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Combates en los territorios del pasado

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Por G. Clarke / LA MEMORIA DE LOS PODEROSOS O LAS MEMORIAS DE LAS MAYORÍAS / Las tensiones en torno a las diferentes miradas del pasado se potencian ante los aniversarios redondos. Las minorías nostálgicas del granero del mundo buscan ceder al olvido las luchas que el pueblo insiste en rescatar. En esas formas del recuerdo se juegan las apuestas por los proyectos de nación.

LA MEMORIA DE LOS PODEROSOS O LAS MEMORIAS DE LAS MAYORÍAS / Las tensiones en torno a las diferentes miradas del pasado se potencian ante los aniversarios redondos. Las minorías nostálgicas del granero del mundo y el crisol de razas buscan ceder al olvido las luchas y conquistas que el pueblo insiste en rescatar. Memoria contra memoria, esas formas del recuerdo no son una mera cuestión simbólica: en ellas se juegan las disputas políticas del presente y las apuestas por los proyectos de nación.

Por Guillermo Agustín Clarke
Historiador. Ex director del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires.

Fotos: Sebastián Miquel

Los estudios acerca de la memoria y su campo son asunto de los últimos tiempos. Sin embargo, en constante redelimitación con la historia, la memoria ha formado parte constitutiva de la cultura desde los orígenes. Recordar colectivamente, traer el pasado al presente, darle un sentido nuevo en cada generación y utilizarlo para influir sobre los acontecimientos a través de la visibilización, el ocultamiento, la reparación o la deformación es parte de la tarea de la construcción de las memorias.

La memoria no es completa. Por definición, es selectiva y plural. Las élites y los sectores populares recuerdan el pasado de acuerdo con valoraciones y experiencias propias, y disputan sentido constantemente en el espacio público: denominaciones de calles, pintadas, monumentos, fechas patrias y aniversarios históricos reeditan debates que nos hablan de las pretensiones de esos actores en el presente y de sus proyectos políticos.

La vigencia de denominaciones eufemísticas como “Conquista del Desierto” o “Revolución Libertadora” son ejemplos brutales de construcción de memoria. En 1979, en ocasión del centenario de la campaña militar de Roca contra los pueblos originarios del sur, la dictadura de Videla celebró el anterior genocidio en nombre del reciente triunfo del Ejercito Nacional y la civilización occidental.

Bicentenarios, centenarios y todo aniversario de número redondo tienen la particularidad de provocar, en la forma de organizar el tiempo histórico, algún tipo de hito. Estos aniversarios terminados en cero se convierten por sí mismos en momentos históricos, ya que traen el pasado al presente y lo modifican, a la vez que ese pasado es modificado por las reinterpretaciones actuales.

A modo de ejemplo, impactante por su contraste, las celebraciones del centenario y bicentenario de la Revolución de Mayo, en contextos antitéticos, dijeron más de los proyectos de Nación en marcha en 1910 y 2010 que de los sucesos de Mayo.

El Año Sanmartiniano establecido por el Gobierno del general Perón en 1950 forjó una imagen del Libertador renovada, latinoamericanista y humanista, no sin tensión con otras interpretaciones, como la de la Iglesia católica, remisa a celebrar a un Masón.

Las tensiones en torno a las diferentes miradas del pasado se exacerban en los aniversarios redondos, que implican actos oficiales, pronunciamientos, adhesiones, notas periodísticas, menciones inevitables y disputas simbólicas.



El año 2016 se presenta rico en días de celebración del pasado, por la cantidad de fechas significativas que cumplen este tipo de aniversarios, pero también por el contexto presente en que transcurrirán.

El 24 de febrero se cumplieron setenta años del primer triunfo electoral que llevó a Juan Domingo Perón a su primera presidencia. Comienzo del hecho maldito e incorregible o de la patria del subsuelo sublevado. Los recientes hacedores de un monumento al General no se atrevieron, finalmente, a continuar buscando en su figura virtudes insospechadas para los de su clase, mientras se aceleraba la disputa por su mejor interpretación entre los diferentes peronismos, que en el día exacto del aniversario se reunieron en el Estadio de Obras Sanitarias para comenzar a definir el futuro y el carácter que el Partido Justicialista jugará en su rol de opositor y respecto a su expresión histórica del siglo XXI: el Frente para la Victoria. En esta disputa, los constructores de la memoria de la élite apuestan a un peronismo de museo y a versiones actuales forjadas en su versión neoliberal de la década del noventa.

Exactamente un mes después, el 24 de marzo, se cumplieron los cuarenta años del golpe cívico-militar de 1976, fecha sobre la cual parecía, para los observadores más superficiales, que un amplio consenso de la sociedad argentina hallaba el símbolo del Nunca Más, los derechos humanos y sus luchadores. Treinta años de democracia fueron construyendo el sentido de ese emblema imposible de archivar en el pasado por su profundidad traumática en el tejido social, los juicios, la impunidad, las Madres, Abuelas, Hijos y Nietos. Estado y sociedad fueron articulando interpretaciones y avanzando desde el “algo habrán hecho” y la teoría de los dos demonios a conceptos como terrorismo de Estado y genocidio. El 24 de marzo fue instituido oficialmente como día de la Memoria, la Verdad y la Justicia, y a partir de 2003 se constituyó en el eje de la reparación ética de la Argentina a través de una arrolladora batería de gestos y políticas públicas.

Subterráneamente, “otras memorias” persistieron y encontraron el momento oportuno para volver a la superficie con el retorno de la derecha al Gobierno, ahora a través de las urnas. Editoriales de La Nación, declaraciones relativistas del genocidio por parte de funcionarios, desmantelamiento de las políticas de memoria y derechos humanos.

La disociación entre el Gobierno y la sociedad respecto del 40º aniversario del golpe de Estado y su sentido resultó más rimbombante por la coincidente visita del Presidente de los Estados Unidos de América, convertida por el Gobierno de Mauricio Macri y la red de medios de comunicación que lo sustenta en el evento oficial más trascendente del año. Sin detenernos en la colisión simbólica producida sin inocencia, la víspera del 24 de marzo la Ciudad de Buenos Aires amaneció ornamentada por banderas norteamericanas y el Parque de la Memoria fue el solitario escenario en el cual Macri y Obama lanzaron flores al estuario donde los aviones de la Armada arrojaban militantes antiimperialistas.

Al día siguiente, una de las manifestaciones más multitudinarias de la historia argentina ocupó las calles de Buenos Aires ligando con naturalidad pasado, presente y futuro. Los medios de comunicación, constructores de sentido y memoria, la ocultaron deliberadamente.

En la misma línea se debatirá por acción u omisión cuando en septiembre se cumplan los cuarenta años de La Noche de los Lápices, fecha genuinamente apropiada por nuestras juventudes, pero atrapada entre el relato de las víctimas inocentes del alfonsinismo o de los jóvenes militantes de un proyecto bastante más vasto que un boleto estudiantil. Este 40° aniversario llegará en momentos de demonización de la militancia juvenil, incluida su segregación para trabajar en el Estado.

“Otras memorias” persistieron y encontraron el momento oportuno para volver a la superficie con el retorno de la derecha al Gobierno. Editoriales de La Nación, declaraciones relativistas del genocidio, desmantelamiento de las políticas de derechos humanos.

Celebramos también un centenario: el del triunfo de Hipólito Yrigoyen como primer presidente elegido por el voto popular, poniendo en riesgo el control político del Estado ejercido hasta ese momento por la oligarquía. Dilema para la actual dirigencia de la Unión Cívica Radical, no sólo congratulada por el reemplazo de Yrigoyen por una ballena austral en los billetes argentinos, sino también por formar parte del Gobierno de Mauricio Macri, encarnación de la más espectacular restauración oligárquica de los últimos tiempos. La victoria yrigoyenista se produjo un 2 de abril; ni siquiera por cumplirse cien años pudo emerger de la nieve de Malvinas y del agua de la ciudad de La Plata.

El peronismo y el antiperonismo también tendrán su día, los primeros para homenajear y recordar a los fusilados del 9 de junio de 1956, ya que se cumplen sesenta años de la masacre que Rodolfo Walsh rescató del olvido cómplice; los segundos podrán seguir procurando borrar esos hechos de la historia, o tal vez encuentren en este tiempo la posibilidad reivindicativa.

Ineludible por su significación histórica será sin duda el 9 de julio: el bicentenario de la Independencia argentina. También por su distancia temporal será territorio de historiadores profesionales, y, por su relevancia, abundante en discursos y celebraciones oficiales.

Los alumnos de la escuela secundaria suelen confundir la fecha de la Independencia y tienden a responder que sucedió el 25 de mayo de 1810. Los errores masivos respecto de la historia no deben soslayarse o sólo corregirse. Deben ser interpretados. Los aniversarios convertidos en “fechas patrias” y ritualizados en el sistema educativo conspiran contra la necesidad de entender los procesos históricos como tales, en este caso, el complejo proceso de la Independencia argentina.

El Gobierno actual deberá encarar festejos, aun con los ecos de la Fiesta del Bicentenario de 2010, en la que el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner puso en juego en un escenario descomunal una mirada del pasado que arrasó definitivamente con los paraguas del cabildo y alegres esclavitos vendedores de pasteles. Una concepción dinámica de la historia puso en la saga del bicentenario de la Revolución a Latinoamérica, los pueblos originarios, los caudillos, las mujeres, las luchas populares, la industria nacional, las Madres de Plaza de Mayo, los Héroes de Malvinas y el pueblo en la calle.

No existe hoy un solo motivo para suponer que algo similar podría ser propiciado por las autoridades actuales para celebrar el bicentenario de la Independencia el 9 de julio de 2016.

Nos corresponderá a quienes nos oponemos a la restauración neoliberal del presente discutir también los alcances de la Independencia de 1816, adentrarnos en las razones de los titubeos que, entre 1810 y la Declaración, dilataron la decisión por fin tomada, comprender los motivos de las provincias ausentes en el Congreso de Tucumán, revisar la Constitución unitaria y cuasi monárquica que ese Congreso produjo, preguntarnos por las claudicaciones respecto del ideario de Mayo. También tendremos que repensar el concepto de independencia en el contexto mundial de la primera revolución industrial y el colonialismo británico en mutación hacia un agresivo imperialismo. Y, al igual que en 2010, con el pueblo en la calle.

Es por eso necesario que desde la sociedad, las Universidades, las organizaciones políticas y sociales, los medios de comunicación, participemos activamente de los combates en los territorios del pasado que, ineludiblemente, se nos presentarán durante este desafiante año. Porque es allí donde se disputarán los proyectos de nación: el de las mayorías, con sus memorias de luchas, mártires y días felices, y el relato de las élites nostálgicas del granero del mundo, el crisol de razas y una imaginaria clase media hija del esfuerzo individual.



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