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Jallalla

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Por Zulema Enriquez / EL ESTADO CONTRA EL BUEN VIVIR / Emilia tenía veintiocho años. Como mujer aymara-quechua, sentía la injusticia como los pueblos originarios despojados de la Abya Yala, y comprendió pronto que la transmisión del legado familiar que le asignaba el matriarcado no era un deber individual de reproducción cultural, sino un compromiso social: un horizonte político a construir. En esa búsqueda encontró su lugar como estudiante de periodismo, militante y docente intercultural. El 1° de enero...
EL ESTADO CONTRA EL BUEN VIVIR / Emilia tenía veintiocho años. Como mujer aymara-quechua, sentía la injusticia como los pueblos originarios despojados de la Abya Yala, y comprendió pronto que la transmisión del legado familiar que le asignaba el matriarcado no era un deber individual de reproducción cultural, sino un compromiso social: un horizonte político a construir. En esa búsqueda encontró su lugar como estudiante de periodismo, militante y docente intercultural. El 1° de enero de 2016 murió ahogada en una fiesta clandestina que devela los negociados de la noche platense y la complicidad de las autoridades municipales. A la fecha, con el propio intendente denunciado penalmente por abuso de autoridad y encubrimiento, su muerte permanece impune.

Por Zulema Enriquez
Responsable de la Dirección de Pueblos Originarios “Emilia Uscamayta Curí” de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Licenciada en Comunicación Social y profesora quechua de Emilia.

Fotos: Sebastián Miquel

Emilia Uscamayta Curí estudiaba periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. Estaba por recibirse de licenciada en Comunicación Social, sólo le restaban unas pocas materias. Como militante de los derechos de los pueblos originarios y de la diversidad cultural, participaba del Centro de Actividades Infantiles (CAI) intercultural, un espacio que brinda talleres extracurriculares y apoyo escolar a niñas y niños con problemas de escolaridad primaria. Nacida en La Plata, se reconocía como mujer aymara-quechua, porque sus padres lo eran, y entendía la necesidad del reconocimiento de los platenses de sus raíces indígenas. Sabía que la lucha era tan necesaria como difícil, y también que la militancia, con alegría y compromiso, era el camino seguro. Así la recuerdan sus compañeros de la Facultad: divertida, comprensiva y siempre dispuesta a no quedarse callada y actuar ante lo que consideraba injusto.

Quizás sus orígenes y raíces indias la llevaban a ver el mundo desde otro lugar. Porque Emilia sentía la injusticia en carne propia. La sentía como lo hicieron los pueblos originarios despojados de la Abya Yala (la América morena), como la sienten los que padecen las consecuencias de esa historia cuyas deudas aún no se saldan.

Sus amigas la dibujan con relatos de muchos colores. “Ella era un ser muy espiritual, muy vivaz; un ser en movimiento, lleno de vida”, cuenta Jimena Forchetti, una de sus mejores amigas, ceramista, música y alma viajera como Emilia. En ese camino, el de los viajes, se conocieron. Y hoy Jimena la recuerda en medio de pedidos de justicia, de marchas y murales con wiphalas y mariposas volando alrededor. “Necesitamos que haya justicia por ella”, afirma, y con una sonrisa llena de melancolía agrega: “Ella haría lo mismo por nosotros”.

Un legado a transmitir

Las mujeres andinas, sobre todo de padres quechuas y aymaras, traemos el peso de nuestra cultura y familia como legados fuertes que el matriarcado debe transmitir, a pesar de que nuestras sociedades sean machistas. Se trata de legados que no son pesos físicos, sino más bien espirituales, generacionales. Una herencia cultural que no se debe perder. En el trayecto de rescatar esa herencia para que no vaya a dar al olvido, Emilia había encontrado su espacio de joven, de mujer, de militante política, de docente intercultural y periodista platense quechua-aymara. Sus objetivos estaban claros, y los sueños iban por ese camino.

Argentina cuenta con la mayor cantidad de bolivianos que viven fuera del Estado Plurinacional de Bolivia. En la última década, el reconocimiento y la revalorización de la identidad indígena en las familias ha sido fundamental para la reconfiguración identitaria en nuestro país. Juan Uscamayta, papá de Emilia, es un histórico militante de la causa aborigen en la ciudad de La Plata. Fundador de la Casa del Aborigen en los noventa e impulsor de la defensa de los derechos por la tierra. Un hombre aymara de rasgos duros, piel cobriza y mirada perdida en el tiempo, que no mide dolor ni pena. Sólo la sufre. “Ella amaba la vida”, recuerda, y su voz se quiebra.

En ese mismo sentido se refiere a Emilia su mamá, Eugenia Curí, cuando dice que “en cualquier momento volaba”, porque estaba llena de sueños y esperaba terminar su carrera para empezar a viajar y recorrer América, trabajando y aprehendiendo otras culturas.

Emilia había comprendido por qué valía la pena pelear. Después de su viaje por Bolivia y de ver asumir a Evo Morales, confirmó que la transmisión del legado de su familia, de su historia, lejos de ser una obligación individual, era una causa social. La cosmovisión del Buen Vivir sería desde entonces un horizonte político no sólo a reproducir, sino también a construir.

La corrupción mata

Emilia murió el 1° de enero de 2016, ahogada en la pileta de una fiesta clandestina a la que había concurrido para festejar la llegada del Año Nuevo y celebrar el nuevo ciclo de vida que esa noche comenzaba. Pero no murió por un accidente: a Emilia la mató la corrupción. La mataron los negocios de los poderosos de la noche platense, de aquellos que organizaron una fiesta sin ningún tipo de cuidado para quienes allí asistirían porque sus intereses se agotaban (como siempre) en la reproducción desenfrenada del capital a cualquier precio. La mató la corrupción de las autoridades municipales, que dejaron que esa fiesta se realizara a sabiendas de que no estaban dadas las condiciones de seguridad para que se llevara a cabo. La mató un Estado ausente, cómplice, que no impidió ni controló su desarrollo, y mucho menos puso límites a los que actúan sistemáticamente con impunidad. Y hoy es la Justicia la que continúa matándola con su desinterés e incompetencia, porque no hay peor violencia que la que acontece cuando las víctimas no encuentran protección en quienes tienen la obligación de defenderlas.

Hay cuatro organizadores de la fiesta imputados: Raúl “el Peque” García, Santiago Piedrabuena, Gastón Haramboure y Carlos Bellone. También hay un ex secretario de Seguridad, Daniel Piqué, imputado; una denuncia penal contra el intendente platense Julio Garro, por abuso de autoridad y encubrimiento; y un fiscal recusado de la causa, Álvaro Garganta, por su ineficacia y por no investigar. Y aunque hubo marchas, radios abiertas en la Fiscalía e infinitos pedidos de justicia, no hay ningún detenido. Ni uno solo.

Por estos días, Emilia, víctima de la corrupción, representa a muchas Emilias más, a los tantos otros sueños de vida coartados, a las voces de tantísimas mujeres invisibilizadas y olvidadas que son víctimas de la violencia de un Estado que encubre y no actúa. Cada 1° de mes, en cada aniversario, el reclamo no claudica. Nadie negocia con los poderosos. Nadie acepta el olvido ni la olvida. Y todos y cada uno de nosotros, la familia, sus amistades, sus compañeras y compañeros de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, seguiremos exigiendo nada más y nada menos que verdad y justicia, por tanta vida y por todos los sueños truncados por los que, sin embargo, vamos a seguir luchando para cumplirle a Emilia. Jallalla.

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Maiz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. ISSN 2314-1131.


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