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¿Quién es Herminia B?

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RELECTURAS (Por Graciela Falbo) / Tizas de colores es el título de un libro publicado en Buenos Aires en el año 1932 y reeditado en 2016 por Editorial Maravilla, de Villa Ventana. Esta nueva edición rescata a una escritora argentina de las primeras décadas del siglo XX que les habló a las mujeres de su tiempo. Su relectura permite reconocer y desnudar prácticas cotidianas que pasaron (y aún pasan) desapercibidas y que, sujetas a una apariencia inocua, reproducen el...
RELECTURAS / Tizas de colores es el título de un libro publicado en Buenos Aires en el año 1932 y reeditado en 2016 por Editorial Maravilla, de Villa Ventana. Esta nueva edición rescata a una escritora argentina de las primeras décadas del siglo XX que les habló a las mujeres de su tiempo. Su relectura permite reconocer y desnudar prácticas cotidianas que pasaron (y aún pasan) desapercibidas y que, sujetas a una apariencia inocua, reproducen el dominio del orden patriarcal.

Por Graciela Falbo
Escritora. Doctora en Comunicación. Profesora de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

La voz de Herminia Brumana, maestra y escritora argentina, habla de la necesidad de justicia y belleza que debe ser atendida. Tizas de colores es uno de los muchos libros que la autora escribe en los comienzos del siglo XX desde su filiación anarcosocialista como periodista, dramaturga y activista de los derechos de la mujer.

Discípula del pensador y escritor anarquista Rafael Barret –quien, radicado en Paraguay, desarrolló una visión de la realidad social americana en la que destacó la necesidad de una educación que fomentara el pensamiento crítico en los niños–, en este texto analiza el territorio escolar, lo narra con mirada etnográfica y, sumergida en ese espacio, lo interpreta atendiendo a sus prácticas y desnaturalizando conductas.

El título del libro tiene una inocencia engañosa. Convoca al lector a entrar en el espacio escolar desde un marco que lo idealiza, una mirada que –es bueno reconocer– buena parte de la población sostiene. El pizarrón cruzado por los colores pastel de las tizas es la imagen ideal para aludir a un mundo compuesto en su mayoría por niños y por mujeres: las maestras, las “segundas madres”, las capaces de hibridar su rol profesional con el doméstico.

Cualquiera sea la idea que una comunidad tenga de la escuela, este imaginario la subyace y no juega un papel neutro, porque esquiva una visión integral y le resta al ámbito su real complejidad: la diversidad de demandas que la escuela sostiene, las múltiples tensiones que la cruzan.

Herminia Brumana se aparta de una mirada pueril, distinguiéndola de la amorosa. Ella no ignora que el territorio que narra es mucho más que el campo donde la niñez se instruye. Su relato muestra el lugar donde las realidades sociales afloran y se visibilizan; lugar de heterogeneidad, de diversidad de frentes que piden ser atendidos. Como maestra, la autora se resiste a negar o a disimular las contradicciones entre el ámbito real y el imaginado. Para mostrarlo, hace hablar al espacio escolar con sus distintas voces: maestros, niños, padres, directivos. En los relatos y los diálogos asoma la vida, el pulular de lo cotidiano que, sin camuflajes, exhibe lo omitido, lo irreductible al discurso oficial. La autora toma una escena habitual y la cuenta cambiando el punto de vista, eso que permite volver a mirar y ver otra cosa. Trabajo de escritora.

Entraba a la escuela con una maestra. De pronto siento que ella me oprime el brazo:
–¡Mire! ¡Pero qué cosa bárbara!
Miré y no vi nada que me llamara la atención. Insistió:
–¿No ve a González, de mi grado? ¿Le parece bien? Se está gastando diez centavos en la torta, y hace tres días que viene sin lapicera porque no puede comprarla. ¡Es inútil! Los pobres son los peores, gastan en golosinas en lugar de comprar lo que hace falta […]
Yo soy una irremediable tonta. Yo no comprendo la indignación de esa maestra […] Yo estoy convencida de que lo real, lo lógico, lo único concebible, y sobre todo lo humano –¡lo humano!– es que esta miserable criatura, con esos diez centavos que ganó acaso con un mandado, haya comprado esa torta, cuyo dulce le ha dibujado en los labios esa adorable y extraña sonrisa de dicha.



Tizas de colores es un libro hecho de fragmentos donde caben distintos géneros: anécdota, relato, reflexión, citas de otros autores, traducciones, ensayo, o la transcripción de alguna conferencia radial. Su título cobra un dejo de ironía cuando el contenido muestra lo invisibilizado, la realidad de las diferencias. La desigualdad disimulada que aún hoy se nos presenta.

Como todos los años en la plaza del pueblo la banda ejecuta el himno […] Los oradores en orden jerárquico hacen oír los discursos […] La democracia, la igualdad a que se tiende haciéndoles vestir a todos el guardapolvo blanco, cae al primer vistazo del observador. ¿Puede el guardapolvo salvador igualar los piececitos de estos niños, calzados unos con el flamante zapatito charolado y otros con la gastada zapatilla que mal disimula la media remendada? ¿Puede el guardapolvo salvador igualar todas esas caritas rosadas y relucientes de bien nutridos organismos unos, y amarillentas y pálidas de miseria, otras? ¿Puede el guardapolvo salvador igualar la expresión tranquila de este niño bien abrigado con la de aquel otro cuya camisetita de algodón y su pantaloncito barato dejan filtrar el frío que endurece su rostro?

Pero el libro va más allá del mundo escolar. Las páginas abren un abanico variado de temas que buscan un destinatario clave: la mujer de clase media o, más puntualmente, ciertas formas de actuar que la autora observa en las mujeres y que quiere discutir con ellas. Si la escuela es un lugar de mujeres por excelencia, también es o puede ser un lugar que respalde la reflexión para el cambio social. Pero ¿cómo podrían hacerlo mujeres que no se reconocen en su poder? Para Brumana, la conformidad, el desinterés o la negligencia en un desarrollo artístico y/o intelectual son los principales enemigos de las mujeres, lo que les impide desplegar sus potencialidades y su libertad para decidir.
De allí que en sus textos haya estado presente la preocupación sobre la maestra sin vocación que sólo trabaja por el salario y a quien Herminia llamó la “enseñadora a sueldo”. Al respecto, escribe:

Viven las maestras al margen de toda preocupación social, impermeables a toda inquietud […] Les ha bastado pasar por la escuela normal y salir con su diploma bajo el brazo, para sentirse dueñas y señoras de su misión. La maestra argentina vive aún en la creencia de que a ella sólo le incumbe enseñar a leer, a escribir y a hacer cuentas.

En Tizas de colores, su escrito “Respuesta a una normalista” brinda los siguientes consejos a una futura maestra:

No sé qué decirle; ¡Hay tantas cosas! Pero por ahora se me ocurre esto: –Ande por la calle y mire viendo […] –Coquetee y tenga novio […] –Cuide su físico y su manera de vestir […] –Cultive un arte (música, pintura), y si no puede, aprenda idiomas. –Lea, lea todo lo que pueda, lo que caiga en sus manos.

Brumana ha sido una niña de pueblo de clase media, ha conocido bien la vida de las mujeres de pueblo atadas a los convencionalismos. Con su escritura explora esas subjetividades, sus formas de inacción y también de resistencia. Necesita hablarles y hablarse. El libro Cabezas de mujeres que publica en 1923 es un ejemplo temprano de la lucha que continuará el resto de su vida. La obra se compone de diversos relatos que tienen en común la necesidad de hacer visible la autoafirmación de la mujer y el logro de una libertad que le exige desatarse de los prejuicios que la aplanan para conquistar su propia vida.

La autora de Tizas de colores nace en Pigüé en el año 1897. Allí se recibe de maestra y ejerce su profesión desde el año 1917 hasta que se radica en Buenos Aires, donde continúa con su tarea como maestra de grado hasta el año 1930 y más tarde con distintos cargos dentro de la escuela hasta su muerte, en 1954. En todo ese tiempo no deja de escribir a sus compatriotas.

“Herminia Brumana fue una de las primeras escritoras argentinas que llevó a sus páginas una inquietud social, dedicó la mayor parte de su fino poder de observación e interpretación a la mujer argentina. Jamás fue superficial ni generosa en su trato con las mujeres, pero sí fue sincera y honesta”, sostiene en uno de sus artículos la historiadora feminista Lea Fletcher.

Hacia ese lugar apunta el libro, cuya reedición da cuenta del modo en que una voz vuelve a encenderse para volver a hablar y hacer hablar a otras.

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