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Pensar Malvinas

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Por Edgardo Esteban / EN PRIMERA PERSONA / A pesar del paso de los años, el recuerdo de lo vivido en la guerra aún perdura. Pensar en la causa Malvinas no supone sólo profundizar en lo acontecido durante el conflicto bélico, sino también en lo que vino después, tras el regreso, dando lugar al nacimiento de una nueva lucha en el interior de cada uno de los que estuvimos allí. El fin del combate implicó un desafío constante por reinsertarnos en la sociedad de la cual habíamos salido y...
EN PRIMERA PERSONA / A pesar del paso de los años, el recuerdo de lo vivido en la guerra aún perdura. Pensar en la causa Malvinas no supone sólo profundizar en lo acontecido durante el conflicto bélico, sino también en lo que vino después, tras el regreso, dando lugar al nacimiento de una nueva lucha en el interior de cada uno de los que estuvimos allí. El fin del combate implicó un desafío constante por reinsertarnos en la sociedad de la cual habíamos salido y que, cuando volvimos de las islas escondidos por nuestros superiores, ya no era la misma. Se había vuelto ajena, distante, y parecía ignorarnos.

Por Edgardo Esteban
Periodista y excombatiente. Autor del libro Iluminados por el fuego (1993), en el que narra su experiencia como soldado durante la Guerra de Malvinas.

Fotos: Sebastián Miquel

La posguerra fue un volver a empezar con la carga de una experiencia que nos partió en dos, pero además fue el comienzo de un difícil y doloroso camino para una gran cantidad de soldados que regresamos del horror vivido y para los que el porvenir ya no sería el mismo. Por eso hay tantas miradas de Malvinas como protagonistas de esa guerra. Miradas que nos ayudan a ir reconstruyendo, a reflexionar sobre cómo fue posible, sobre los errores y aciertos de nuestra propia historia, la que nos conforma como argentinos, y a reiterar el justo reclamo de soberanía que la Argentina realiza desde 1833 –avasallado por la posesión colonial de Gran Bretaña sobre nuestras islas– y que el gobierno de Mauricio Macri pretende hacernos olvidar, dando prioridad a los buenos negocios que puede llevar a cabo con el Reino Unido en desmedro de esa legítima demanda que como nación tenemos sobre lo que por historia y por derecho nos corresponde.

Durante mucho tiempo, como ahora vuelve a ocurrir, se prefirió no hablar, borrar nuestra historia y no realizar una autocrítica de una guerra que se perdió ni asumir esa derrota. Ninguna guerra es buena, y esta, por su improvisación, fue peor. Los errores tácticos de las tropas argentinas existieron y fueron innumerables, tanto en el nivel estratégico nacional como en el operacional. Y también existieron –no olvidamos– múltiples e injustificados malos tratos hacia sus soldados.

El informe elaborado por el general Benjamín Rattenbach en 1983, para la Comisión de análisis y evaluación de las responsabilidades políticas y estratégico-militares del conflicto del Atlántico Sur, calificó la Guerra de Malvinas como una “aventura irresponsable”. Cada arma funcionaba por su cuenta, carecía de preparación y la conducción estuvo plagada de errores, según se describe allí. Con base en este informe, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas condenó a Leopoldo Fortunato Galtieri y al almirante Jorge Isaac Anaya, respectivamente, a doce y catorce años de reclusión con accesoria de destitución, y al brigadier Basilio Arturo Lami Dozo a ocho años de reclusión. En la revisión en segunda instancia civil y federal de la condena a Galtieri y demás responsables militares de la Guerra de Malvinas, en 1988, un tribunal ratificó las condenas por los delitos cometidos unificándolas en doce años sólo para los tres máximos jefes militares. Finalmente fueron indultados. No hubo justicia. Como sociedad, no podemos callar, debemos continuar el debate y preguntarnos qué pasó y qué se hizo mal. Una sociedad jamás será justa si no tiene memoria, y esa es una batalla que exige una tarea cotidiana.

¿Cómo no recordar el fervor patriótico que generó el 2 de abril de 1982 el anuncio de la recuperación de las islas? Una Plaza de Mayo colmada con los colores celeste y blanco, en donde participaron, junto a miles de ciudadanos, reconocidos dirigentes políticos y sindicales. Una plaza en la que se aclamó a Galtieri, que decía: “Si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla”. Hoy, sin embargo, parece que muchos prefieren dejar ese momento histórico en el olvido y nadie se hace cargo de la utilización política de la causa Malvinas por parte de un gobierno que era de facto. ¿Dónde están los responsables del Fondo Patriótico y quién responde sobre el destino de las donaciones y el dinero que se recaudó? ¿Cuál fue la suerte de las encomiendas y bufandas que tejieron nuestras madres y que nunca nos llegaron?
Luego vino el final, el 14 de junio. Entonces todo cambió de repente y esa misma sociedad, tras la derrota, trató de prender fuego la Casa de Gobierno, echó a Galtieri y no quiso volver a hablar más de la guerra. Malvinas cerró el capítulo de la dictadura y fue un factor decisivo para la reinstauración de la democracia.

Hubo que denunciar en la Corte Interamericana de Derechos Humanos los casos de abuso, dada la negativa de la Corte Suprema de Justicia a considerar delitos de lesa humanidad o crímenes de guerra –es decir, imprescriptibles– las torturas y vejámenes que sufrieron los soldados argentinos de parte de sus superiores. La causa judicial contiene más de cien denuncias contra oficiales de las Fuerzas Armadas, pero la investigación quedó paralizada porque la Cámara de Casación sostuvo que los delitos habían prescripto. El expediente fue abierto en el año 2007 en el juzgado federal de Río Grande, Tierra del Fuego. La denuncia inicial consistió en veintitrés testimonios de soldados reunidos por el entonces secretario de Derechos Humanos de Corrientes, Pedro Vassel. Cuando el tema trascendió, otros muchos comenzaron a animarse a hablar.

Los hechos que los soldados denunciaron fueron estaqueamientos, muertes por hambre e incluso un asesinato. “No hay que olvidar que a Malvinas fueron represores. Muchos de ellos hoy están condenados o procesados por violaciones a los derechos humanos. Lo que hicieron en los centros clandestinos lo llevaron a la guerra: en todas las unidades militares que estuvieron en Malvinas. Ninguna disposición del derecho o acto de autoridad local podría impedir el camino hacia el descubrimiento, enjuiciamiento y responsabilidad de los autores. El derecho a conocer la verdad y a que la Justicia investigue estos hechos aberrantes no es sólo un derecho de las víctimas, sino de toda la sociedad”.

No podemos dejar de hablar y evocar lo pasado, pero es necesario hacerlo pensando siempre en el futuro y siempre recorriendo, bajo el signo de la paz, todos los caminos posibles en el reclamo de nuestra soberanía. Debemos guiar a las generaciones venideras y junto a ellas generar la fuerza necesaria para construir con esperanza un país distinto.

Malvinas es parte de nuestras contradicciones, porque simboliza la defensa de la soberanía y, al mismo tiempo, una guerra impulsada por una dictadura cívico-militar en decadencia que utilizó ese legítimo reclamo. Por eso, pensar en Malvinas supone también permitirnos como sociedad debatir sobre las heridas que la guerra nos dejó, que aún permanecen abiertas y que en estos nuevos tiempos de la posverdad muchos trabajan para esconder y sepultar en el olvido.

La memoria con su verdad golpea una y otra vez la conciencia de quienes prefieren ignorar o callar ese relato sobre lo que nos pasó en aquellos días de 1982.

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