda ecológica es, reiteramos, una advertencia a ser atendida.

Si “ecologizar al peronismo” es clave para que mantenga sus mayorías electorales, “peronizar al ambientalismo” es vital para que la agenda verde deje de ser una mera expresión de protesta y pase a convertirse en políticas de gobierno. En este artículo se plantearon algunas líneas concretas por donde puede avanzar el programa ecosocial, tanto en lo que hace a impulsar una reactivación económica y generación de empleo en el corto plazo, como para impulsar una transición de mediano plazo desde el extractivismo hacia actividades limpias.

Notas

[1] Disponible en: https://www.ceso.com.ar/plan-hornero-programa-economico-gobierno-marzo-2019. Con algunas variaciones, el plan Hornero fue retomado por los movimientos sociales en diversas propuestas. Ver, por ejemplo, https://www.lanacion.com.ar/politica/fernandez-prepara-un-plan-de-trabajo-popular-para-4-millones-de-personas-nid2311420/ y https://www.infobae.com/opinion/2020/04/26/un-plan-marshall-criollo-poblar-y-crear-trabajo/.










 

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Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


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